10425

10425

22 de mayo de 2020

|

137

Visitas: 137

[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]I[/fusion_dropcap]ntroducción

Los obispos de la provincia eclesiástica de Toledo saludamos con afecto a los cristianos de nuestras Iglesias y a todas las personas de buena voluntad. Con vosotros asumimos la dolorosa situación por la que están pasando miles de personas cerca o lejos de nosotros. En todo momento, cada obispo en su diócesis y los sacerdotes en sus parroquias, hemos querido alentar a todos los cristianos a mantener viva la fe y la confianza en el Señor ante esta pandemia del Covid-19.

Como obispos vuestros queremos acompañaros e invitaros a que os dejéis iluminar por la fe en Jesucristo en estos momentos de tanto dolor. Queremos deciros que estamos con vosotros; que compartimos vuestros sentimientos y dificultades; que queremos acompañaros y animaros a que os dejéis iluminar por el Señor, que no nos abandona, que va en nuestra misma barca, que camina con nosotros y nos llama a que vivamos estos momentos de aflicción, sabiendo, como dice el salmo 33, que “Él nos escucha y nos librará de nuestras angustias”.

1.- El mal, el dolor y el sufrimiento se han hecho presentes en nuestras vidas

Humanamente podemos decir que tenemos motivos suficientes y de peso para tener miedo, casi pánico, ante lo que está sucediendo en nuestras vidas, en nuestro entorno, en nuestras familias, en nosotros mismos. El mal y el sufrimiento han aparecido en nuestras vidas, estamos perplejos y nos sentimos impotentes para hacer frente a ésta pandemia con solo nuestras propias fuerzas.

Son miles las familias que con el corazón roto y con una herida profunda y difícil de curar no han tenido posibilidad alguna de acompañar a sus familiares durante la enfermedad, estando diariamente pendientes de las noticias que les daban desde el hospital, sin poder siquiera despedirse de ellos en el momento de su muerte. Sabemos los esfuerzos del personal sanitario y de los trabajadores de las residencias, pero aun así ha sido imposible salvar la vida de muchas personas. Estamos viviendo una experiencia inédita de confinamiento en nuestras casas que dura ya más de dos meses y con perspectiva de alargarse; nos invade una sensación de miedo, de desconcierto, de tristeza, de cómo hacer para no contagiarnos ni contagiar a otros de este virus que ha invadido el mundo entero. Al miedo de contagio, se añade la incertidumbre de muchos trabajadores y trabajadoras, familias enteras, que contemplan su futuro con temor y desconfianza porque ven que su puesto de trabajo corre peligro, sus medios económicos se han perdido por el camino y se ven abocados a solicitar la ayuda de los demás.

El dolor, el miedo, el sufrimiento, la tristeza y la tribulación se han metido en nuestras vidas y nos sentimos desconcertados e impotentes para encontrar el camino de salida sin la ayuda de Dios, quien es realmente todopoderoso.

2.- Gratitud a tantas personas que nos ayudan a sobrellevar nuestro dolor con esperanza

Ante el desconcierto que produce en nosotros esta situación humana llena de dolor, de angustia y aflicción, como creyentes en Jesús, cada día experimentamos que, en medio de tanta oscuridad, la experiencia del amor y de la misericordia del Señor nos ofrece luz, serenidad y confianza para afrontar el futuro con esperanza.

Agradecemos, en estos momentos, la entrega y generosidad de nuestros sacerdotes que, en medio del dolor, han sabido acompañar los sufrimientos de tantas familias durante este tiempo y han alentado al pueblo cristiano, en todo momento, desde la fe, a seguir confiando y esperando en el Señor. Con vuestra oración, queridos sacerdotes, estáis siendo testigos de fe y de esperanza en medio de esta tribulación. Con vuestras Eucaristías transmitidas por distintos medios de comunicación hacéis presente a Cristo en las familias y les lleváis su consuelo. Con vuestra presencia en los cementerios despedís cristianamente a los fallecidos por esta pandemia, compartiendo el dolor y el sufrimiento de sus seres queridos. Y, con vuestra asistencia a los ancianos y enfermos, hacéis presente al Señor que nos acompaña a todos en estos momentos. Gracias por vuestra entrega al ministerio que el Señor nos ha encomendado como sacerdotes.

