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5 de junio de 2022

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A lo largo de la historia de la Iglesia, no creo que se haya reconocido a los seglares como personas con una vocación, esta correspondía al ministerio del sacerdocio o a la vida consagrada, pero nunca se llegó a considerar que la vocación laical fuera eso, una vocación, sino el resto, lo que sobra.

Ciertamente la percepción de la figura de hombres y mujeres laicos ha cambiado mucho. Ahora, los miembros de la Iglesia lo presentan como vocación al mismo nivel que las otras dos, de hecho, la constitución dogmática del Vaticano II Lumen Gentium sobre la Iglesia, dedica todo el capítulo IV a los laicos. A pesar de que los laicos todavía no somos capaces de intuirlo así, si vamos comprendiendo esa igualdad por nuestra condición bautismal que nos hace a todos hijos de Dios y hermanos en Cristo. Todo esto se ha percibido en las conclusiones recibidas en esta fase sinodal diocesana que ha finalizado.

Sin duda ha supuesto un trabajo complejo, difícil y esclarecedor, además de un motivo para la reflexión para todos aquellos que decidieron responder a la petición realizada por nuestro Papa.

Ha sido una tarea ardua para muchos grupos parroquiales, grupos de movimientos y otras realidades, porque a todas las ocupaciones habituales de cada grupo era necesario sumar una más: el discernimiento de lo que en este Sínodo se nos pedía bajo el amparo y la protección del Espíritu.

Uno de los aspectos más positivos en todo este proceso ha sido la libertad con la que ha hablado la gente que ha participado, esto nos puede llevar a pensar, sin ser un dato objetivo sino una mera percepción, que tal vez algunos miembros de la Iglesia, sentían el deseo y la necesidad de hablar sobre ella desde el corazón y desde esa libertad.

A nivel diocesano y en la inmediatez, las actividades habituales seguirán el curso al que estamos acostumbrados, como se ha venido haciendo siempre e incluso varios de nosotros tal vez veremos como una liberación y descanso el que esto haya ¡por fin! acabado, salvo que queramos escuchar con atención lo que nos pedimos unos a otros bajo esa acción del Espíritu, un Espíritu que posiblemente tras la lectura de los documentos aportados, nos está abriendo y mostrando nuevos caminos a coger en la Iglesia, a la vez que también nos pide mantener otros.

Cuatro son los temas donde más han hablado los fieles de la diócesis de Albacete en sus conclusiones y que reclaman para esta Iglesia del III milenio:

La formación. Sin duda es la palabra que más veces ha estado presente en los diferentes textos. Las aportaciones de forma unánime demandan formación. No se podrá comenzar a andar por el camino que el Espíritu nos muestre, si no hay una buena formación previa: formación en la escucha, formación pastoral, catequética, bíblica, de acompañamiento, espiritual, y también formación para seminaristas y sacerdotes.

La escucha. Un porcentaje alto de las conclusiones de los diferentes grupos y realidades de esta diócesis denotan una falta de escucha en la Iglesia, no solo la falta de escucha sino ¿qué disposición hay para escuchar y de qué manera?

La necesidad de una escucha que permita acompañarnos entre los que formamos parte de la Iglesia. Una escucha también dirigida a los alejados, y la forma de escuchar a nivel diocesano y a nivel de la Iglesia universal. Y junto a la escucha debe haber un diálogo, un diálogo con un lenguaje comprensible, adaptado a la sociedad de hoy para ser entendibles por los que no están cerca y poder entablar conversaciones tan necesarias entre unos y otros.

La Iglesia debe generar espacios de cercanía, facilitar lugares libres de prejuicios donde se favorezca ese diálogo. Tenemos que hablar y abandonar el silencio como mejor respuesta por no molestar.

Un tercer tema planteado y recogido de las opiniones de la diócesis, es la necesidad de una reflexión del comportamiento de todos los miembros y una revisión también de las normas de la Iglesia con el fin de promover y permitir que esta camine bajo la luz del Evangelio y que facilite más el ser misericordiosa, acogedora, abierta, comprensiva, cálida, sencilla, austera, auténtica, coherente, unida, una Iglesia de acción y denuncia, no encerrada en sí misma, pobre, fraterna, misionera y por supuesto, llena de gratuidad.

Corresponsabilidad. Participación. Decisión. Es el último de los temas que ha resaltado por encima de muchos otros. Si somos corresponsables, todos debemos participar, y si todos participamos, todos debemos decidir.

Transformar la sociedad mediante la traída del Reino es el cometido de todo cristiano, un cometido que requiere de una conversión en cada uno de nosotros, esta es la gran misión que nos debería unir a todos, tanto los que han participado en este Sínodo como los que no. La gran dificultad que entraña es cómo hacer y recorrer ese camino conjuntamente desde el amor que nos enseñó Jesús.

Lo que más se vislumbra y respira son las ganas y necesidad de hacer algo, porque hay un despertar del laicado que lejos de convertirse en un obstáculo, división y enfrentamiento, será una ayuda, consiguiendo así entre todos la verdadera comunión, teniendo a Jesús siempre en el centro de todo cuánto hagamos y con la garantía mutua de sentirnos verdaderos hermanos en Cristo, de no apartar a nadie del camino y ser, en definitiva, más obreros para esta mies.