1 de diciembre de 2024
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En el marco de la preparación para el Año Santo de la Esperanza, el sacerdote y escritor Ángel Moreno de Buenafuente del Sistal ha estado en Albacete. Conversamos con él acerca de cómo este Año nos invita a tratar con Jesús en la oración.
Don Ángel ha venido en esta ocasión a Albacete para preparar este año de la oración, que nos sirve como pórtico al Jubileo de la Esperanza.
Así es. El Papa Francisco quiso que tuviéramos un año entero de preparación para el Año Santo de la Esperanza. De este modo, evitamos que el Jubileo sea algo improvisado y disponemos nuestro corazón y ánimo para recibir esta gracia especial.
En la Biblia, el Jubileo tiene un significado profundo: recuperar la lozanía, el nuevo nacimiento, la identidad cristiana. Es un tiempo para restablecer la igualdad, tanto en la posesión de la tierra como en la dimensión social.
¿Cómo puede la oración despertar en nosotros estos aspectos del Jubileo?
La oración nos ayuda a mantener la esperanza, especialmente en tiempos difíciles como los actuales, marcados por fenómenos como la DANA, la guerra o la migración. Estas situaciones pueden llevarnos al tedio, la angustia o incluso la depresión.
Sin embargo, la fe nos permite trascender las dificultades y confiar en la misericordia de Dios. Solo desde una relación viva con un Dios providente podemos encontrar sentido a lo que vivimos, ya sea en esta vida o en la dimensión eterna. La oración alimenta esta confianza y nos ayuda a no quedarnos atrapados en el presente, sino a mirar con esperanza hacia el futuro.
¿De qué forma la oración nos descubre el rostro de Jesús?
Jesús vino al mundo enviado por el Padre para mostrarnos a un Dios cercano, un Dios que es amor y misericordia. Esto nos libera del miedo o la angustia que podríamos sentir ante un Dios distante o inalcanzable.
San Juan nos dice: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo”. Al encontrarnos con Jesús en la oración, descubrimos un Dios personal, que nos acompaña, nos ama y nos invita a una relación íntima. Como dice Jesús en el Evangelio de Juan: “El que me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”.
La oración es el medio por el cual podemos vivir esta relación profunda con Jesús, un Dios que es amigo y compañero.
¿Qué actitudes debemos tener para ser personas orantes que descubren a ese Dios?
Lo más importante es orar, no tanto cómo hacerlo. La oración puede adoptar muchas formas: desde un pensamiento silencioso, una meditación, la lectura de las Sagradas Escrituras, hasta la recitación de una breve súplica, como el ciego de Jericó: “Jesús, hijo de David, ten piedad de mí”.
La clave está en mantener una relación viva con Dios. Como decía Santa Teresa: “Oración no es otra cosa, a mi entender, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”.
Así como en una relación de amistad hay gestos variados —hablar, escribir, abrazar—, la oración tiene múltiples formas. Puede ser en silencio, larga o breve, pero siempre debe estar presente en nuestra vida. Es, como dicen los teólogos, la respiración de la fe: cuanto más creemos, más oramos.
Y ahora en Adviento, podemos unir muy bien la oración con la esperanza.
Adviento es el tiempo de la esperanza por excelencia. Es un pórtico perfecto para prepararnos al Jubileo, cuando el Papa abra la Puerta Santa en Roma.
En Adviento, la Palabra de Dios nos llena de augurios, promesas y profecías que culminan en la Nochebuena. Ese día celebramos que Dios se nos revela en un niño pequeño, el Emmanuel, que nos acompaña y nos invita a dejarnos atraer por su sonrisa y su mirada de amor.