Heliodoro Picazo: ‘La misión cambia la propia vida y la de otros’

Heliodoro Picazo: ‘La misión cambia la propia vida y la de otros’

3 de agosto de 2025

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En la reciente presentación de la memoria de actividades de 2024 de Obras Misionales Pontificias (OMP) España, el misionero albaceteño Heliodoro Picazo Hernández compartió con los medios su testimonio de vida y entrega como misionero en Guatemala, donde ha desarrollado su labor evangelizadora y social durante más de 40 años.

Heliodoro, en esta memoria se habla de muchos misioneros en el mundo. España es el país que más misioneros tiene, y el segundo que más recauda. Son datos positivos, ¿verdad?
La verdad es que sí. La aportación, la colaboración, la generosidad, sentirnos todos misioneros, toda la Iglesia con nuestra oración, con nuestra colaboración, y también con la cercanía y el ofrecimiento de nuestras vivencias, de nuestras dificultades, de nuestras enfermedades… ponerlas junto a la Cruz de Jesús, para que la pasión vaya siendo también resurrección.

¿Siguen haciendo falta misioneros?         
Hacen falta, y hace falta también querer comenzar de nuevo. Yo decía un poquito en mi testimonio que la teología la aprendemos en el Seminario los sacerdotes, pero la vida la aprendemos con los pobres. Es como conducir: cuando uno aprende, se examina y aprueba, no está aún preparado para conducir del todo, solo está listo para dar los primeros pasos, para mirar a un lado y a otro. Ser sacerdote es también dejarse hacer por el pueblo y por el pobre. Todos somos misioneros, todos aprendemos unos de otros. A veces enseñamos un poquito, pero casi siempre aprendemos mucho más.

En 2024, había 9.648 misioneros españoles en el mundo. El 53% son mujeres, y la mayoría (65,29%) están en América. ¿La misión te cambia la vida?  
Sí, yo creo que es la segunda conversión. Todos tenemos como seminaristas ese momento de la llamada del Señor para entrar al Seminario, para servirlo, y vamos acomodando nuestra vida, nuestra respuesta, a lo que Él nos va diciendo. Pero el Señor nos sigue llamando, incluso ya siendo sacerdotes, y tenemos que seguir convirtiéndonos, no solo para predicar a los demás, sino también para vivirlo nosotros. Todos los que hemos pasado por las misiones, especialmente en mi caso en Guatemala, en Petén, estamos tremendamente agradecidos por lo que hemos recibido.

Los proyectos que hemos hecho son proyectos que parten de la vida: asegurar alimentos, medicinas, educación… para que haya ciudadanos capaces de cambiar la realidad. El trabajo y la tarea de llevar el Evangelio y la Buena Noticia se hace siempre junto a proyectos de superación social, diríamos, cosas que aquí damos por hechas, pero que allí hay que luchar por conseguir, siempre con la gente.

La misión te cambió la vida a ti, Helio, pero también cambia la vida de los demás.           
Sí, también cambia la vida de los demás. Yo siempre cuento esa anécdota de un niño que caminaba por la playa, donde muchas estrellas de mar quedaban varadas y morían. El niño, cada día, recogía algunas y las lanzaba al mar para que pudieran vivir. Alguien le preguntó: «¿Qué estás haciendo? ¡Es inútil! Muchas van a morir igual». El niño cogió una estrella, la lanzó al mar y dijo: «Dile a esa que fue inútil lo que hice por ella». Así es como se cambia el mundo.

Yo recuerdo el proyecto del colegio. Cuando alguien me preguntó: «¿Usted es el padre Heliodoro? Yo estudié en su colegio”, yo respondí: «No, el colegio era del barrio, lo hicimos entre todos. El dinero vino de España, de la gente que colaboró, y también de mi propio bolsillo». La gente se supera, mejora su nivel de vida, logra más que sus padres, comprende que con su trabajo puede estar contenta y hacer que su país progrese.

Hemos hecho proyectos de gallinas ponedoras, de mecanografía, de corte y confección, de formación de catequistas… para que puedan evangelizar, para que puedan predicar la Palabra de Dios acorde con los tiempos y con la Iglesia de hoy.

¿Cómo podemos ser más y mejores misioneros desde España?
Pues yo diría, lo primero de todo: a mí me duele cuando alguien ve imágenes de pobreza, de sufrimiento, y dice «quita eso», «cambia de canal». Es que nos cuesta mirar esa realidad. Y eso que la vemos desde lejos… No os digo nada si estuvierais ahí dentro. Lo primero es abrir los ojos y abrir el corazón. Entender que todos somos hermanos, que de verdad formamos una gran familia. Que cuando alguien sufre, y ha tenido, entre comillas, la “mala suerte” de nacer en esa realidad, lo menos que podemos hacer los que tanto tenemos es compartir.

Es abrir el corazón, es rezar también. Es decirle al Señor: «Ayúdame a sentir también necesidad de Ti», a sentirme pobre ante Él. Porque a veces nos sentimos ricos ante Dios, y creemos que todo se debe a que yo soy inteligente, a que tengo una carrera, a que soy muy listo, a que progreso en mis negocios… Yo, yo, yo. Pero es el Señor quien hace la obra. En el misionero que va, y en los que desde aquí también se abren a Dios. ¿Para qué? Para compartir, para ayudar, para sentir que lo poquito que puedo hacer, tengo que hacerlo. Porque si no lo hago yo, se queda sin hacer.

¿Qué significa ser misionero, incluso desde casa?          
Tenemos que dejar que el Evangelio cale en nuestro corazón. El misionero es el que se deja llenar de la Palabra de Dios, el que entiende que ser bueno es ser misericordioso, el que entiende que puede y tiene que hacer algo por los demás, y también dejarse ayudar por ellos. Sentir que cuando uno da, se está ayudando a sí mismo. Que cuando uno colabora, está venciendo el egoísmo, está siendo más libre, está siendo más feliz. Porque la alegría no está en lo que uno tiene, sino en lo que da, en lo que ayuda y en lo que vive.