6 de septiembre de 2020
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La Iglesia recuerda el día del nacimiento de la Virgen María cada 8 de septiembre. El Evangelio no nos da datos del nacimiento de María, pero hay varias tradiciones. Algunas, considerando a María descendiente de David, señalan su nacimiento en Belén. Otra corriente griega y armenia, señala Nazaret como cuna de María. María nacida de Joaquín y Ana, que habían vivido unos veinte años sin tener hijos. Y cuando ya habían perdido su esperanza de tener hijos Dios les llena de Gracia con el nacimiento de dar a Luz a la que será Madre del Mesías.
La celebración de la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, tuvo su origen a finales del S. V en Jerusalén. Como tal fiesta es conocida en Oriente desde el siglo VI. Fijada el 8 de septiembre, día con el que se abre el año litúrgico bizantino, que se cierra con la Dormición, el 15 de agosto. En Occidente fue introducida hacia el siglo VII, con el Papa San Sergio (687-701 d.C.) que estableció para Roma cuatro fiestas en honor de Nuestra Señora: la Anunciación, la Asunción, la Natividad y la Purificación. Se celebraba en Roma con una procesión-letanía, que terminaba en la Basílica de Santa María la Mayor. En el rito sirio también se celebra el 8 de septiembre, mientras que en el copto es el 7.
El nacimiento de la Virgen María tuvo privilegios únicos. Ella vino al mundo sin pecado original. María, la elegida para ser Madre de Dios, era pura, santa, con todas las gracias más preciosas. Tenía la gracia santificante, desde su concepción. Después del pecado original de Adán y Eva, Dios había prometido enviar al mundo a otra mujer cuya descendencia aplastaría la cabeza de la serpiente. Al nacer la Virgen María comenzó a cumplirse la promesa. La vida de la Virgen María nos enseña a alabar a Dios por las gracias que le otorgó y por las bendiciones que por Ella derramó sobre el mundo. Podemos encomendar nuestras necesidades a Ella.
La Virgen María fue la primera y la mejor discípula de Jesús. Siempre unida a su Hijo y a su misión, estuvo presente en todos los momentos más difíciles de su vida y, particularmente en el doloroso camino hacia la Cruz. Tenemos a la Virgen María como verdadera Madre que cuida de nosotros desde el cielo. Ella guía nuestras personas para que vivamos la vida como verdaderos cristianos y para ser capaces de llevar la Palabra y el amor de Dios a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. La Virgen María, Nuestra Señora de Los Llanos, como buena madre, nos congrega hoy a todos en el día grande de su fiesta.
Para los cristianos, para nosotros, como para todos, la virgen María tiene un sitio en dentro de nuestro corazón. Es madre de los niños, de los enfermos, de los jóvenes, de los hombres y mujeres que tenemos fe en ella y está con nosotros en cada momento: no estamos solos, ella está dentro de nosotros y nos acompaña todo el camino de la vida, porque ella es una madre de verdad que cuida de sus hijos.
Hasta que nació María, la tierra estuvo a oscuras, envuelta en las tinieblas del pecado. Con su nacimiento surgió en el mundo la aurora de la salvación, como un presagio de la proximidad del día que ya es Jesucristo. Así lo reconoce la Iglesia en la fiesta de la Natividad de Nuestra Señora: “por tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, anunciaste la alegría a todo el mundo: de ti nació el Sol de justicia, Cristo, Dios nuestro” (Oficio de Laudes). Nació en medio de un profundo silencio. Dicen que en otoño, cuando los campos duermen. Ninguno de sus contemporáneos cayó en la cuenta de lo que estaba sucediendo. Dormía la tierra. En el nacimiento de la Virgen María apunta ya la luz del nuevo día, del tiempo nuevo, que traerá el nuevo Sol, Cristo Jesús, que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz. Esta es una fiesta de alegría y esperanza que debe proyectar su luz para nuestra renovación personal, eclesial y social.
En la fiesta de la Natividad de María, mirando a Nuestra Señora, meditamos en el misterio de nuestra vida, en la singularidad de nuestra persona. Nos dejamos invitar por esta fiesta para reflexionar sobre nuestro nacimiento. ¿Cómo estábamos cuando nacimos, cuando todavía teníamos toda nuestra vida por delante, cuando aún no estábamos marcados por las expectativas de nuestros padres? ¿Qué le deseamos a ese recién nacido que éramos entonces? Como hijos de Dios que también somos todos portamos un don, un propósito, ¿cuál es el nuestro?
Cuatro días después de la Natividad de María, será la fiesta del Dulce Nombre de María. Pensamos sobre nuestro nombre. El nombre de María, en arameo Miriam, tiene tres significados etimológicos: doncella, señora y princesa. La Santísima Virgen, que permaneciendo doncella concibió a Nuestro Señor por gracia del Espíritu Santo es también Nuestra Señora, y Señora del Universo; y es también princesa, por ser descendiente de la estirpe del rey David. Pero, el significado del nombre de María no puede reducirse a una sola interpretación. En total hay sesenta, que van desde «la amada por Dios» a «Señora», «bella» y «estrella del mar». Esta incertidumbre sobre el verdadero significado del nombre de María nos recuerda el misterio de nuestro nombre. Cada uno de nosotros ha sido llamado por Dios por su nombre.
Estas dos fiestas nos recuerdan el misterio de nuestra persona única. Nacimos de Dios y él mismo nos ha llamado por nuestro nombre; somos queridos, llamados por nuestro nombre. En nuestro nombre se condensa todo el amor que la gente nos ha dado con él. Por lo tanto, en nuestro nombre, nos sentimos amados y queridos como personas únicas. Celebrando a María, también siempre nos celebramos a nosotros mismos. Las fiestas marianas son fiestas llenas de optimismo y alegres. Nos deleitamos en el misterio de nuestra humanidad y de nuestra redención, nos relacionamos alegremente con nosotros mismos, buscamos imágenes siempre nuevas para expresar el misterio de nuestra vida.