Nuestra gratitud también para los religiosos y religiosas de vida activa y contemplativa. Vuestra oración por todos, vuestra entrega a los ancianos y enfermos a los que servís con tanta generosidad, por vocación del Señor, nos anima, consuela y mantiene viva nuestra fe y nuestra esperanza.

Nuestro apoyo y especial gratitud a tantos profesionales sanitarios, que estáis arriesgando vuestra vida en el servicio a los enfermos en los hospitales, en las residencias o en sus domicilios, para ayudarles a superar la enfermedad y para ofrecerles esperanza. Gracias por vuestro buen hacer, así como por vuestra profesionalidad y entrega.

Nuestro reconocimiento también para tantos voluntarios de Cáritas que están siempre en la brecha de los más desfavorecidos y se entregan por entero a su servicio; a todo el ejército de voluntarios de todo tipo y edad que, desde la generosidad y el servicio, de una forma u otra, estáis colaborando para hacer más llevadero este estado de alarma, solidarizándoos con los más frágiles y necesitados, especialmente con los ancianos y los que viven solos.

3.- Un minúsculo y dañino virus nos ha hecho tomar conciencia de nuestra vulnerabilidad

La situación de dolor, sufrimiento, tribulación y desconcierto por la que estamos pasando, ha motivado en nosotros una reflexión profunda sobre su significado, y nos ha hecho vivir una intensa y quizá nueva experiencia: la de nuestra vulnerabilidad. Nos ha hecho sentir con dolor y angustia, personalmente y como sociedad, lo frágiles que somos; que no lo tenemos todo garantizado; y que esta situación ha dado al traste con muchos de nuestros proyectos de futuro. Tal vez teníamos asentada nuestra vida sobre unos valores con los que creíamos estar seguros y con los que parecía que lo podíamos todo, y que nada ni nadie iba a poder con nosotros, olvidando o arrinconando a Dios, creyendo, equivocadamente, que no lo necesitábamos. Este pequeño y maligno virus ha desmontado toda nuestra seguridad y nos ha hecho ver que Dios es realmente lo más valioso para afrontar el presente y el futuro.

Nuestro dolor e impotencia ante esta pandemia se convierte en oración ferviente, movidos por nuestra vulnerabilidad y apoyados en nuestra fe y en la confianza en el Señor. Oración por las personas fallecidas, que han dejado este mundo en la más triste de las soledades y que no han tenido la oportunidad de recibir la manifestación del amor de sus familiares y el consuelo de su compañía en los últimos momentos. Oración por las familias de los fallecidos que tienen el dolor metido en su alma por no haber podido despedirlos ni acompañarlos en los últimos momentos de su vida. Oración de unos por otros, para que el Señor nos siga dando fuerza y reforzando nuestra fe, para verle a Él presente en medio de la vida y del sufrimiento.

Nuestra experiencia de impotencia y fragilidad, de dolor y de aflicción se convierten en oración agradecida a Dios, que sigue a nuestro lado, que nunca nos abandona y que llena de esperanza y confianza nuestra vida; en gratitud hacia tantas personas buenas, entregadas, solidarias y generosas con los demás, especialmente con los más necesitados, que nos enseñan a valorar lo realmente importante en la vida.

4.- Estamos rodeados de personas buenas

Una situación totalmente anómala, como la que estamos viviendo en estos momentos de pandemia del Covid-19, nos ha hecho darnos cuenta de que, junto a personas egoístas y materialistas que solo piensan en sí mismas, hay también otras muchas personas, más de las que pensábamos y podíamos imaginar, que son realmente buenas, entregadas, solidarias y preocupadas por el bien de los demás. Estamos rodeados de personas que se interesan por sus semejantes, personas generosas que se entregan de lleno a quien las necesita, y que son capaces de dar lo mejor de sí mismas para hacer un poco más felices a los demás.

