30 de diciembre de 2020
|
257
Visitas: 257
El domingo, 27 de diciembre moría en el Hospital del Perpetuo Socorro de Albacete, Don Ángel López Vergara sacerdote de Elche de la Sierra con casi 88 años. Unos momentos antes de morir pude hablar con él y tras darle ánimos corté la conversación para no cansarlo. La persona que lo cuidaba le dijo: Don Ángel, un amigo quiere hablar con V. y él dijo: Es Josico, parece que me estaba esperando. No podía imaginarme que sería la última vez que hablaría con él después de tantos años de convivir.
Los dos somos de Elche de la Sierra, nos hemos criado juntos y juntos nos preparamos y fuimos al Seminario de Toledo el quince de junio de 1950. Quiero aquí recoger brevemente unos rasgos de Angelito Vergara como le llamamos en Elche.
Era carpintero e hijo y sobrino de carpinteros. Hacía zompos para los niños, jugando a las bolas siempre solía ganar pues era terrible con sus piques de bola. Era bueno, muy humilde, sufrido y generoso. De seminarista, preparando las papeletas para la tómbola con lacre muchas veces nos quemábamos un poquito y él decía: “esto por las misiones”. Durante el verano solíamos bajar muchas tardes a pie o en bicicleta a la aldea de Villares para dar catequesis y en Elche reuníamos a los niños en el campo de fútbol. Angelito les contaba muchas historias de santos, y rezaba el rosario a la virgen. Después de jugar un rato les repartía caramelos a los niños. Siempre tenía la sonrisa en los labios. Para su primera misa le preparé con un grupo de jóvenes y niños la misa Pontificalis de Perosi. Su lema fue: Yo soy el Buen pastor. En sus primeros años de sacerdote en la aldea de Arguellite, (Yeste), recorría las aldeas en mula y hasta alguna vez le acompañé a la aldea de Cabeza de Mora, Jaén, para decir misa. En moto visitamos pastoralmente a sus parroquianos y paisanos de Elche desde Valencia hasta Andorra. Reuníamos a un grupo de personas, celebraba la misa, les hablaba un rato y con un magnetofón grabábamos un mensaje para sus familias. ¡Cuántas fotos tenemos de aquellos momentos!. Todo le parecía poco. Vivió pobremente y murió aún más pobre.
Ayer tarde lo visité en el tanatorio, estaba muy tranquilo, lleno de paz, respirando humildad. Por un lado sentí alegría porque sabía que estaba en el cielo, y por otro, sentí mucha pena y lloré después de rezar y ver lo solo que estaba. Canté un breve responso: Abridle, Señor, las puertas del cielo: Va a entrar un “ángel” humilde y bueno; Va a entrar un “ángel” humilde y bueno, humilde y bueno.