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26 de noviembre de 2023

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Monseñor Luis Argüello García, arzobispo de Valladolid, ha estado en Albacete para presentar el documento de la Conferencia Episcopal Española «El Dios fiel mantiene su alianza». Aprovechamos la oportunidad para hablar con él acerca de este documento y de su participación en el Sínodo.

¿Con qué objetivo nace este docu­mento en la Conferencia Episcopal?

El documento quiere ser un ins­trumento de trabajo como res­puesta al fruto de la reflexión de la propia Conferencia a lo largo de dos años. Pretende ofrecer una mirada conjunta a la situación es­pañola, en los diversos ámbitos, tanto políticos, económicos, so­ciales, familiares, antropológicos. Muchos temas aparecen en la pla­za pública y, a veces, damos res­puestas separadas. El documento se ofrece a la comunidad cristia­na para suscitar la posibilidad de un diálogo. Ante la situación que vivimos se esperan aportaciones para seguir profundizando en esta mirada y en este compromi­so como un ejercicio práctico de la Doctrina Social de la Iglesia.

¿En el documento proponen ac­ciones concretas para llevar a cabo? 

Sí, hay unas pistas porque el documento sigue un poco la pau­ta ofrecida por el Papa Francisco en los últimos años: reconocer, interpretar, elegir. Y desde ahí, damos unas pistas para la parti­cipación de los laicos en la vida pública. El propio laico, poniendo en práctica la Doctrina Social de la Iglesia, es el que tiene que des­cubrir esas acciones siempre en conexión con el testimonio per­sonal, familiar y comunitario.

¿Qué propuesta quiere hacer el documento a la Iglesia y a la socie­dad española? 

Esta propuesta forma parte de la evangelización, desde el Dios Trinidad, de la que se derivan as­pectos más concretos de lo que pudiera parecer. Estamos vivien­do unos días, unas semanas, unos meses, unos años, de fuerte pola­rización. Polarización que se hace conflicto y desgraciadamente guerra y muerte en tantos lugares del mundo.

En la Iglesia, tenemos que aprender a dialogar, a escuchar­nos, reconocer puntos de coin­cidencia y puntos de divergencia para, desde ahí, buscar juntos so­luciones. Esto no significa aceptar lo que nos parezca que es inmoral o lo que está mal. Es una propues­ta que rompiendo la dialéctica de los contrarios busque una manera nueva de dialogar, de encontrar­nos. La propuesta se extiende a la familia y la economía, con una perspectiva del bien común en un mundo global, donde lo que su­cede en otros países nos afecta a todos.

Para todo esto, ¿será fundamen­tal la presencia de los laicos en la vida pública, con su testimonio personal?

Eso es, así lo he experimentado en Roma en el mes que duró el Sí­nodo. Ha sido una llamada fuerte a vivir lo que significa el bautismo y participar de la Eucaristía cada domingo. Vivir el bautismo es asumir responsabilidades, minis­terios en la vida de la Iglesia y un compromiso de anuncio misione­ro del Reino de Dios en medio del mundo. Participamos cada do­mingo en la Eucaristía y escucha­mos que se nos dice al final: “¡Id! y llevad la Paz del Señor”. No de cualquier manera, sino que antes hemos escuchado otro imperati­vo que nos dice: “¡Haced esto en conmemoración mía!” Es decir, lo que hagamos en el “id” tiene que tener la carga de amor, de en­trega que el Señor nos ofrece en la Eucaristía. Todos estamos llama­dos a ser discípulos y misioneros.

¿Cómo ha quedado esto recogido en el documento final del Sínodo? 

En la relación final dividida en tres partes, una de las partes se llama así: todos discípulos, todos misioneros. La tercera parte habla de tejer alianzas, de ayudar a vi­vir esta experiencia de conversión pastoral, a la que nos ha llamado el papa Francisco. Hay que des­pertar la conciencia del bautismo y animar a vivir el compromiso bautismal.

Después de participar durante todo este mes en Roma, en el Síno­do, ¿qué espera de las conclusiones finales de este proceso que todavía queda? 

Espero que podamos hacer lle­gar a más personas lo que sig­nifica la propuesta del Papa. La importancia de un estilo y una es­piritualidad en el obrar y el hacer de la Iglesia. La sinodalidad nace de la Iglesia, que es comunión y misión. Los desafíos evangeli­zadores del cambio de época nos piden que adquiramos una con­ciencia, si cabe mucho mayor, de lo que significa caminar juntos, siguiendo a quién es el Camino.