Los profesionales sanitarios que sufren en su alma, en el contacto continuo y directo con el sufrimiento de los enfermos y sienten que se les rompe el corazón cuando ven morir a las personas afectadas por el virus en la más triste de las soledades. Son estos profesionales sanitarios los únicos que con sus gestos de cariño y de respeto, los consuelan, les ayudan a vivir la enfermedad y permanecen a su lado en el momento de la muerte, haciéndoles sentir que no están solos, que alguien vela y está muy cerca de ellos; que, con una palabra de consuelo, o simplemente cogiéndolos de la mano, les infunden esperanza y les dan ánimo para que sigan luchando.

Esta situación de dolor y sufrimiento nos está demostrando que estamos rodeados de gente buena, solidaria, entregada y generosa que, olvidándose de sí mismos, emplean tiempo, energías y medios económicos para ayudar a otros que realmente lo necesitan; vecinos que se ayudan entre ellos, voluntarios que se entregan por entero al servicio de la solidaridad y la comunión con los que sufren.

Tantas y tantas personas, “los santos de la casa de al lado, los vecinos” de los que habla el Papa Francisco, que hacen presente el amor que Cristo suscita en su corazón para que, a través de ellos, los enfermos, los ancianos, las personas solas, los pobres y necesitados reciban y sientan el amor que Dios les tiene. Cuando nos entregamos a nuestros semejantes, el Señor deja escuchar en nuestro corazón aquellas palabras suyas tan decisivas y esperanzadoras: «Lo que hicisteis con uno de estos mis pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Con nuestra entrega y generosidad a quien más nos necesita, estamos manifestando el amor de Dios que, a través de nuestro amor y entrega, deja traslucir y hace presente su amor con ellos.

En estos momentos de sufrimiento y aflicción no estamos solos, no solo porque Cristo en persona está con nosotros, cumpliendo su promesa: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20), sino también porque Jesucristo se hace presente a través de las personas que aman, se entregan, ayudan y se solidarizan con los más necesitados.

5.- Es hora de fortalecer nuestra fe

Necesitamos recuperar el ánimo y la confianza en que esta situación terminará y, aunque cueste, la normalidad volverá a nuestras vidas; una normalidad que permita encontrarnos con nuestros familiares y abrazarles; una normalidad que permita recuperar algo de lo mucho perdido en estos meses.

Son muchas las personas que lo han pasado y lo están pasando mal. Su vida se ha cubierto de un gris oscuro de tristeza que les dificulta la posibilidad de recuperar la ilusión y la esperanza. Por eso, todos necesitamos el apoyo de Dios y de nuestra fe en Él, y el apoyo mutuo de unos a otros para lograrlo.

Todos cuantos formamos la Iglesia: El Papa, los obispos, los sacerdotes, los diáconos, los religiosos y religiosas y los fieles laicos, lloramos con los que lloran, sufrimos con los que sufren y rezamos por todos, unos por otros, en medio de la aflicción y el dolor que está produciendo esta pandemia. Todos debemos asumir y hacer nuestros los sufrimientos y los dolores, las alegrías y los gozos de los demás y, especialmente, los dolores y sufrimientos de los más débiles, animando a los desanimados e infundiendo esperanza y confianza en el Señor desde la fe y la certeza de que Cristo sigue vivo a nuestro lado.

De esta pandemia tenemos que salir con una fe más fuerte y viva; con el convencimiento personal y el compromiso de no olvidarnos nunca de la necesidad e importancia de la fe para vivir con esperanza y confianza cuanto la vida nos depare. Es verdad que nuestra identidad de creyentes no nos libra del sufrimiento, pero sí podemos decir, porque así lo estamos experimentando, que la fe nos ha ayudado y nos ayuda en todo momento a vivir con otro talante en los momentos duros y difíciles que tiene la vida. Ni el poder, ni el tener, ni el placer nos liberan de ellos, solamente la fe nos da la seguridad de que Cristo está con nosotros, que no nos abandona, y que nos ayuda a vivir lo que suceda en nuestra vida con la esperanza y confianza que necesitamos.

