«El postureo espiritual vacía la fe de verdad»

«El postureo espiritual vacía la fe de verdad»

17 de agosto de 2025

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En tiempos de redes sociales, selfies y exhibición constante, la espiritualidad también puede quedar atrapada en el juego de las apariencias. El jesuita David Cabrera Molino, sacerdote y psicólogo clínico, actualmente delegado de MAG+S (red de pastoral juvenil ignaciana), ha reflexionado en profundidad sobre este fenómeno al que denomina «postureo espiritual». En esta entrevista, realizada durante su participación en la Jornada de Apostolado Seglar celebrada en Albacete, nos explica en qué consiste, cómo identificarlo y qué riesgos representa para una vivencia auténtica de la fe.

¿Qué entiende usted por «postureo espiritual»?
Es una actitud —no solo una moda— que consiste en mostrar una imagen de espiritualidad que no siempre refleja lo que realmente vivimos. No se trata solo de hipocresía o doblez, sino de una forma sutil de construir una apariencia de fe que puede estar vacía o idealizada. San Ignacio de Loyola lo llamaría la acción del «vano enamorado»: ese espíritu que nos seduce por vanidad, sin autenticidad.

¿Y por qué ocurre esto hoy con tanta fuerza?    
Porque vivimos inmersos en una cultura del selfie, donde lo importante no es tanto lo que se vive como lo que se muestra. El selfie no es solo una foto; es un autorretrato, una forma de colonizar el espacio y de poner el foco en el «yo». En este contexto, también la fe puede convertirse en una puesta en escena, en algo estético, parcial, y no en una experiencia profunda de encuentro con Dios.

¿Puede darnos ejemplos concretos de cómo se manifiesta este postureo espiritual?
Por ejemplo, cuando alguien comparte constantemente en redes su vida de oración, sus gestos piadosos o frases de evangelio, pero no hay una vida interior real detrás. O cuando una comunidad o institución solo muestra sus éxitos, pero oculta sus crisis, sus heridas. No se trata de no comunicar, sino de ser veraces, de no reducir la fe a lo bonito, a lo agradable.

¿Qué peligros ve en esta actitud?  
Son varios. El principal es que distorsiona la vivencia real de la espiritualidad. Puede generar frustración y falsas expectativas, como creer que la vida cristiana siempre es alegría y consuelo. También nos hace vivir para el reconocimiento, para el «like» espiritual. Esto alimenta el ego y puede alejarnos de Dios. Otro riesgo es institucional: cuando la Iglesia misma cae en mostrar solo la “cara amable” y pierde autenticidad.

Usted menciona que la fe debe transmitirse no para convencer, sino para ofrecer un tesoro…
Exacto. Lo decía el Papa Francisco: la fe no se impone, se propone con la vida. Una vez, en Polonia, un joven le preguntó cómo convencer a sus amigos ateos. Y el Papa le respondió: “No digas nada. Vive de tal forma que ellos te pregunten por qué lo haces”. La fe se contagia con el testimonio, no con el espectáculo.

¿Qué papel juega la psicología en su análisis del postureo?      
La psicología nos dice que el postureo responde muchas veces a una necesidad de aceptación, de sentirse querido, de construir una identidad social. Pero si esto no se basa en la verdad de lo que uno es, entonces se vuelve una cárcel. La identidad cristiana, en cambio, se construye desde la verdad, desde saberse amado por Dios y no desde la apariencia.

¿Qué propone para plantar cara al «postureo espiritual»? 
Propongo cuatro «recetas» muy sencillas pero exigentes: Humildad: Reconocer quiénes somos realmente y aceptar nuestras limitaciones. Caridad: Amar desde el servicio, sin buscar la visibilidad. Autenticidad: Vivir lo que decimos, que nuestra vida hable de Dios sin artificios. Oración: Volver a lo escondido, como dice Jesús. Ahí donde el Padre ve, aunque nadie más lo haga.

¿Y qué papel tiene el discernimiento en todo esto?        
El discernimiento es clave. Es el arte de examinar nuestra vida a la luz del Espíritu, para detectar si actuamos desde el amor de Dios o desde el ego. No es ponernos nota, sino ganar lucidez. San Ignacio de Loyola nos invita a mirar con honestidad lo que vivimos, lo que mostramos y lo que escondemos.

¿Qué le diría a alguien que quiere evitar el postureo?   
Que no tenga miedo de la verdad. Que no se deje arrastrar por la apariencia. El Evangelio es exigente, pero también liberador. Dios no nos ama por lo que mostramos, sino por lo que somos. Nuestra fe será creíble si es auténtica, aunque duela. No se trata de brillar, sino de reflejar el amor de Dios.