Manuel de Diego Martín
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1 de noviembre de 2014
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Estamos viviendo estos días una conmoción social al ver la cantidad de corruptos que están saliendo de debajo de las alfombras. ¿Cómo es posible tanta maldad en el ser humano, precisamente en esos señores que se pasean por la vida con trajes impecables y carteras de fino cuero propias de ejecutivos?
Y mientras se está destapando toda esta podredumbre, Caritas nos presenta el informe de Foessa en el que nos hace ver cómo la exclusión y la pobreza crecen más y más entre nuestras gentes, a la vez que los ricos son mucho más ricos. Naturalmente las riquezas de unos suelen ser causa y consecuencia de la pobreza de muchísima gente.
Politólogos, sociólogos, teólogos moralistas dan sus opiniones en las tertulias, lanzando un SOS mientras nos dicen cómo se podrían salvar estos estropicios. Afirman que es necesario que pidan perdón nuestros dirigentes, que busquen medidas políticas para que esto no suceda. Que se vayan y entren otros, pero los que vienen, en contacto con la pasta, también pueden corromperse. Y es que la condición humana es así de perversa. Hay muchos pensadores que afirman que la solución está en encontrar otras bases educativas, para que las nuevas generaciones crezcan con otros valores.
Estoy muy de acuerdo de que hace falta una nueva educación. Pero en estos días en que la gente está celebrando el “Halloween” que es un carnaval de otoño para reírse e ignorar la muerte, yo creo que pensar en ella sería algo que nos puede ayudar para regenerarnos éticamente. Lo que vivimos en la calle estos días es lo que decía Epicuro. La muerte no existe, pues cuando estoy vivo ella no está, y cuando ella llega ya no existo yo. Así que me quiten lo bailado.
La muerte sí existe. Y el pensar en la muerte puede ser una medida curativa para nuestra sociedad. Los que somos creyentes en Dios y en la vida eterna, podemos recordar los versos de Lope de Vega: “Yo ¿para que nací?: para salvarme. Que tengo que morir es infalible, dejar de ver a Dios y condenarme, triste cosa será, pero posible…”. Un creyente en Jesús sabe que en su muerte se va a encontrar con la máquina de la verdad, con ese juicio que lo salvará o lo condenará. ¿Se puede jugar a la ruleta rusa haciendo el bestia aquí para luego hundirse en el abismo?
Los que no son creyentes, tienen que pensar que la muerte es el límite, es caer en la nada, en el abismo. ¿Cómo esta gente puede pasar la vida robando, llevando el sufrimiento a los demás si sabe que a la vuelta de la esquina se va a encontrar con un muro y que su vida quedará estrellada en la nada? Y de él no quedan más que unos despojos y una losa en la que se pueda escribir: “Aquí están los escombros de un corrupto”.
En este día de los fieles difuntos yo sí me atrevo a afirmar que pensar en la muerte puede sanear un poco nuestra maltrecha sociedad.