Inicio ministerio obispo Ángel Román: primera alocución a la Diócesis

Inicio ministerio obispo Ángel Román: primera alocución a la Diócesis

3 de mayo de 2025

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Lo primero, dar gracias a Dios por todos. Por el esfuerzo de estar en esta catedral preciosa, rezando y construyendo Iglesia. Gracias especialmente a los que os habéis acercado con muletas, andadores, máquinas de oxígeno, sillas de ruedas o con un montón de pastillas para sobrellevar los dolores y poder disfrutar juntos de este día.

Gracias por la presencia de las autoridades civiles y militares. Vuestro estar aquí lo vivo como gesto de unión, que manifiesta las ganas de unir fuerzas en la construcción de un mundo más luminoso y esperanzado.

Gracias por la acogida alegre y sincera de mi diócesis de Albacete, y por la despedida emocionante y eclesial de mi diócesis de Alcalá. Gracias Arganda, Moratalaz, Colmenar Viejo, Alcalá, San Fernando y Torrejón. Gracias a quienes no habéis podido venir, pero estáis aquí muy presentes participando con vuestra oración y cariño. Gracias a quienes, por enfermedad y otras mil circunstancias, participáis viendo la tele o escuchando la radio desde casa, el coche o en la cárcel. Os dije que os haría un guiño. Carlos, Roger, Javi, Francisco, Vanesa, Angi, Carolina… y tantos, que no puedo nombrar a todos. Gracias a los que habéis podido venir desde la cárcel de Estremera, haciendo presente a toda esta gente. Poned vuestra confianza en Dios, que es el que libera, nos quiere y nos trata con la dignidad de verdaderos hijos. Él está con nosotros siempre y nos da mil oportunidades. La esperanza en nuestro Dios no defrauda.

Gracias a los que habéis trabajado de forma especial por mantener la diócesis albacetense en pie. Os uno en la figura de don Julián, hombre de Dios amante de la diócesis que se ha desvivido para llegar y servir a todos. Una oración especial por tu madre, Julián.

Gracias a sacerdotes, diáconos y obispos, sobre todo, a los que habéis servido en la diócesis de Albacete. Gracias don Francisco por su generosidad y su sencillez. Gracias don Antonio y don Jesús por vuestra cercanía y apoyo. Doy gracias por presentarme a monseñor Auza, nuncio en España; y gracias por querer estar a mi lado en la celebración a mi maestro Ángel y a Juan Ángel, delegado del clero: teniéndote al lado he querido significar la unión y sentir a todo el clero de Albacete a mi lado.

Gracias a todos los religiosos. Mención especial a las monjas de clausura que estáis aquí acompañando, y a María Jesús y a mis “capellanas” que me fortalecen desde sus conventos y casa. Rezamos por Victoria, de las carmelitas de Albacete, que cumple hoy 70 años de profesión religiosa.

Gracias a los que habéis preparado esta celebración y la habéis engrandecido con el servicio que cada uno ha hecho. Gracias a los que interceden desde el cielo, y gracias también a los que me he ido encontrando por la calle y, con tanta alegría, muestran su acogida. Repito: gracias a Dios por cada uno de vosotros.

Comienzo esta etapa nueva en un momento histórico muy significativo y peculiar. Por un lado, celebramos el 75 aniversario de la diócesis; además, es el Año Jubilar de la Esperanza; y, por último, ayer cuando celebré la misa, no pude nombrar al Papa ni al Obispo (aprovecho para pedir oración por el cónclave). Estos tres acontecimientos que os he señalado, pueden marcarnos la dirección por la que creo que se puede caminar en este tiempo que nos ha tocado vivir. Intento concretar:

Los 75 años nos hacen sentir que somos herederos y continuadores de una historia. Con la bula Inter Praecipua se erigió una diócesis con pueblos que habían pertenecido a las sedes de Cartagena, Cuenca y Orihuela; en 1966 se terminaron de anexionar los pueblos de la archidiócesis de Toledo que pertenecían a nuestra provincia de Albacete. Comenzamos siendo de la provincia eclesiástica de Valencia y, en 1994, pasamos a formar parte de la de Toledo. En estos movimientos “administrativos” se refleja el espíritu de una diócesis joven e inquieta que une realidades similares para servir mejor al pueblo de Dios.

