4 de diciembre de 2022
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]nrique Alarcón García, presidente de Frater España, fue designado para representar a Frater Intercontinental en el proceso de la Consulta Especial para las Personas con Discapacidad promovido por el Dicasterio de Familia, Laicos y Vida. El proceso, iniciado en abril de 2021, culminó en Roma donde se reunieron los cinco miembros elegidos para ultimar el documento que fue entregado a la Secretaría del Sínodo y al papa Francisco. Esta consulta supone un verdadero acontecimiento pues nunca en la Iglesia se había solicitado, al conjunto de las personas con discapacidad, expresar sus necesidades y reivindicaciones, menos aún que estas quedaran registradas en un documento oficial.
Empezando por tu itinerario vital, ¿cómo has sentido que la Iglesia acoge la discapacidad de las personas?
A lo largo de mis 46 años de estar acompañado por una discapacidad severa, he percibido distintos enfoques hacia la discapacidad dentro de la Iglesia. Por ejemplo, una actitud muy persistente es la de “cuidar y proteger” donde se resalta la debilidad de la persona y que, como consecuencia, desemboca en acciones de carácter asistencial y paternalista. Así, la persona que tiene una discapacidad, por lo general queda relegada a ser receptora de cuidados y considerada como un objeto de piedad, incluso de lástima. Sin embargo, se ha descuidado en reconocer sus múltiples capacidades. Además, se le ha privado, con demasiada frecuencia, de participar y poder asumir tareas relevantes. Pienso, de manera contundente, que a la Iglesia le queda mucho recorrido para ir caminando hacia una Iglesia inclusiva y para todas las personas.
¿Qué logros se han conseguido en la sociedad en los últimos años en el mundo de la discapacidad? ¿Estos los logros se han hecho realidad también en la Iglesia?
Como logros principales podemos destacar el abandono de la visión médica que se tenía ante las personas con discapacidad y donde lo que predominaba era la consideración de ser “enfermos”. Hoy, gracias a las luchas sociales y reivindicaciones de las entidades de nuestro Colectivo -y donde Frater ha sido uno de los pilares del movimiento asociativo- el enfoque hacia las personas con discapacidad es desde la dignidad personal y sus derechos de ciudadanía. Otro de los grandes logros, a través de los últimos 30 años, lo constituye haber conseguido un marco jurídico y legislativo garante de nuestros derechos. Ello, a pesar de que aún queda mucho por hacer, sobre todo en el desarrollo y cumplimiento de las leyes.
En la Iglesia se van manifestando nuevas actitudes y gestos, un ejemplo cercano es la creación del Área de la Discapacidad en la Conferencia Episcopal Española y un hecho de gran importancia podemos verlo en la iniciativa del papa Francisco al motivar, para el Sínodo, la Consulta Especial a las Personas con Discapacidad.
¿Qué interpretación teológica de la discapacidad predomina en la Iglesia? ¿esta mirada a la discapacidad cómo afecta a la imagen de Dios?
Aún se entiende la discapacidad desde unas imágenes bastante tenebrosas. En unos casos se nos ve como “cristos crucificados”, elegidos por un dios terrible que se complace en un sufrimiento desmedido hacia sus criaturas y que, como consecuencia, ello debe despertar la “piedad” y el temor en su pueblo para someterse y creer ciegamente. ¡Qué imagen tan terriblemente deformada de un Dios Padre/Madre Amoroso que mima y se goza en la Alegría y la Felicidad de sus hijos amados sin límite! En otros casos -y en conexión con lo anterior- aún persiste la falsa creencia de que el sufrimiento y el dolor son un puente directo hacia la salvación. Una concepción “dolorista” que impide ver el verdadero rostro humano en cada persona y, consecuentemente, nos convierte en objetos evocadores de lastima.
El laicado es primordial para la presentación del Evangelio. ¿Qué papel tienen las asociaciones especializadas en el mundo de la discapacidad en el conjunto de la labor evangelizadora?
Creo que es fundamental rechazar el carácter asistencialista que subyace en muchas organizaciones y que les impide desarrollar una conciencia de apertura al mundo. Por ello, pienso que un movimiento que surge de la honda experiencia de marginación, exclusión, estigma y pobreza, debe convertirse en un faro que ilumine las sombras que aturden y frustran la existencia; es decir, debe ser profundamente profético. Una asociación cristiana de personas con discapacidad no puede resignarse a “ofrecer” servicios, sino que tiene que ejercer una función liberadora, a nivel personal, religioso y social. Es cierto que, hoy, en nuestras sociedades más enriquecidas, persiste el riesgo de acomodarse, incluso de interiorizar desesperanzas, pero, como laicos y laicas, nuestro compromiso cristiano nos llama, personal y asociativamente, a ser testigos activos de las Bienaventuranzas del Reino de Dios.
¿Qué oportunidades se abren para el futuro después de lo trabajado en Roma?
En los últimos años ya se estaba observando una sensibilidad distinta hacia las personas con discapacidad: el papa Francisco ha realizado comunicados con motivo del Día Internacional y, además, en documentos tan relevantes como la Encíclica Fratelli Tutti, manifestaba su preocupación por las situaciones tan frecuentes de marginalidad y exclusión, desde entonces, las palabras dignidad e inclusión están muy presentes en la comunicación eclesial. Sí, podemos ver que se observa un cambio de actitudes y mentalidad. Así, en el documento que ultimamos en Roma, ya quedó expreso un rechazo total a toda forma de paternalismo y dolorismo, lo cual supone un gran avance y realmente impensable hasta hace poco.
Pienso que estamos en un momento decisivo y que hay una buena disposición para avanzar hacia una Iglesia más inclusiva y participativa, pero no debemos descuidarnos ni caer en la ingenuidad, este proceso no “caerá del cielo” y solo será posible en la medida que las personas con discapacidad y nuestras organizaciones nos impliquemos seriamente en esta tarea que requiere un firme compromiso y paciencia.