
Los tatuajes del alma

Los tatuajes del alma
2 de noviembre de 2025
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Hoy es el Día de los Fieles Difuntos. En esta jornada la Iglesia invita a orar por aquellos que ya han partido a la Casa del Padre y a mantener viva la esperanza en la vida eterna. En este domingo una madre, Paqui Osuna, comparte el testimonio de su propio camino de duelo: un recorrido marcado por el amor, la oración y la certeza de que la muerte no es el final, sino un paso hacia la eternidad. Su relato nos recuerda que el amor verdadero trasciende toda despedida.
“Quería comenzar este relato con la definición de duelo, antes de adentrarme en lo que para mí ha supuesto transitar por este duro y empedregado camino.
Deciros, que yo solo puedo hablar de mi experiencia y mi sentir. Generalizar sería absurdo, ya que cada duelo es único e individual. Es un camino que va más allá de los lazos de sangre y que tiene más que ver con el apego y el amor al ser querido que se marchó.
Duelo: proceso natural de adaptación psicológica ante una pérdida. No es una enfermedad, no es lineal, no tiene un tiempo determinado, y es algo a lo que todos tendremos que enfrentarnos a lo largo de nuestra vida.
Fases del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.
A simple vista parece una definición sencilla y fácil de comprender, pero no lo es. Es un tema complicado, y más aún cuando eres tú quien se convierte en el personaje principal de esa historia.
Desde pequeños nos enseñan el ciclo de la vida con la metamorfosis: huevo, oruga, crisálida y mariposa. Pero nadie nos cuenta que esa bella y esplendorosa mariposa solo vivirá unos días -a lo sumo unos meses-, que morirá, no sin antes dejar sus huevos, que serán su continuación, su legado para un nuevo comienzo.
No hablamos de la muerte, aun a sabiendas que forma parte de la vida y del destino al que todos, tarde o temprano llegaremos. Creemos que es el final, pero para mí eso no es cierto, porque la muerte no es final si el amor es verdadero.
Mis fases del duelo las comparo con las estaciones, sin un orden determinado, porque en el duelo mandan las emociones.
El invierno llegó de pronto, aun siendo julio, sin previo aviso. Pude sentir ese frío aterrador que me atrapó. Anduve mucho tiempo perdida, sumida en ese profundo dolor al que acompañaban el miedo, la rabia, la culpa y otras tantas emociones. Pasé noches acariciando insomnios, días llenos de dolor, lágrimas y recuerdos atropellados. Me enfadé con Dios: ¿cómo nuestro Dios había podido ser tan injusto contigo, que tenías toda una vida por delante y tantos sueños por cumplir? No entendía nada.
Recuerdo perfectamente nuestro primer Día de Todos los Santos. Recibí infinidad de mensajes, pero en ninguno de ellos pude encontrar una palabra de consuelo. Desde que te marchaste, siempre hay un ramo de flores frescas y una vela encendida en casa, por si no encontrabas el camino de vuelta. Aquella noche encendí esa vela que tanto me costó. Pasé la noche en el balcón llorando y observando el lento parpadeo de esa llama que tanto me dolía.
Llegó el otoño y, a través de la ventana, podía ver esos días grises, la lluvia salpicando los cristales. ¿Cómo no iba a llorar el cielo también si tú no estabas? Empecé a buscarte entre esas oscuras nubes.
Estando en Toledo escuché las campanas de Santa Teresa y, sin saber cómo, bajé a rezar. Allí nadie me conocía y podía sentir que estábamos a solas los dos. Empecé a frecuentar la iglesia. Un Miércoles de Ceniza, ya en casa, me levanté con esa devastadora sensación de impotencia y de dolor por tu ausencia. Busqué cobijo en la iglesia porque necesitaba reconciliarme con Dios. Llamé a José Agustín, nuestro párroco, que no dudó en recibirme ni en ponerme la ceniza, aunque fuese mediodía. A solas, en esa pequeña capilla rezamos y me habló de ti como si todavía estuvieses aquí. Desde entonces, cada vez que me impone la ceniza tiene un pequeño gesto hacia ti, el cual le agradezco.
La primavera empezó a asomar. Podía sentir cómo esos pequeños rayos de sol me acariciaban. Ya no todos los días eran grises. Seguía sintiendo miedo porque se aproximaba el verano y, con él, el primer aniversario de tu muerte y tu cumpleaños.
Julio sigue quemándome, pero aun así seguimos celebrando tu cumpleaños, porque ese día es uno de los más maravillosos de mi vida: el día que te conocí. También hacemos un pequeño homenaje el día de tu partida: soltamos un gran globo rojo en forma de corazón que te enviamos al cielo. Ese día volviste a nacer, esta vez a la vida eterna, a tu nuevo hogar, que seguro que es precioso.
Ya han pasado cinco años. El Día de Todos los Santos enciendo esa bonita vela que ya tiene otro significado. La enciendo para recordarte lo felices que fuimos a tu lado, lo orgullosos que estamos de ti y lo afortunados que somos de que formes parte de esta bonita familia. Para que sigas siendo un alma libre y sigas iluminando nuestros días.
Al final te convertiste en mariposa y pudiste volar libre a tu eterna primavera. Sigue enviándome ese pequeño petirrojo que, de vez en cuando, canta en mi ventana.
Dedicado a mi hijo Alejandro, mi gran maestro.
El tatuaje más duro y bonito que siempre llevare, porque a Alejandro lo llevo tatuado en el alma. Veinticuatro horas en mi mente y siempre en mi corazón”.