Seguro que muchas personas han caído en la cuenta del error en el que vivían, creyendo que todo lo podían con su dinero o con su poder, y considerando la fe como algo inservible. Seguro que ahora entienden que, a Dios, y nuestra fe en Él, no podemos encerrarlos en el baúl de los recuerdos, ni esconderlos en la trastienda de nuestra vida. La fe en Jesucristo, el Señor, hemos de actualizarla, cultivarla y vivirla más plenamente cada día, porque en un horizonte vital, revestido de un gris oscuro y triste, y con todas las puertas y ventanas humanas cerradas y sin ver claridad por ningún sitio, sólo la luz de Dios brilla, con especial esplendor, en esos momentos de nuestra vida.

Dios sigue llamando a las puertas de nuestros corazones continuamente para que le abramos y le dejemos entrar, para que Él pueda darnos todo cuanto necesitamos, incluido el sentido de tantas cosas que sin Él no lo tienen. Todos necesitamos a Dios y a los hermanos para lograr hacer un mundo más humano y fraterno, para darnos cuenta de que cuando nos entregamos a Él, amando y ayudando a los demás y, especialmente, a los más pobres, necesitados y desahuciados de la tierra, entonces somos mucho más felices que cuando pensamos, egoístamente, solo en nosotros mismos.

Necesitamos rezar al Señor, contarle nuestras inquietudes y proyectos, nuestras dudas y nuestras certezas, nuestras alegrías y tristezas, nuestras ilusiones y fracasos, porque a Dios le interesa todo lo que vivimos y, en todo momento, nos da su gracia para que podamos vivir con las mismas actitudes que nos enseñó Jesús. Necesitamos experimentar el amor que Dios nos tiene y el perdón que Él nos otorga cuando le abrimos el corazón y le dejamos entrar en nuestra vida para que la trasforme. No olvidemos que somos sus hijos, una filiación que Cristo nos ganó «no a precio de oro o plata -como dice San Pedro en su primera carta-, sino a precio de la sangre de Cristo, que se entregó en la cruz por nosotros» (1 P. 1,18).

6.- Nuestra fe debe ser una fe comprometida y solidaria

Este tiempo de pandemia va a traer consigo graves consecuencias económicas, que se van a manifestar especialmente en la pérdida de muchos puestos de trabajo. Miles de personas y de familias necesitarán de nuestra generosidad, de nuestra ayuda y de nuestra solidaridad. Esta grave situación de desempleo reclama de nosotros, como cristianos, una fe comprometida, solidaria y de comunión con las personas y con las familias afectadas, una fe que nos lleve a compartir lo nuestro con los más necesitados.

La caridad cristiana, que se canaliza especialmente a través de Caritas, ha de procurar hacerse presente en todos los casos de necesidad para poder darles una respuesta. Para ello, Cáritas necesita de nuestra generosidad y de nuestra comunión con los más necesitados, compartiendo nuestros medios personales, materiales y espirituales; concienciando a la sociedad de esta necesidad y llamando a todos a la solidaridad. Sabemos que el establecimiento de la justicia en la sociedad y la búsqueda del bien común es responsabilidad de las instituciones civiles, nacionales, autonómicas y locales. Desde la Iglesia y desde Cáritas, conscientes de nuestras limitaciones, les ofrecemos colaboración y diálogo para que los necesitados encuentren las mejores respuestas a sus problemas. La generosidad y la disponibilidad para compartir lo nuestro con los necesitados es muy importante, pero, en estos momentos, será insuficiente para dar respuesta a la situación social creada por esta pandemia. Otros pueden y tienen por ley esta obligación.

Que nuestra Señora, la Virgen María, a quien todos veneramos bajo distintas advocaciones, nos ayude en esta situación de pandemia e interceda ante su Hijo para que podamos superarla. Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. A ti acudimos y en ti buscamos refugio.

              Toledo, 22 de mayo de 2020

Memoria Litúrgica de Santa Rita de Casia

Mons. Francisco Cerro Chaves, Arzobispo de Toledo-Primado de España

Mons. Atilano Rodríguez Martínez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara

Mons. José María Yanguas Sanz, Obispo de Cuenca

Mons. Gerardo Melgar Viciosa, Obispo de Ciudad Real

Mons. Ángel Fernández Collado, Obispo de Albacete