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30 de agosto de 2020

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Comienza una etapa para la obra de las Escuelas Pías de Albacete, pues a partir de ahora se prolongará sin la presencia de religiosos, pero con la confianza puesta en aquellos laicos, que también desde su fe y su vocación, asumen, se identifican y se corresponsabilizan del Carisma Escolapio, y serán ellos los garantes de una obra que comenzó de la nada en 1924.

Francisco Javier Molina García, —Paco Molina, padre escolapio—, explica que “lamentablemente, los cinco religiosos que conforman la comunidad actual se despiden, no vivirán en Albacete, pero Escuelas Pías de Albacete vive en el corazón de los escolapios. La Provincia Escuelas Pías Betania seguirá acompañando la obra educativa y evangelizadora del colegio. No estar presencialmente, no significará desentenderse. Estamos en comunión con la oración y colaboraremos con la Presencia Escolapia de Albacete. Creemos que Dios es el que lleva adelante la historia y el tiempo”.

“La Iglesia en su misión de anuncio del Evangelio, está significando el tiempo de los laicos -afirma Paco Molina-. Nuestra Orden también pone de relieve la necesidad del laicado escolapio en los países en los que hay una presencia escolapia. Mientras en el mundo haya niños y niñas, jóvenes que necesiten ser acompañados en su crecimiento, en el desarrollo de sus capacidades y competencias, las Escuelas Pías y la escuela católica en general, tendrán razón para ofrecer su propuesta educativa, que a nadie se le ha impuesto nunca”.

“Me resulta difícil, por no decir imposible, hacer balance del paso de los religiosos escolapios por Albacete -expresa este sacerdote escolapio-. Yo crecí aquí cuando con seis años entré en el patronato, hasta que me fui con veinte años al seminario. Recibí mucho y bueno, amigos, valores, experiencias, seguridad, formación, ayuda… no puedo menos que estar agradecido al colegio y a quienes lo han sostenido a lo largo de su trayectoria. Mi experiencia, seguro que es la experiencia de muchos otros, comprendiendo que también habrá otros que no guarden los mismos recuerdos”.

Asegura Paco Molina, que “esta despedida, triste porque nos gustaría otra situación distinta, es de agradecimiento a Dios que de algún modo impulsó a los escolapios a venir, a los padres y madres que desde el inicio han venido confiando en el desempeño educativo de las Escuelas Pías, a todas las generaciones que han crecido a la “sombra escolapia”, a la Diócesis y sus pastores con los que siempre hemos mantenido una relación cordial y de comunión. Agradecimiento especial a tantos maestros y maestras que han cuidado la obra escolapia y de manera especial a los religiosos escolapios”.

Los inicios no fueron fáciles, ni cómodos, pero hay que reconocer que la entrega generosa y la perseverancia ante la adversidad hicieron posible que las Escuelas Pías arraigaran en esta ciudad y en el corazón de muchas personas. A la ciudad de Albacete, hace casi cien años, llegaron unos escolapios que entusiasmados por su fe y su vocación comenzaron desde la nada, una realidad que ha atravesado muchas y diversas circunstancias. Sería necesario escribir mucho para recoger una historia de tantos años, con sus luces, sobras, fracasos, logros, matices y detalles.

“Nuestra Orden, -destaca Paco Molina-, desde el origen en Roma con San José de Calasanz (S. XVII), procura mantenerse fiel al Carisma que Dios hizo germinar en la Iglesia. Nacimos para educar y evangelizar, desde primera infancia, preferentemente a los que más lo necesiten. Nuestra opción fundamental es contribuir a la formación integral de la persona y a la transformación de la sociedad, así como participar en la vida evangélica de la Iglesia misma”.

“Somos conscientes -aclara este sacerdote-, de la realidad que vive la vida religiosa en el contexto occidental, incluso de la misma Iglesia como institución. Sin embargo, los Carismas, que Dios suscita en un momento de la historia, perduran mientras el Espíritu Santo los siga impulsado”.

Memoria del inicio de los escolapios en la ciudad de Albacete

Fue en el año 1924 cuando los primeros escolapios llegaron a la ciudad de Albacete. Se establecieron en un edificio de la calle Carlos IV (actual Dionisio Guardiola, sede de la Policía Nacional) y allí comenzaron el desempeño de la misión educativa y pastoral de las Escuelas Pías.

Una junta de bienhechores, entre ellos el arquitecto Buenaventura Ferrando, ayudaron a que entre 1927 y 1929 se construyera la parte más antigua del colegio actual. La obra fue posible gracias a las ayudas y préstamos que se recibieron de la Orden y de otros colegios escolapios que por entonces ya funcionaban.

Desde 1929 a 1931 los religiosos pusieron en funcionamiento el centro educativo y un internado. En mayo de 1931 el entonces gobernador D. Arturo Cortés hizo salir a los alumnos y religiosos del colegio y se apropió de las llaves del mismo, bajo el argumento de que existía amenaza de asalto. Entonces los religiosos alquilaron en la plaza de Canalejas nº 1 (actual plaza de Gabriel Lodares) la vivienda del bajo izquierda, en la que continuaron su trabajo docente como buenamente pudieron. El edificio del colegio, fue puesto en subasta por orden del Gobierno y la Sociedad Anónima de Enseñanza Libre (SADEL) intervino para hacerse con la propiedad. En septiembre de 1933, esta sociedad recuperó las llaves del colegio que fueron entregadas a los religiosos, estos fueron devolviendo, poco a poco, a dicha Sociedad el importe de la subasta. La comunidad regresó, y junto con algunos maestros laicos reabrieron el centro. Los religiosos no pudieron vestir el hábito clerical, aparentemente tuvieron que simular haber abandonado la vida religiosa, y muchas otras condiciones y restricciones que impuso la “Ley de confesiones y congregaciones religiosas” de 1933. A pesar de esta situación tan restrictiva y opresiva, los alumnos fueron atendidos educativamente por los escolapios con entrega y denuedo.

El 25 de julio de 1936, recién iniciada la guerra civil, la comunidad de religiosos tuvo que abandonar precipitadamente el colegio. En el proceso de dispersión, los escolapios corrieron distinta suerte. El P. Antonio Begues fue asesinado en Villavieja (Castellón), el P. Carlos Navarro fue asesinado en Monserrat (Valencia), los demás religiosos fueron encarcelados, multados económicamente e incorporados a servicios del ejército. De los archivos y objetos del colegio no se puedo conservar absolutamente nada. Acabada la guerra civil, el 29 de julio de 1939, de nuevo una comunidad de escolapios regresó y pusieron en marcha la vida escolar, que ininterrumpidamente se mantiene hasta el día de hoy.