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26 de septiembre de 2021

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Aun en medio de un año complicado y difícil celebramos la Jornada del Migrante bajo el lema: «Hacia un “nosotros” cada vez más grande».

Es una ocasión para tomar conciencia de la situación del mundo en el que vivimos ante el desafío de las migraciones y las oportunidades que nos ofrecen de cara al futuro.

En esta Jornada, el papa nos coloca de nuevo ante el horizonte de la fraternidad y nos hace una nueva invitación en la que pone delante la vacuna definitiva que la familia humana necesita: salir de un «nosotros» pequeño, reducido por fronteras o por intereses políticos o económicos, para ir a un «nosotros» incluido en el sueño de Dios, en el que vivamos como hermanos compartiendo la misma dignidad que él nos da. Es un movimiento interno que pide saltar la barrera del «ellos», para atrevernos a pronunciar un nuevo «nosotros» que abrace a todo ser humano. Es fácil entenderlo para quienes pronunciamos el Padrenuestro como oración venida de Cristo que nos coloca en la disposición de vivir como hijos.

Hemos pasado un año complicado. Con la pandemia no olvidamos las dramáticas crisis migratorias, tanto en las fronteras de Canarias como en Ceuta y Melilla. Las personas vulnerables en movimiento siguen llamando a nuestras fronteras. Con ellas sentimos que estamos juntos en un mundo plagado de catástrofes, de guerras y consecuencias del cambio climático que siguen obligando a muchos a salir de su tierra.

Tampoco dejamos de preocuparnos y rezar por el dolor de quienes, a poco de llegar, intentan abrirse paso en nuestra sociedad y que, en poco tiempo, ha agrandado sustancialmente su desigualdad.

En este tiempo también hemos aprendido a constatar que todos estamos interconectados, que compartimos destino y viaje. Sabemos que estamos en el mismo barco en medio de muchas tormentas, donde o permanecemos juntos, o perecemos juntos.

El Espíritu Santo no cesa de ofrecernos una mirada amplia y esperanzadora para poder tejer un futuro donde cada vez el «nosotros» que pronunciamos, pequeño, limitado y que gira alrededor de nuestros intereses, se va transformando en un «nosotros» fraterno y evangélico, que nos vincula y nos da un horizonte al que dirigirnos desde nuestras diversas vocaciones.

Por eso, ahora, este «nosotros» se abre como un camino que hay que emprender entre las fronteras del descarte y de los muros que hemos de detectar, pero es el proyecto que Dios Padre tiene para seguir gestando una humanidad de hermanos.

• Un «nosotros» que crece en cada corazón que se atreve a ser samaritano. Ante el grito de tantos, el papa Francisco siempre nos propone, antes que nada, «ensanchar el corazón» ante los que llegan, porque «todos somos responsables de la vida de quienes nos rodean» (Francisco, JMMR 2013).

La Jornada nos pide una respuesta para elegir con qué ojos miramos. Desde la seguridad encapsulada de una Europa en invierno demográfico, desde el baile de los juegos geopolíticos o los intereses partidistas, o con la mirada de nuestro Padre que nos pide humanizar las crisis, responder socialmente con mirada a largo plazo desde el horizonte de la fraternidad humana, denunciando la instrumentalización del dolor y la pobreza.

• Un «nosotros» que crece en cada comunidad cristiana cuando aprendemos a acoger, proteger, promover e integrar. Así lo vivimos en cada rincón donde celebramos esta Jornada que nos ayuda a ser parábola del reino de Dios allí donde caminamos.

«Cada forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica con el extranjero» (Francisco, JMMR 2018). El «nosotros amplio» pide poner todo nuestro esfuerzo para incorporar en la vida comunitaria el grito de los migrantes y refugiados, los que llegaron y los que al otro lado de la frontera golpean nuestras puertas. Una comunidad no será madura hasta que no sepa vibrar, discernir e incorporar este clamor.

