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26 de diciembre de 2021

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Con el lema «Anunciar el Evangelio de la familia hoy» celebramos hoy la fiesta de Jornada de la Sagrada Familia. En este año en que se celebra el Año “Familia Amoris Laetitia” coincidiendo con el 5º aniversario de la publicación de la exhortación apostólica Amoris Laetitia, un texto que el papa Francisco dedica a la belleza y la alegría del amor familiar como podemos comprobar en los testimonios que nos ofrecen unos jóvenes matrimonios de nuestra Diócesis.

        Mientras intentábamos escribir estas líneas, nuestra hija pequeña tuvo varios despertares, y mientras uno la dormía, el otro escribía este testimonio. Y ahí estábamos, cada uno en una habitación diferente, en una tarea diferente, pero con un proyecto común. Y es que esta nos parece una metáfora muy acertada de la familia; dos personas diferentes, con sus inquietudes, sus intereses, eligen unirse en una familia, anteponiendo los intereses comunes por encima de los intereses propios, eligen amarse y darse un sí eterno. Pero aún no les basta, y eligen aumentar su familia y aumentar el amor y se embarcan en una nueva aventura. Somos conscientes de que nos queda mucho camino por recorrer, muchos baches que superar, muchos momentos por vivir. Y lo que nos da fuerzas día a día, además del amor que un día nos juramos, es el Amor en mayúsculas que nos ayuda en nuestro caminar. Como dijo una vez un sacerdote, “la familia que reza unida permanece unida”. Nuestra familia fue soñada por Dios y, sabiendo esto, tenemos las fuerzas para continuar este camino y nunca dejaremos de estar agradecidos por ello.

Cristina y Antonio

        El 18 de mayo de 2013 formamos un nuevo hogar. A partir de ese momento descubrimos qué iban a significar esas palabras de “me entrego a ti” y “amarte y respetarte todos los días de mi vida”. Descubrimos la felicidad de hacer feliz al otro, el dolor por el sufrimiento del otro y entendimos que de ahí en adelante éramos “una sola carne”. Con la llegada de nuestros hijos Samuel (7 años) y Alicia (5) descubrimos el Amor del Padre en ellos, y también aprendimos a renunciar, acallar nuestros deseos, a darnos sin descanso.

Si intentamos cumplir nuestra promesa por nuestras propias fuerzas, caemos, sale nuestro pecado, sale nuestro egoísmo, sale nuestra pereza… Sólo si ponemos al Señor en el centro de nuestra casa va apareciendo eso de “…mi yugo es suave y mi carga es ligera” Mt 11, 30. Y descubrimos que la felicidad de nuestra casa no depende de nuestras fuerzas como super padres o super esposos, sino que nuestra felicidad está en Dios. Ponemos a sus pies la enfermedad de nuestros padres, de nuestros hijos, el cansancio de cada día… Porque Él es el Padre que nos cuida, el que guía nuestra vida, aunque se apague la luz algunas veces y no lo veamos bien, Él es quién nos regala las risas de nuestros hijos, los abrazos en familia, el compartir con nuestra comunidad parroquial, el coro, los momentos de Adoración, la paz y el amor de nuestro hogar.

Por eso damos gracias por estos días en los que nos reunimos las familias, porque vivimos en comunión, en entrega, en servicio, y realmente, este tiempo es un respiro para cantar villancicos, reír alrededor de una mesa, ilusionarnos como niños y enseñar a nuestros hijos que Jesús, pobre y pequeño, vino para salvarnos.

María José y Elías

        Actualmente, el compromiso no parece estar de moda en una sociedad movida por las apetencias del momento y en la que todo es volátil. Sin embargo, el amor verdadero expresado en la unión matrimonial, se caracteriza por la entrega, el compromiso y la donación recíproca. Y para los cristianos, no hay mayor ejemplo de entrega que el mismo Jesús crucificado. Mirando la cruz podemos contemplar cómo todo un Dios se hizo hombre y se entregó por nosotros hasta el extremo. Dios, por tanto, es el centro del matrimonio cristiano. Teniéndole a Él como ejemplo, uno no duda en darse por completo a su marido o mujer. Esta entrega, además, cobra sentido cuando uno entiende que recibe a la otra persona como un regalo de Dios y, como tal, desea cuidarla. Una manera de agradecer este regalo es rezando juntos cada día, teniendo siempre presentes que «la familia que reza unida, permanece unida». Desde nuestra breve experiencia matrimonial, el paso del noviazgo al matrimonio ha supuesto la vivencia de nuestra vocación en plenitud, camino no exento de dificultades, pero confiando plenamente en los planes de Dios y bajo el amparo de la Sagrada Familia. Así, desde el mismo momento de la boda, consagramos nuestra unión al Corazón de Jesús. En definitiva, podemos afirmar que para todos aquellos llamados a esta vocación, dar el salto al matrimonio cristiano no merece la pena, sino que merece la vida.

Pilar y Alejandro