5 de julio de 2020
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En el mes de julio, numerosas familias suelen iniciar las vacaciones veraniegas con masivos desplazamientos a sus lugares de descanso. Un año más, y son ya cincuenta y dos, coincidiendo con el inicio de estos desplazamientos masivos, el Departamento de la Pastoral de la Carretera de la Conferencia Episcopal Española promueve la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico.
“Jesús recorría las ciudades y pueblos” (Mt 9,35)
Es la cita bíblica de Mateo, que sirve de lema para la Jornada de la Responsabilidad en el Tráfico 2020, el evangelista nos dice que: “Jesús recorría las ciudades y pueblos enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curanto toda enfermedad y dolencia” (Mt 9,35). San Pedro, testigo privilegiado, lo expresará de manera semejante: “Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, (que) pasó haciendo el bien” (Hch 10, 37-38). Eso significa, aplicado a nosotros, no pasar indiferente ante los problemas y limitaciones de quienes se cruzan en nuestro camino. Significa escuchar, decir una palabra de aliento, curar heridas. Significa tejer relaciones fraternas. Significa, en definitiva, amar, porque, como nos dice san Juan, “todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4,7-8).
“Expreso mi gratitud, dice el papa Francisco, por todos los artesanos del bien común, que aman no con palabras sino con hechos”. Entre estos están “aquellos que se mueven en el tráfico con sabiduría y prudencia, respetando los lugares públicos”. Ser buen conductor no es alardear de ello con arrogancia y sin rubor, y mucho menos si se pretende humillar, como a veces sucede, a algún compañero. La prepotencia y el orgullo no son buenos compañeros de viaje. El verdadero compañerismo, en la profesión o en la empresa, se construye sobre el servicio, la humildad y la ayuda mutua.
“Pasar haciendo el bien”, a pesar del estrés y la tensión que conlleva a veces el trabajo, no es fácil; pero tampoco imposible si uno se empeña, cada día, en ser “artesano del bien común”.
Todos somos testigos de cómo “la mucha prisa” genera nerviosismo y se traduce, si falta el autocontrol, en intemperancias, insultos o en adelantos peligrosos que ponen en riesgo la propia vida y la de los demás. Tengamos presente lo que nos decía el papa Francisco, advirtiendo de cómo el escaso sentido de responsabilidad está causado «por unas prisas y una competencia asumidas como forma de vida que convierte al resto de conductores en obstáculos«.
“La forma en que conducimos es una expresión de nuestra bondad”; lo es el autocontrol, no la ley de la selva.“El deber de justicia y caridad, dice el Concilio Vaticano II, se cumple contribuyendo cada uno al bien común, según la propia capacidad y la necesidad ajena… sin subestimar las normas de circulación”.
La vida, el don más precioso
Y es que “La vida y la salud física, son bienes preciosos confiados por Dios. Debemos cuidar de ellos racionalmente teniendo en cuenta las necesidades de los demás y el bien común”. A la luz de estas palabras del Catecismo de la Iglesia Católica, podemos entender lo importante que ha de ser para todos los conductores la corresponsabilidad y alcanzar la total seguridad vial en nuestras carreteras. Conseguir este fin es tarea de todos.
El tráfico es una realidad de la vida de cada día y sus efectos sobre la vida de muchas personas pueden ser dramáticos, pues éstos, como nos dicen los expertos, se deben a menudo a errores humanos: velocidad excesiva, adelantamientos prohibidos, no respeto de las señales de tráfico, exceso de alcohol, etc. Estos dramáticos hechos no pueden dejar indiferentes a nadie, sino, como dice el papa Francisco: «Nuestro mundo ve cómo se multiplican los movimientos, por lo que una movilidad eficiente y segura se ha convertido en una exigencia primaria e imprescindible para una sociedad desarrollada que asegura el bienestar de sus miembros».
En España, durante los últimos años, vemos con agrado que los accidentes graves de circulación, así como los muertos en carretera, van disminuyendo, pero sigue habiendo demasiado dolor y muerte. Con un mayor empeño de todos, podemos evitarlo en gran medida.
Respetemos las normas de tráfico no por miedo, sino por convicción. El papaFrancisco ha apuntado, en alguna ocasión, que entre las funciones más importantes de la policía de tráfico “está la de perseguir las infracciones de las normas de tráfico, así como prevenir los accidentes”. Junto a las sanciones, ha pedido “acción educativa que dé mayor conciencia de las responsabilidades que se tienen cuando se viaja”. En su opinión, «para incrementar la seguridad no bastan las sanciones, sino que se necesita una acción educativa que conciencie más sobre las responsabilidades que se tienen sobre quienes viajan al lado«. ¿Pensamos alguna vez con calma, sobre la grave responsabilidad que asumimos cuando viajan con nosotros otras personas? Es como llevar con nosotros algo valiosísimo, pero muy frágil, que tenemos que cuidar y tratar con sumo cuidado y cariño.
Animamos a no cejar en la educación vial a los niños y jóvenes de edad escolar, así como a concienciar a todos los conductores y peatones que, en buena parte, la seguridad vial depende de cada uno de nosotros, de cómo conducimos y nos comportamos. Decimos en buena parte, porque somos conscientes de que hay muchos puntos negros en nuestras carreteras, e incluso, en muy mal estado el firme de algunas de ellas, que también constituyen, en sí mismas, un grave peligro, para poder terminar felizmente el viaje.