Las Bienaventuranzas, el encuentro de Jesús con el joven rico o este fragmento del capítulo noveno de Marcos que la liturgia de la palabra nos propone esta semana, sólo son compresibles si partimos de la convicción de que la primitiva comunidad cristiana, cuando redactaba estos escritos, estaba pensando en el propio Cristo. Cristo es el primer bienaventurado del Padre, Cristo es el joven que hizo de su vida una historia de desposeimiento y vaciamiento hasta la muerte en cruz por amor a la voluntad del Padre, Cristo es el siervo de todos, él último, Cristo es el niño del evangelio de hoy.
No es posible acoger la lógica del Reino y sus consecuencias vitales para el hoy de nuestra vida sin esta confesión de fe, a no ser que queramos convertir el evangelio en palabra vaciada de realidad y la fe en experiencia incapaz de fecundar nuestra cultura, supuesta la inversión de valores que éste nos propone. Porque “da miedo” preguntar al Maestro cómo su mesianismo ha de pasar por el calvario, y “se hace difícil de entender” que la ilógica de la cruz sea camino extrañamente necesario para la vida. Por eso los discípulos prefieren “discutir por el camino de otras cosas”.
En el fondo el problema de aquellos primeros discípulos es parecido al nuestro: nos cuesta entrar en “lógica del Reino de Dios”. Para nosotros la historia la hacen los que mandan, los que pueden, los fuertes, los que están arriba, los intocables, los elegidos, los que han llegado lejos, los que han prosperado, los que tienen el futuro asegurado, los acomodados, los seguros de sí mismos…; pero Jesús parece que se empeñó en destacar a los pequeños, los más pequeños, los mansos, los sencillos y humildes. Según la tradición veterotestamentaria son los apacibles, los insignificantes o inferiores, que revelan una peculiar fe en Dios y a los que Jesús relaciona con la venida del Reino. Tomar conciencia de lo pequeño que se es ( y siempre habrá algún poderoso que te lo recuerde), hace que esta condición de ser permita descubrir a un Dios soberano, Padre y Madre, preocupado por proteger a los más pequeños con su benevolencia y justicia.
Esta es la recomendación que Jesús hace a sus discípulos; recomendación que contrasta con la severa advertencia que da a los que aseguran sus vidas a través del poder o de la comodidad. Y es que para la lógica del Reino que propone Jesús sobra el poder. No tiene sentido preguntarse cuál va a ser el mayor o el menor dentro del Reino, porque el poder y los rangos que establece lo concede el mismo Dios que es el que invita al banquete. Y el rango que propone Jesús no es otro que “el estilo de pequeñez servicial” que Jesús muestra en su vida: “quien quiera entre vosotros ser grande que se haga vuestro servidor”.
A mi entender este encantador fragmento de Marcos, nos ofrece dos criterios de presencia evangelizadora de la Iglesia en nuestra sociedad desde esta mística del servicio y de la niñez. En primer lugar la Iglesia ha de concebir su tarea desde la segura convicción de que “no se trata de saber quién es más grande, sino de ayudar a los pequeños”. Gastamos indebidamente el tiempo que Dios nos da por influencias sociales a la que nadie nos llama y descuidamos ésta otra sensibilidad. Y es que la lógica de la competencia y la eficacia es difícilmente conciliable con la lógica del vaciamiento y de la entrega. Nos toca por tanto “dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad”.
Y en segundo lugar, en nuestras parroquias, en las distintas comunidades, en nuestras instituciones tendremos que buscar los mecanismos adecuados para que la relación entre nosotros responda a esta intuición de “hacernos grandes” a base de servir. Sólo así –creo entender yo- encontraremos al niño que llevamos dentro y nuestro corazón “infantil” sabrá abrirse al amor, para nunca dejarnos de asombrar y de inquietar por Jesús y la lógica de su Reino, Niño ante el Padre.
Fco. Jesús Genestal Roche
Párroco de San Roque de Hellín