3 de febrero de 2021
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Desde que empezaron a usarse los teléfonos móviles hasta que él dejó ya de utilizarlo, siempre lo tuve en mis contactos en la “D”: “Donemeterio” se me ocurrió ponerle. Porque era así como muchas decenas de niños, adolescentes y jóvenes lo conocíamos en el Sagrado Corazón y en el “Cuatro”. Y eso no era motivo de distanciamiento ni de cumplimiento externo, se llamaba así y ya está: Donemeterio. Proveniente de la Acción Católica y de los Cursillos de Cristiandad, supo crear una gran estructura de pastoral y apostolado en la Parroquia que se acababa de crear con él como párroco: El Sagrado Corazón de Jesús, con movimientos juveniles en los que se combinaban con toda naturalidad las actividades lúdicas, de tiempo libre, de contacto con la naturaleza, de convivencia constante de jóvenes, con la formación cristiana en profundidad, mediante la revisión de vida, el diálogo y la explicación de la vida cristiana. La línea transversal de toda esta estructura era el conocimiento, el amor y el trato íntimo con Jesús el Señor en la oración. A todo esto, le unía también una tierna devoción a santa María, nuestra Madre del Cielo.
D. Emeterio era exigente con nosotros, pero también tenía una gran comprensión. Cuántas veces, en mi trato con los jóvenes de la confirmación, siendo yo ya sacerdote, he pensado: ¡Buff, qué paciencia tenía D. Emeterio con nosotros! Tenía una gran capacidad de escucha. A veces pienso que su gran estructura parroquial perseguía un solo fin primario: hablar particularmente con cada una y cada uno para hacernos un acompañamiento espiritual personalizado. En muchas ocasiones, cuando entre nosotros hablábamos de inquietudes, preocupaciones, proyectos, problemas, nos decíamos unos a otros: “díselo a D. Emeterio, a ver qué te dice”.
Podías hablar con él “a tumba abierta”, de lo que fuera. Nunca se extrañaba de nada, nunca ponía mala cara, nunca, cuando le pedías hablar con él, te decía: “mañana”. Siempre estaba dispuesto a escucharte y a comprender tu situación (aunque fueran tonterías que a nosotros nos parecían grandes montañas).
Y, además de todo esto, tuvo pasión por el trabajo vocacional orientado al sacerdocio secular diocesano. Mediante el acompañamiento espiritual, cuando él veía signos de vocación, llegaba el momento en que te hacía la propuesta vocacional: “¿has pensado en ser sacerdote? Háblalo con el Señor en la oración a ver”. Y fruto de este trabajo fueron diciendo que sí a la llamada de Dios al sacerdocio diversos jóvenes. Llegó un momento en la parroquia en el que cada año pensábamos: ¿quién será el siguiente? Y así, hasta diez, que hoy en día seguimos siendo sacerdotes en nuestra diócesis.
Yo soy el último de ellos, y le agradezco a Dios la vida de D. Emeterio y la influencia que ha tenido en mi camino humano, cristiano y sacerdotal. Bendito sea Dios.