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20 de agosto de 2023

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Durante este año el sacerdote Pedro Ortuño Amorós está celebrando sus bodas de oro sacerdotales. Nació en Caudete hace 76 años y fue ordenado sacerdote en 1973. Repasamos hoy con él estos 50 años de servicio y entrega a la Iglesia en Albacete, en la actualidad es el párroco de la Resurrección de Albacete y el delegado para la Vida Consagrada. 

50 años como sacerdote, toda una vida de servicio a la Iglesia

Así es; y por ello doy gracias a Dios y a todas las personas que, en estos 50 años, se han cruzado en mi vida, de los que he recibido mucho, y a los que yo he intentado dar lo mejor siguiendo mi vocación y misión como presbítero de la Iglesia, aunque en estos momentos veo que podía haber dado más, pero es lo que hay.

Pedro, ¿cómo nació tu deseo de ser sacerdote

Yo nací en un pueblo rural de nuestra provincia y diócesis, Caudete; en una familia sencilla, toda ella gente del campo, de práctica cristiana dominical, como era gran parte de la gente del pueblo. Pueblo muy religioso, donde había tres sacerdotes, más tres comunidades religiosas, entre ellas el noviciado de los Padres Carmelitas Calzados de la provincia de Aragón. Este fue el ámbito social, cultural y religioso donde fue emergiendo mi vocación. Y en 1960 ingresé en el Seminario Menor, en Hellín.

Qué recuerdos tienes del día de tu ordenación. ¿Con quién te ordenaste?

Aunque han pasado 50 años, parece como si fuera ayer; lo recuerdo todo perfectamente. Yo estaba en el Seminario Menor como formador, y tras casi 2 años de diaconado, fui ordenado por D. Ireneo García Alonso, segundo obispo de Albacete; y junto conmigo, se ordenó también un compañero, paisano mío. Era el 8 de abril de 1973, acompañado por todos los seminaristas del Seminario Menor y Mayor, así como mi familia y buen número de personas de mi pueblo y de Albacete.

Cuéntanos brevemente tu trayectoria ministerial

Cuando ingresé en el Seminario, yo me imaginaba de sacerdote en una parroquia y punto, como veía a los sacerdotes de mi pueblo cuando era niño. Pero somos presbíteros para la misión, que la encomienda el obispo cuando nos da nombramiento para una tarea concreta. Pero yo no me imaginaba que la misión iba a ser tan variada.

Así que, tras mis años de formación en el Seminario, fui nombrado para lo que nunca había pensado: formador de seminaristas pequeños en el Seminario de Albacete. Cuatro años más tarde, marché como misionero a África, a la misión de Safané. Diez años después, de vuelta a Albacete, ejercí de párroco de San Roque en Almansa; durante ese periodo, el obispo me encomendó también el acompañamiento espiritual de los seminaristas mayores, resientes en Moncada (Valencia), desplazándome dos días por semana para atenderlos. De nuevo, en 1995 volví a la misma misión de Safané donde permanecí tres años más, hasta 1998; de vuelta a España, D. Francisco Cases me nombró Rector del Seminario Mayor y Menor, cargo en el que permanecí durante 21 años, hasta 2019. Desde 2008, al trasladar a los seminaristas mayores de Albacete para seguir la formación en Orihuela-Alicante, el obispo D. Ciriaco me nombró también párroco de la Resurrección del Señor, donde sigo hasta la fecha.

Al mismo tiempo y simultaneando con las tareas pastorales ya indicadas, estuve cinco años de profesor de religión en dos institutos, así como profesor de Teología en el Seminario; desde hace 25 años, también profesor de Teología en el Instituto Teológico de Albacete. Y desde 2004, Canónigo de la Catedral y Consiliario de la Adoración Nocturna Femenina.

Una etapa suponemos que inolvidable será la Misionero en la Misión Diocesana de Safané, en Burkina Faso, África.

Sí, tengo un recuerdo muy grato de mi paso por África; fueron 13 años en la Misión de Safané, en un país llamado entonces Alto Volta, que, tras una revolución en 1983, cambió de nombre: Burkina Faso, que significa “patria de los hombres íntegros”.

Era el segundo país más pobre del mundo, con 80 dólares de renta per cápita, la lengua oficial el francés, y en la diócesis se hablaba 11 lenguas distintas; en Safané era el marká, lengua que tuvimos que aprender sobre la marcha, hablando con la gente. Hacía 9 años que había comenzado el cristianismo; los bautizados no llegaban a 200 personas y los catecúmenos unos 300. Era una misión-parroquia de primera evangelización a 100%, con una extensión de 2.100 km2, unas 90.000 personas en 103 pueblos. Ese era nuestro campo de acción, donde además de anunciar a Jesucristo y formar la comunidad cristiana, también se llevaba a cabo acciones de desarrollo social y promoción humana: lucha contra la sequía construyendo pozos de agua, colaborando en campañas sanitarias contra algunas enfermedades, la ayuda de nuestra diócesis de Albacete, parroquias, y de Manos Unidas sostenían nuestro trabajo.

Guardo un recuerdo muy agradable de aquella gente, de aquella tierra, que considero como mi casa y mi familia y con quienes mantengo una relación bastante regular, y con quienes seguimos colaborando. Tuve la satisfacción de anunciar a Jesucristo, por vez primera a mucha gente, así como bautizar a los primeros cristianos de algunos pueblos. Incluso conocí al primer cristiano de Alto Volta (Burkina Faso).

Actualmente eres el párroco de la Resurrección, pero durante muchos años fuiste el Rector del Seminario. Un tema, el de las vocaciones en el que hay que trabajar con mucho cariño y dedicación.

Efectivamente, la vocación es parte de nuestro ser cristiano; somos “bautizados para ser enviados”. Por ello, tenemos la misión de orar por las vocaciones y crear un clima propicio para las mismas. Dios sigue llamando, pero hay que escuchar y ayudar a escuchar; es la tarea de las familias cristianas, las parroquiales y comunidades religiosas.

Y ahora también delegado para la Vida Consagrada. ¿Cómo está la Vida Consagrada en Albacete?

Sí, este es un nombramiento reciente. La vida consagrada hace lo indecible por vivir sus propios carismas o misión allí donde están presentes. Algunas comunidades están formadas por religiosas mayores, y ahora su presencia está marcada por la oración. Ciertamente faltan vocaciones, y hace falta que haya jóvenes que escuchen la voz de Dios, que no deja de llamar, pero hace falta escuchar y responder.

¿Qué ha sido lo mejor de estos 50 años?

Tengo un buen recuerdo de los lugares donde he realizado mi vocación, y de las personas con quienes he trabajado: en parroquias, donde he encontrado personas con gran fe, de quienes he aprendido mucho; de mis hermanos sacerdotes en quienes me he inspirado y me han ayudado a vivir la vocación; mi paso por África, ya lo he dicho, es inolvidable; mi paso por el Seminario en las diversas etapas, que me ha permitido estar muy en contacto con los jóvenes y con los ahora jóvenes sacerdotes de nuestra diócesis.