El cine, un arte que sigue interpelando al alma

El cine, un arte que sigue interpelando al alma

1 de junio de 2025

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En la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que hoy se celebra, nos acercamos al séptimo arte. Lo hacemos desde el Cine Parroquial de Madrigueras que, desde su reapertura en noviembre de 2022, ha vuelto a ser un espacio de encuentro, cultura y reflexión en el corazón de la localidad. Este proyecto —impulsado desde la parroquia— busca recuperar el valor del cine como herramienta para pensar, sentir y dialogar con la vida desde la fe, con una programación para todos los públicos.

A continuación, su párroco, Antonio Carrascosa, comparte una reflexión sobre el papel del cine en nuestra sociedad actual y su potencial como puente entre el Evangelio y el mundo de hoy:

«Ante el clásico dicho de que una imagen vale más que mil palabras, yo siempre he pensado que depende de qué imagen y de qué palabras. Pero lo cierto es que, desde que los hermanos Lumière inventaron la imagen en movimiento hace más de un siglo, ni nuestra mirada ni nuestras palabras pudieron ser ya lo que eran antes. La pantalla en una sala oscura colectiva se impuso durante decenios como modo de entretenimiento y abrió paso a esas otras pantallas y otros usos que inundaron nuestra vida: televisión, ordenador, móvil, etc. Hoy, la imagen en movimiento nos rodea por todas partes. Es más: se nos ha colado en nuestra casa y, sin movernos del sillón, lo mismo podemos llegar a Marte en un videojuego que asistir a una guerra real en directo a través de la televisión. Incluso nos hemos convertido en pequeños creadores compulsivos de “microcine” a través de nuestros móviles, de tal manera que, para muchos, es más importante grabar los momentos que vivirlos.

Y en este panorama, muchos dudan de que el cine tradicional pueda tener un hueco. La inflación de imágenes ha hecho difícil sentarse hora y media ante una pantalla. De hecho, los que llevamos ya un tiempo en esto de usar los medios audiovisuales en el trabajo pastoral percibimos una evolución. Hace treinta años podías poner un largometraje a chavales que se lo tragaban sin problema. Muy pronto tuvimos que fraccionar los visionados y luego pasarnos al cortometraje (no más de diez minutos, ¡por Dios!). No es extraño pensar que el medio más eficaz hoy para hacer reflexionar sea un anuncio de televisión (¡veinte segundos!) o un meme. Quizás, cuando la cosa se reduzca al medio segundo de un gif, sea el momento de preguntarnos si mil palabras no serán mejor que una imagen.

A pesar de todo ello, estoy convencido de que el cine, en su modo tradicional de sala (sin duda el mejor) o en el visionado doméstico, sigue siendo una herramienta poderosa para el cultivo humano y creyente. Es cierto que es más exigente, que requiere más tiempo y atención, que necesita un aprendizaje; pero, por eso mismo, apunta hacia una profundidad mayor de la que permiten otros medios audiovisuales. Una película tiene la estabilidad necesaria para sumergirnos en una historia, en un ambiente, en unas emociones. Nosotros sabemos que aquello es ficción, pero una ficción en la que podemos instalarnos por un tiempo para dejarnos empapar por lo que vemos y oímos.  De hecho, nos hace funcionar en una duración del tiempo distinta al que vivimos normalmente. Pocas experiencias audiovisuales son capaces de algo así.

¿Qué puede aportar esta experiencia a la fe? Aparte de las películas explícitamente religiosas que todos apreciamos (sobre Jesús o sobre figuras creyentes de todo tipo), considero que el cine -y hablo ya aquí de cualquier cine- puede ser tomado como un espacio privilegiado para el diálogo entre fe y cultura. San Pablo, paseándose entre los dioses del Ágora, supo descubrir un altar al dios desconocido, y partiendo de él, proponer la fe a los atenienses. El cine nos transmite mucho de lo que le pasa al hombre y la mujer de hoy: sus inquietudes, sus fracasos y aspiraciones, sus miedos. Y lo mejor de todo es que nos lo transmite no solo racionalmente, sino desde la emoción. En general, el cine -sobre todo cuando es bueno, claro- refleja esa soledad existencial y esa desorientación que sufre la condición humana posmoderna. En este sentido, buena parte de las películas son altares de algo que no se sabe nombrar, pero que los cineastas (por muy imbuidos que estén de la cultura secularizada e incluso atea) perciben que falta en nuestra sociedad. Ni siquiera ellos mismos lo saben, pero nos ofrecen altares al dios desconocido y son una invitación a que nosotros mismos entremos en contacto con aspectos desconocidos del Dios en el que llevamos creyendo toda la vida (algo de eso le pasó a Pablo, sin duda), para, desde ahí, poder lanzar a nuestros contemporáneos la misma primera pregunta que Dios lanzó al ser humano: ¿Dónde estás?

Ver cine así no es tan difícil, aunque, eso sí, requiere aprendizaje y tiempo. Pero, como nos recordó el papa Francisco citando a Paul Celán, sólo “quien realmente aprende a ver se acerca a lo invisible”».