23 de febrero de 2020
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Ambientación
[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l enfermo, en general, es una persona bajo el síndrome de ansiedad por su situación de incertidumbre y de aislamiento familiar. Feliz puede sentirse aquel a quien le diagnostican, con rapidez, las características de su enfermedad y posible breve estancia de recuperación que va a necesitar.
Pero ese no es el caso de la mayoría de los pacientes: la mayoría de los que ingresan tiene asegurada una estancia de varios días, semanas y, algunos, hasta de meses.
Hay que pasar por esa experiencia para valorar la dureza de pasarse las 24 horas del día mirando a la pared o al techo. Felices pueden sentirse los que están acompañados, al menos durante unas horas o pueden distraerse con el uso de los distintos medios de comunicación. Situación aún más dolorosa es la de aquellos enfermos que no pueden valerse por sí mismos y están solos.
El capellán ante esta situación
Hay que empezar por reconocer la libertad del enfermo para admitir, o no, visitas no demandadas o no deseadas. En una sociedad plural como la nuestra, hay personas que han perdido todo contacto con lo religioso y con las personas que lo representan. Esta es la tendencia actual: que el capellán visite sólo a aquellas personas que requieran sus servicios. Los más radicales, incluso, niegan el derecho de los enfermos a tener un capellán de hospital pagado por el Estado.
Me limitaré a contar, muy brevemente, mi experiencia personal de cuatro años de capellán en el Hospital General de Albacete.
Visito todos los días una media de 25-30 enfermos, indistintamente. Cada día un ala del hospital, sin preguntar por su DNI ni su creencia o tendencia religiosa. Eso sí, con la cara sonriente y la mano tendida, ofreciendo mi disponibilidad incondicional a cada enfermo, a quien pregunto su nombre y apellido. Me intereso por su salud, su estado de ánimo, si tiene familiares o amigos que lo visiten, cuánto tiempo lleva en el hospital y cosas así. A la mayoría de ellos solo dedico unos minutos, pero hay algunos a los que dedico una hora o más, si lo necesitan. Y me pongo a su entera disposición. Claro, a los que manifiestan su deseo de recibir los sacramentos o de rezar, les sonrío de modo especial y los acompaño con especial cariño.
Algunos se sorprenderán si les digo que, en estos cuatro años, haciendo estos servicios, solo he encontrado cinco o seis personas que no han querido recibirme; me he excusado, les he saludado cortésmente y tan amigos. Por el contrario, he encontrado en estas visitas personas agnósticas o ateas o de distintas creencias, con las que he logrado un diálogo amistoso y positivo, a partir del respeto mutuo. Ni que decir tiene que la inmensa mayoría me han dado sinceramente las gracias por la visita; y no solo los enfermos, sino también sus familiares porque la visita tiene siempre un efecto terapéutico en el enfermo.
Lo más positivo es, sin duda, que, a veces, la presencia amable, disponible y de buena voluntad del sacerdote alienta y revive lo mejor de la vida del enfermo: los recuerdos de su infancia, de su familia, de sus prácticas religiosas de hace años…, y les devuelven a su mejor yo en el momento preciso de su última realidad existencial. He visto a personas de todas las edades que se han emocionado, en esos momentos, hasta las lágrimas, hasta el abrazo cariñoso y agradecido.
¡Y yo también me he emocionado con ellos y ellas! Y he sentido en mi interior una corriente de empatía y de ternura hacia todos que ninguna otra terapia clínica puede trasferir. ¡Ojalá algún día puedan cuantificarse los efectos terapéuticos positivos de esta comunión de afectos y de cercanía interior entre el enfermo y el sacerdote que le visita!
Más allá del hospital
La relación del capellán con el enfermo no termina con el alta médica, siempre que el capellán asuma su papel de acompañante integral del enfermo. A veces, los problemas del enfermo no terminan con su mejoría. En mi agenda, tengo nombres de personas que han pasado por el hospital con los que sigo en contacto, interesándome por sus otros problemas: a veces les llamo, incluso los visito en ocasiones excepcionales. Me siento orgulloso de haber hecho algunos de mis mejores amigos a través de los contactos con los enfermos. ¡Esto explica el hecho de que mi blog tenga actualmente una media de más de 1.300 visitas diarias!
Después de esta experiencia gratificante de capellán de hospital durante cuatro años, habiendo trabajado antes casi toda mi vida con jóvenes, siento que mi vida de servidor de los pobres y desheredados de este mundo, como sacerdote paúl, sigue teniendo pleno sentido: nadie más pobre que el enfermo, el anciano, los que están solos en el hospital o en sus casas.
Ya no me queda duda: los servicios hospitalarios del capellán, si éste es como tiene que ser, es una auténtica terapia más allá de los mejores servicios médicos. Gracias por las facilidades de todo tipo que los capellanes de nuestra comunidad de Castilla la Mancha siguen teniendo en su ministerio.