5 de noviembre de 2023
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El profesor, Ángel Castaño Félix, es el subdirector del Instituto Superior de Ciencia Religiosas San Dámaso, al cual está afiliado el centro de nuestra Diócesis. Ha venido a Albacete para inaugurar el curso del Instituto Teológico Diocesano de Albacete. Su conferencia tenía como título “Dios y su providencia ante el sufrimiento humano”.
Ángel, mucha gente percibe que el sufrimiento en el mundo va en aumento. ¿Comparte esta percepción?
El sufrimiento ha tocado a todas las generaciones humanas. No ha habido una generación que no haya conocido la guerra y también grandes catástrofes. Nosotros llevamos cinco años desde la pandemia, se suceden las guerras, algunas ya estaban ahí, otras son las nuevas. No dejamos de ver un mundo que sufre mucho. Y ante este sufrimiento, la pregunta es ¿qué tiene que ver esto con Dios? Una pregunta que ya está en la Biblia y que se repite generación tras generación.
Mucha gente, ante el sufrimiento, se pregunta dónde está Dios, ¿nos ha abandonado, se ha olvidado de nosotros?
Ciertamente eso es. La verdad es que no hay una respuesta que satisfaga del todo las exigencias de la razón. Porque el sufrimiento sigue siendo un misterio y lo seguirá siendo siempre. No podemos encontrar atajos que lo faciliten, porque eso sería pura ideología. Hay un misterio detrás de la actuación de Dios.
Ante el sufrimiento, ¿qué respuesta encontramos en la Sagrada Escritura?
Lo primero es afirmar que Dios es creador solo de lo bueno y que Dios no obra nunca el mal. De modo que ningún mal procede de Dios. Dios no usa el mal para castigar ni para corregir. Dios que no quiere el mal, sin embargo, es capaz de sacar bienes de los males. La providencia divina es, en el fondo esto, como Dios nos acompaña y ayuda para que de los males que suceden, que él no quiere, podamos sacar un bien.
Otra cuestión es que Dios respeta nuestra libertad, porque si nos la quitara, no respetaría en el fondo nuestra identidad y nuestra intimidad. Y este mundo que existe es un mundo no perfecto donde catástrofes, volcanes, terremotos, virus… son consecuencia de lo que llamamos, las leyes de la naturaleza, que Dios respeta.
¿Y cómo ver esos signos de actuación, de presencia de Dios en esos momentos de sufrimiento, de dolor, de enfermedad?
Santo Tomás muy bellamente dice que, si Dios impidiese todos los males, además de que nuestra vida de repente dejaría de ser seria, porque tendríamos problemas y conflictos resueltos mágicamente, impediría muchos bienes. Una situación de sufrimiento invita al que está cerca, a la comprensión, al servicio en favor de los que sufren. Se arranca ahí una generosidad y un bien que a veces es mayor que el mal.
Profesor, ¿por qué cuesta tanto descubrir la actuación de Dios cuando estamos mal?
Descubrir la presencia de Dios cuesta porque Dios mismo no se manifiesta de modo claro. En la creación se revela humildemente. Y en la historia tampoco se ha revelado de modo que su presencia sea evidente. Dios quiere que lo busquemos con corazón sincero.
¿Por qué el sufrimiento puede alejar a mucha gente de la fe?
El tema del sufrimiento es verdad que puede apartar a muchos de la fe. Y, curiosamente, también a otros los ha acercado a la fe. O sea, hay un misterio también en la libertad humana, en cómo reaccionamos ante los males. A veces, el descubrir que no somos dueños de nosotros mismos, de repente nos invita a vivir con más seriedad. A otros los puede llevar al agnosticismo, al sentido vacío de la vida.
Todo depende de cómo vivimos el mal que nos hacen, el mal que hacemos o el mal que nos viene sin culpa de nadie, como una tormenta que nos tumba la casa, un volcán o un terremoto. Ahí cada uno de nosotros podemos buscar el lado bueno o cerrar el corazón y ver solo lo malo.
Lo que está claro entonces es que el sufrimiento, la enfermedad, va a aparecer en nuestra vida irremediablemente, pero con la ayuda de la fe puede ser un sufrimiento, una enfermedad distinta.
Desde luego, si tengo fe, si creo de verdad que el Señor está presente en el sufrimiento, que me acompaña y comparte mi destino. Ese sufrimiento me puede ayudar a comprender y compartir el dolor junto a los demás, especialmente aquellos que sufren y son excluidos por la sociedad. Sabiendo que los dones más preciosos que Dios me ha concedido son la esperanza y el amor y estos siempre permanecerán en mí.
Profesor Ángel Castaño muchas gracias y hasta que Dios quiera.