12 de junio de 2022
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En la fiesta de San Juan de Ávila, patrón del clero secular español, los sacerdotes y diáconos de la Diócesis celebraban el Jubileo Sacerdotal en el santuario de Cortes. En este día de Encuentro también tuvo lugar la conmemoración de las bodas de plata de tres presbíteros, los cuales, nos ofrecen hoy un pequeño testimonio de estos veinticinco años como sacerdotes
UN DÍA CUALQUIERA EN LOS VEINTICINCO AÑOS DE UN CURA
Como tantas veces, iba rezando al volante de su coche. Hacía mucho calor. El climatizador apenas había logrado apaciguar el bochorno del habitáculo y el volante quemaba. Llegó a su casa. Entró en el despacho y buscó la carpeta negra donde guarda desde hace veinticinco años fotos, cartas, recortes de prensa y revistas con las entrevistas que le hicieron cuando se ordenó de cura, junto con algunos escritos con sus reflexiones de aquellos meses.
El paso del tiempo apenas había hecho mella ni en los recuerdos ni en los papeles. Por unos minutos se zambulló en la lectura y contemplación de todo aquello. Arrancó una hoja en blanco del cuaderno que utiliza en sus ejercicios espirituales y escribió a toda prisa: “Te llaman el cura porque Dios quiere que tu vida la dediques a curar el alma de la gente. Y recuerda que eres más auténtico cuanto más te pareces a lo que Dios ha soñado de ti mismo.”
Metió la hoja en la carpeta, la cerró y la volvió a guardar en su sitio. Subió al coche y puso rumbo a la colina donde tantas veces su buen Dios le curó las heridas de su alma. Al subir la cuesta, mientras las campanas llamaban a la oración, rezó en sus adentros: “Dichoso el que se abandona a ti, oh Dios, en la confianza del corazón. Tú nos guardas en la alegría, en la sencillez, en la misericordia”. A los siete días volvió a su casa y continuó con su tarea.
Carlos Garijo Serrano
Siempre me he sentido en mi tarea acompañado por Dios
Para los que no me conocéis me llamo Antonio José. Tengo 49 años y actualmente me encuentro en la parroquia de San Isidro de Almansa. Este año estoy celebrando mis veinticinco aniversarios como sacerdote.
Tengo que confesaros que el tiempo ha pasado muy rápido, pero tengo que reconocer que han sido intensos pues la vida de un sacerdote puede ser de todo menos monótona y apasionante.
Recuerdo el día de mi ordenación un seis de diciembre de mil novecientos noventa y siete. Un joven, un poco asustado y gozoso a la vez, que desde niño había estado en el Seminario preparándose para ser sacerdote y que llegaba su gran día.
Recuerdo las palabras de compañeros de ánimo y de alegría, pero sobre todo una de las oraciones que decía: “Que el Señor que comenzó esta obra buena la lleve a buen término”. Esta oración me ha acompañado siempre, recordándome mi servicio y disponibilidad a Dios. Durante estos años he pasado por momentos de todo tipo, pero siempre me he sentido en mi tarea acompañado por Dios.
En estos días me preguntaba que quedaba de aquel joven que dijo sí a Jesucristo, con las palabras de Pablo: “Con temor y con temblor”. Puedo decir que queda lo esencial: la sencillez, la cercanía, el deseo de servir, la entrega, acompañar a las personas en sus diferentes situaciones y anunciar la gran novedad del Evangelio como buena noticia con hechos y palabras y sobre todo luchando diariamente para hacerlo con coherencia en mi vida personal.
Todos los días desde que me ordené, me esfuerzo por ser un buen pastor que el único aroma que quiere en su cuerpo y en su espíritu es, en palabras del papa Francisco: “Tener el tufo del olor del maestro Jesús y de las gentes con las que tengo que caminar y acompañar”.
Resumo estos veinticinco años con dos palabras: Perdón y Gracias.
Perdón a Dios por mis equivocaciones y porque en muchos momentos he fallado a Dios, a mis compañeros y a las personas que acompaño.
Gracias a Dios por confiar en mí. Gracias a mis compañeros sacerdotes de los que he aprendido mucho, por la forma en que me han acompañado y me han animado a continuar en esta tarea y gracias a todas las personas que con su testimonio de vida me han ayudado a ser mejor persona y sacerdote.
Antonio José López Gómez
El sacerdocio es la razón de mi vida
El 6 de julio se cumplirán 25 años de mi ordenación sacerdotal en la catedral de Toledo, allá en el cada vez más lejano, aunque a mí me parece que fue ayer, 1997. Fue el verano del asesinato de Miguel Ángel Blanco, (recuerdo aquellos días de primeras misas, encomendando al concejal secuestrado), de la muerte de la princesa Diana y de Santa Teresa de Calcuta. Un verano muy movido en los medios de comunicación. Para los que fuimos ordenados, un verano en el que estrenábamos nuestro sacerdocio, llenos de ilusión y agradecimiento.
El día 8 celebraba en mi parroquia, La Asunción, mi primera misa solemne, aunque el día anterior, en la intimidad de mi familia, pude celebrar en la capilla de la Virgen de los Llanos, agradeciendo a la Virgen el don recién recibido. Don Pedro Serrano me regaló el poder subir al camarín para venerar la Santa Imagen.
Durante estos años he tenido unos cuantos destinos: dos años en Espinoso del Rey, de la archidiócesis toledana, y ya en Albacete, tres años en Alborea, siete en Letur, tres en Alcaraz (sin olvidar las parroquias anejas a esos destinos) y en la actualidad cuento diez años en Albacete, en la parroquia de El Sagrado Corazón y en diversos servicios en el Obispado. Años sirviendo a la Iglesia donde ella ha querido, con muchas deficiencias, pero también con muchas gracias del Cielo.
Cuento con agradecimiento los enfermos y mayores a los que he asistido en sus últimos años, aprendiendo de ellos, encomendándome a sus oraciones y sufrimientos. Los niños de la catequesis, los monaguillos (alguno de ellos hoy sacerdote), y como no, los compañeros sacerdotes que, en cada destino, han sido apoyo en tantas ocasiones, haciéndome sentir hermano en una gran familia. El sacerdocio es la razón de mi vida y solo puedo dar gracias a Dios por haber puesto su mirada en mí, por haberme llamado a ser, en palabras de San Juan de Ávila, de su cámara y secreto.