Estamos llamados hoy a mantener ese espíritu de búsqueda, todos juntos, recogiendo los frutos del trabajo de estos años de atrás representados en los tiempos de don Arturo, don Ireneo, don Victorio, don Francisco, don Ciriaco y don Ángel Fernández; enriqueciendo las líneas pastorales recibidas y proponiendo acciones evangelizadoras que respondan a las necesidades que hoy tenemos. Aprendemos del pasado, escuchamos al presente y proponemos caminos de vida para seguir avanzando.

El Año Jubilar de la esperanza nos hace caer en la cuenta de cómo evangelizar. Somos Peregrinos de Esperanza. “Somos” en plural: todos, con la riqueza de cada uno. Es una llamada a la comunión y a hacer lo que la Iglesia tiene que hacer: llevar la esperanza y la alegría en el Señor a todos.

Es momento para disfrutar la misión y experimentar el orgullo de haber sido elegidos para una tarea tan impresionante. Es tiempo de celebrar fiestas patronales, romerías, bodas, bautizos, aniversarios, tradiciones como la de los mayos de anteayer… Es tiempo de proyectos, de peregrinaciones, de reírnos juntos. Es tiempo de dar gracias a nuestros mayores, a la gente buena, a los que se entregan, a los sencillos, a los que tienen iniciativa, a los que están a nuestro lado, a los que rezan por nosotros, a los que aman y se dejan querer…

Y, evidentemente, es tiempo de llevar la alegría y la esperanza en el Señor a las realidades en las que hay muerte, desarraigo, pobreza, exclusión, división, paro, deshumanización, vacío en el jolgorio, miedo, oscuridad, sinsentido y todo tipo de sufrimiento. Ahí está también la Iglesia madre que acompaña; Iglesia maternal que protege y da seguridad; que acoge con misericordia y ternura; que escucha y toma en serio; que anima al perdón; que se duele con el dolor de sus hijos y de todos; Iglesia que acompaña y fortalece al pie de las cruces de cada uno; madre que, a pesar de no ser bien tratada tantas veces, no deja de velar para que a nadie le falte, como en las bodas de Caná, la alegría del Señor significada en el vino.

En la parroquia de la que hoy dejo de ser párroco, hemos hecho una oración para el jubileo en la que resumimos lo que creemos que es el espíritu de lo que tiene que ser la Iglesia. La hemos repartido con los libritos de la ordenación para que podamos terminar esta alocución leyéndola juntos, de manera que todos anunciemos el mismo mensaje y nos sintamos protagonistas de la marcha de esta Iglesia peregrina de esperanza: Iglesia que anuncia a Dios y lleva su paz y su alegría; que mira adelante, sin lastres ni rencores; Iglesia que abre puertas, que propone soluciones y siempre busca reincorporar a los hermanos al camino de la vida; Iglesia humilde, que tiene que dejarse levantar y que levanta con la fuerza del Resucitado; Iglesia que se fortalece en la oración y en la comunión; Iglesia de hermanos que se quieren de verdad; Iglesia que da vida y camina a la Vida.

Y lo de no nombrar Papa ni al obispo es una invitación a responder a las llamadas que Dios nos hace. Él ha querido contar con todos sus hijos para llevar a cabo la historia de la salvación. A cada uno nos ha reservado una tarea en el que vamos a poder realizarnos como personas y aportar nuestro grano de arena en el proyecto redentor del Señor. A eso se llama vocación. Si no respondemos a lo que Él nos pide, somos menos felices y además nuestro sitio se queda vacío. Desde el impacto que provoca la ausencia del Papa y del Obispo, os invito a que echemos un vistazo alrededor y veamos qué vacíos hay, y qué sitio me pide el Señor que llene. Apunto alguno: faltan sacerdotes, matrimonios que se unan de verdad, no se tienen hijos, el mundo de la política necesita muchos más cristianos convencidos, hay muchas soledades… que cada uno piense. Dios sigue llamando. La cuestión es escucharle y decirle sí: ¡Aquí estoy, mándame!

Tenemos por delante un reto apasionante de libertad y esperanza; y tenemos la suerte de poder afrontarlo juntos, cogidos de la mano de Jesús y de María. Estoy deseando continuar la marcha con todos vosotros.

 

+ Ángel Román Idígoras
Obispo de Albacete