29 de marzo de 2020
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La tribulación que nos acecha era algo inimaginable para cualquiera de nosotros. Un ser microscópico ha puesto en jaque a todo el Planeta. Esta situación puede llevarnos a tener sentimientos y emociones de miedo, temor, confinamiento, encierro, impotencia, incertidumbre, preocupación, asedio, frustración, desesperación, dolor, sufrimiento, etc. Todo esto nos puede derivar a dos estados anímicos diferentes: El primero, un estado rumiante de pensamientos negativos avocados a la depresión y/o ansiedad. El segundo, un estado espiritual de esperanza, buscando la propia paz interior y volviendo nuestra mirada a Dios, ya que Él es el único capaz de infundirnos la paciencia y la fuerza, que necesitamos en estos difíciles momentos de purificación, penitencia, conversión y Gracia. Nosotros elegimos cómo decidimos vivir esta complicada realidad. Con paz o con desasosiego.
Si elegimos la primera opción, ahí van algunas pautas que nos ayudarán a conseguirlo:
- Mantente alegre. El solo hecho de sentirte amado por Dios es motivo más que suficiente.
- Mensajes positivos. Piensa que esta situación es pasajera y cada día superado es un motivo más de esperanza.
- Ríe, no dejes de reír. Cuenta chistes, recuerda y comparte con los tuyos episodios alegres, ríete hasta de ti mismo si es necesario. Que la risa forme parte de tu día a día. De esa forma tu organismo liberará endorfinas y dopamina, que contribuirán a reducir el estrés y la ansiedad que la cuarentena pueda producirte.
- Márcate un horario y mantente ocupado. Aprovecha para dedicarte tiempo a ti mismo.
- Comunícate con el exterior. Pero ¡cuidado con las redes sociales!, no vaya a ser que te vuelvas un adicto.
- Haz ejercicio físico cada día. No necesitas tener un gimnasio en casa para cuidar tu cuerpo sanamente.
- Establece una rutina para tu vida de piedad. Intensifica tu relación con Dios, ahora dispones de todo tu tiempo.
- No caigas en excentricidades y vive tu espiritualidad con naturalidad. Los aspavientos y derrotismos no te hacen bien ni a ti, ni a los demás.
- Evita la gula o cualquier conducta alimentaria que se le asimile. Estamos en Cuaresma, teniendo el frigorífico y la despensa constantemente a mano, el sacrificio es mayor.
- Quiérete, ofrece a los demás lo mejor de ti mismo y no dejes de confiar en Dios. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28).
Sí, realmente esta Cuaresma es muy especial y dista mucho de la que, sin duda alguna, teníamos pensada. Pero no por ello debemos vivirla con menor intensidad. Espiritualmente, los cristianos nos sentimos unidos en un solo corazón. El corazón latente del mismo Jesucristo y de Nuestra Santa Madre la Iglesia. Ese Corazón es el que lucha junto al sanitario que se desvive por salvar vidas; el que sufre junto al enfermo asustado y dolorido; el que da coraje al policía que arriesga la suya por los demás; el que infunde fuerzas al trabajador que cumple con su horario, sin remedio. Es el corazón que anima a tantísimos héroes anónimos, en esta durísima prueba. En cada uno de ellos, está Dios. En ti y en mí también. Porque Él nos ama a todos y no nos desea ningún mal.
Agradezcamos a Dios cada nuevo amanecer. Mantengamos nuestra esperanza puesta en el Redentor. Cuando, atrapada por mi debilidad, siento ganas de quejarme, recuerdo la preciosa oración del Cristo del Calvario: “¿Cómo explicarte a ti mi soledad, cuando en la Cruz alzado y solo estás?… Huyeron de mí todas mis dolencias. El ímpetu del ruego que traía se me ahoga en la boca pedigüeña. Y sólo pido no pedirte nada. Estar aquí junto a tu imagen muerta. Ir aprendiendo que el dolor es sólo la llave de tu Santa puerta”. Estas palabras me confortan y elevan mi espíritu para darle Gloria al Señor y sentir que Dios es Amor. No existe nada que pueda igualar ese Amor. Algunas personas preguntan: ¿Por qué si Dios es Amor, permite esta pandemia? No tengo la respuesta. Ni tan siquiera me la cuestiono. Durante largo tiempo intenté entender a Dios. Aprendí que jamás lo conseguiría. A Dios hay que amarlo con toda la intensidad que uno pueda. Pero nunca lo llegaremos a entender. Él es Dios y yo sólo soy una pobre neoconversa, que se enamoró de Jesucristo en un Cursillo de Cristiandad. Vivencia que recomiendo a todo el mundo sin excepción. “Yo sé de Quien me he fiado”. (2 Tim. 1,12).
En este Domingo de Pasión, Jesús nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. 11, 25). Pongamos nuestra esperanza y nuestra fe en Sus palabras. Continuemos utilizando el arma más poderosa que existe: La oración. “Todo cuanto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido y lo obtendréis” (Mc. 11,24). Agarremos nuestros rosarios e imploremos la poderosa intercesión de la Santísima Virgen María, para que vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos, protegiéndonos bajo Su Manto y librándonos de todo mal.
Permanezcamos alegres en Cristo Jesús. No permitamos que el desaliento enturbie nuestros corazones y sigamos siempre adelante. Abracemos con fuerza nuestra cruz y miremos a Jesucristo, al Todopoderoso, al Salvador del mundo. No perdamos nunca la esperanza y recordemos las palabras de San Pablo: “A los que aman a Dios todo les sirve para el bien” (Rm. 8,28).
Sigamos todos unidos en oración. ¡De Colores, hermanos!