La cultura del encuentro será la llave para facilitarnos que allí donde camine la Iglesia se abran puertas y, además, posibilite que el migrante pueda incorporarse cada vez más, en todos los procesos de participación, de vida y de fe.

• Un «nosotros» que crece al desplegar nuestra vocación católica como Iglesia que responde unida a este signo de nuestro tiempo.

Es una llamada para entrelazar nuestros esfuerzos misioneros. Se trata de incorporar las vidas de los migrantes en el horizonte común de cuanto hacemos, vivimos y celebramos. No perdemos de vista que «todos nosotros» estamos convocados a significar de forma creíble la centralidad del amor de Dios y la bienaventuranza del Evangelio como signo del reino de Dios.

Un clamor global como la migración pide una respuesta integral y en comunión, como Iglesia que sabe fijar su mirada en Cristo samaritano. Él nos anima a servir en su nombre dando respuestas integrales, en las que aprendemos a entrelazar nuestras diversas pertenencias eclesiales o carismas a las sensibilidades. Todos necesarios y amasando nuestras posibilidades desde un «nosotros» que abraza y acoge.

• Un «nosotros» que se hace grande cuando aprendemos a caminar con la sociedad civil, aportando nuestras miradas de fe y la sabiduría de nuestro camino. La migración ha amasado la historia de la humanidad, especialmente la de Europa, en su cultura y en su economía. Gracias a ella hemos recogido crecimiento, dinamismo social y nuevos desafíos. La realidad nos pone delante la pandemia actual, la crisis demográfica, el cambio climático, la seguridad de las fronteras y la creciente desigualdad social. En la respuesta a todos estos retos, la migración tiene un puesto y un papel y, por ello, es necesaria una ética fuerte y una política migratoria eficaz en clave inclusiva.

Para responder en clave de «nosotros» se nos llama a poner todo el esfuerzo en constituir, con todos, un sistema que normalice la migración legal y segura a largo plazo, y que se base plenamente en una ética apoyada en los derechos humanos, en el horizonte de fraternidad universal y en el derecho internacional. Esto nos abre a la tarea de ayudar a recrear el modelo de ciudadanía que propicie una cultura de la integración que, además, aprenda a globalizar la responsabilidad de vivir juntos en esta casa común.

La salida es incorporar aquello a que Fratelli tutti invita: «Una mejor política, política puesta al servicio del verdadero bien común» (FT, n. 154). Es la necesidad de ayudar a generar políticas y legislación que favorezcan a quienes llegan y que potencien la ayuda necesaria para el desarrollo de los países de origen (FT, n. 132). Ahí es donde entra la importancia del Pacto Global por las Migraciones y la iniciativa de políticas internacionales que garanticen estos derechos desde el «nosotros» inclusivo y amplio que mire la fraternidad como «nueva frontera».

Los cristianos somos parte del «nosotros». No podemos dejar solos a los que toman las decisiones, ni a los gobernantes ni a quienes gestionan la crisis.

Es hora de incorporar el grito de tantos y de acoger las huellas ya marcadas. Por eso agradecemos todo el camino emprendido en este tiempo por quienes hacen de puentes de esperanza para tantos desde sus comunidades.

También damos gracias a Dios por esa parte del «nosotros» que está en primera línea de acogida, por los que intentan establecer vínculos entre las diócesis de origen, las de primera acogida y las de destino, recordando que es la Iglesia quien está en los lugares de salida y de llegada. Gracias a los que ponen las bases para establecer vías legales de migración sobre pactos migratorios sostenibles y a los que abrazan a los que llegan en nombre de Jesucristo.

Gracias, en definitiva, a quienes acogéis la voz que señala que «todos estamos en la misma barca y estamos llamados a comprometernos para que no haya más muros que nos separen, que no haya más “otros”, sino solo un “nosotros”, grande como toda la humanidad» (Francisco, JMMR 2021).