
Llevar esperanza donde parece no haberla

Llevar esperanza donde parece no haberla
16 de noviembre de 2025
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En la Jornada Mundial de los Pobres, cinco personas que viven su fe al servicio de los más necesitados comparten su testimonio. Cada una, desde su ámbito-Cáritas, Pastoral Penitenciaria, Manos Unidas, Centro de Acogida para Inmigrantes y una comunidad educativa en las periferias-, muestra cómo el amor de Dios se hace presente a través de gestos sencillos, de la escucha, del acompañamiento y del compromiso cotidiano. Sus palabras nos recuerdan que la esperanza se construye cada día, cuando alguien se detiene, tiende la mano y reconoce la dignidad de quien sufre.


Como voluntario de Cáritas Albacete, cada día descubro que no soy yo quien lleva a Cristo a los pobres: Él ya está allí, esperándome. Mi tarea es reconocerlo.
Cuando escucho sin juzgar, cuando camino al lado sin imponer mi ritmo, cuando respeto las decisiones de quien acompaño, intento tener la mirada de Jesús: una mirada que dignifica, que cree en las capacidades del otro, que no “salva” sino que acompaña.
La parábola del buen samaritano me enseña que el amor se hace concreto: vendando heridas, compartiendo tiempo, quedándome cuando otros pasan de largo.
Recibo mucho más de lo que doy: en la fortaleza de quien resiste con casi nada, en la sonrisa agradecida, en la confianza compartida, encuentro el amor y la esperanza de Dios, que me transforman.
No me siento un benefactor, solo me siento hermano caminando junto a otros hermanos y hermanas hacia el Reino.

Hace dieciocho años sentí la necesidad de dedicar parte de mi tiempo libre en ayudar a los demás y comencé a ser voluntaria de Manos Unidas.
En 2015 tuve el privilegio de viajar a la India. De todos los proyectos que visité, hubo dos que me tocaron especialmente el corazón. El primero fue el de la formación de niñas y mujeres víctimas de la prostitución. Una de ellas me preguntó: “¿Por qué nos ayudáis sin conocernos?”
Esa pregunta me conmovió profundamente y me hizo valorar aún más el trabajo que realizamos los voluntarios por nuestros hermanos más desfavorecidos.
El otro proyecto que me impactó fue un internado para niñas abandonadas, recogidas en la calle por las misioneras, quienes las educan para que puedan llevar una vida digna y no caigan en manos de las mafias. Recuerdo cómo unas niñas me cogieron de la mano y me enseñaron sus camas; para ellas era un tesoro. Se me saltaron las lágrimas.
Por casos así merece la pena seguir trabajando y no abandonar a cientos de miles de personas -hermanos nuestros- que se mueren de hambre y no pueden llevar una vida digna como se merecen. Somos, muchas veces, su única esperanza.

El equipo humano que ejerce el magisterio en el nombre del Maestro de los maestros, y con la gracia del Espíritu Santo, en el colegio El Ave María de Albacete, es consciente del compromiso y la enorme responsabilidad enorme que asume cada día, haciendo propio el texto bíblico que nos invita a descalzarnos al reconocer que la tierra que pisamos es sagrada.
Como comunidad educativa cristiana, Avemariana, en misión compartida, y presente en los barrios de la Estrella y la Milagrosa, somos signo concreto del amor de Cristo, que nuestros y hermanos reconocen “en la cultura del encuentro”, la cual hemos hecho nuestra.
Abrimos el colegio para acoger, acompañar, cuidar, iluminar vidas, celebrar juntos, respetar procesos, buscar siempre lo que es mejor, para que todos los niños, adolescentes, jóvenes y sus familias, puedan crecer a la sombra del Ave María, construyendo juntos un futuro colmado de esperanza, en el que reconozcan la presencia amorosa de Dios Padre.
En el día a día, somos centro de puertas abiertas, dispuestos a buscar juntos soluciones y respuestas a la realidad y necesidad de todos.

En la Pastoral Penitenciaria, y a través del Taller de Lectura del que nos encargamos mi compañera Aurora y yo, ponemos en común el libro que previamente hemos leído. A través de esas conversaciones intentamos llevarles esperanza y transmitirles la misericordia de Dios, especialmente a quienes, por algún motivo, hemos caído en algún momento de nuestra vida.
En esos encuentros de los lunes por la tarde es fundamental el respeto a las opiniones de los demás, aunque no coincidan con las nuestras, y, sobre todo, terminar cada semana con la sensación de haber aprendido algo de cada historia.
Todo ello con un objetivo: ayudarles a descubrir que todos tenemos algo bueno que aportar a la sociedad, si ponemos empeño en ello, para cuando llegue el momento de la reinserción.











