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20 de enero de 2021

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Albacete, 20 de enero de 2021
Memoria litúrgica de San Sebastián, mártir

[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos fieles de la diócesis de Albacete:

«No temerás la peste que se desliza en las tinieblas» (cf. Sal 90, 5-6). Estas palabras del salmista invitan a tener una gran confianza en el amor fiel de Dios, que no abandona jamás a su pueblo en el momento de la prueba.

Han pasado ya bastantes meses en los cuales nos vimos sorprendidos con la aparición en nuestras vidas, en los lugares donde vivimos o trabajamos y en el entorno parroquial y pastoral, de la pandemia de la Covid-19. Enfermedad que tanto dolor, sufrimiento y desconcierto ha producido y sigue produciendo todavía. Ciertamente, desde el principio, afrontamos con fe, esperanza, docilidad e inmensa generosidad en la entrega, la realidad que se nos imponía desde las autoridades sanitarias y de los gobiernos nacional y autonómico, así como afrontamos también la atención a los enfermos, a las familias de los fallecidos, los entierros, los confinamientos y otras situaciones inesperadas y sangrantes.

Desde el primer momento, fuimos creativos y ayudamos a mantener la presencia de Dios y de su Iglesia, y las celebraciones litúrgicas, mediante el uso de las Redes Sociales. Fuimos capaces de estar cerca de las familias más castigadas y ayudarlas, de los profesionales de la sanidad y fuerzas de seguridad, y de multitud de voluntarios. La Iglesia como tal y nosotros, Obispo, Sacerdotes, Diáconos, Consagrados y Consagradas, que somos una parte importante de ella, procuramos estar ahí, con los templos normalmente abiertos y con diferentes servicios e iniciativas hasta donde nos fue posible.

Como cristianos, personas de fe y esperanza, también ahora podemos y debemos seguir ayudando en esta lucha contra la pandemia, con amor caritativo, y con una herramienta tan natural y sustancial entre nosotros como es la oración. Es preciso rezar a Dios, nuestro Padre, para que cese y desaparezca esta pandemia, que tanto mal y tantas muertes está produciendo. Es la herramienta más segura y eficaz que Dios ha puesto en nuestras manos, además de todo lo que, hasta ahora, hemos hecho bien y seguiremos haciendo como Iglesia de Jesucristo hasta que todo esto acabe.

La oración, bien lo sabemos, debe ser humilde y confiada, como quien pide ayuda a su padre sabiendo que ya conoce nuestras necesidades y que está deseando que recurramos a Él para volcarse totalmente, lleno de amor, en nuestro auxilio y remediando nuestras necesidades. Su palabra, la Palabra de Dios, en numerosísimos pasajes, nos asegura su escucha, acogida y respuesta paternal y eficaz. «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11,18-30). «Danos hoy nuestro pan de cada día» (Mt 6,11), «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre» (Lc 11,9-10). «Pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa» (Jn 16,24). «¿De dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Salmo 120,1-2).

¿Cómo plasmamos esta “Propuesta” en el Plan de Acción Pastoral 2020-2021 en nuestra diócesis? He sugerido a los sacerdotes de la diócesis que se pueda celebrar una Misa a lo largo de la semana, o en los Domingos del Tiempo Ordinario, “a modo de rogativa”, en los horarios habituales de la parroquia, dando a conocer a los fieles el día concreto de la semana y la hora en que se celebrará, en la que la intención principal sea: pedir al Señor el cese y la desaparición de la pandemia de la Covid-19. Suplicamos el cese y la virulencia de este virus que mata y rompe vidas y familias. Hay que superar esta triste y desgraciada situación en que nos encontramos, además de con otras medidas adecuadas que nos van exigiendo, también, por nuestra parte, con la ayuda eficaz y poderosa de la fe en Dios y la oración.

La vivencia comunitaria de oración confiada acrecentará en nosotros el convencimiento de que la caridad hacía los que peor lo están pasando no es simplemente una consecuencia de nuestra fe, sino una dimensión esencial de nuestra propia fe que nos lleva a esperarlo todo de Dios, al tiempo que a poner todo lo que esté en nuestras manos para el servicio de los hermanos. Rezar por el fin de la pandemia nos abre a escuchar las sugerencias del Espíritu Santo para saber cómo ayudar mejor a los sufren sus consecuencias.

Es cuestión de fe por nuestra parte, y de intervención divina por la suya. Si confiamos y rezamos, el Señor nos escuchará, no lo dudéis. Es cuestión de fe y perseverancia en la oración de petición. Pidámoslo también por intercesión de la Santísima Virgen María en sus diversas advocaciones, en la más cercana a los fieles de las distintas parroquias.

Con mi afecto, oración y bendición.