A. Javier Mendoza Gil

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24 de agosto de 2025

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Resulta un poco inquietante la pregunta que alguien le hace a Jesús: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”. Con más o menos intensidad, esta cuestión surge en todos los tiempos.

Jesús no responde dando cifras; a Él no le interesan los números ni las estadísticas. Su experiencia del amor del Padre no le deja ninguna duda: Dios es Amor y misericordia entrañable, y por Él todos pueden salvarse. Otra cosa es si nosotros queremos.

Por eso, la respuesta es también inquietante: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha”. Y claro, uno se pregunta ¿Qué puerta? Obviamente está hablando de la puerta del Cielo. Lo que, para el personaje que pregunta, habla del aquí y ahora, Jesús lo clarifica hablando del futuro, de nuestra muerte, y de si entraremos o no en la casa del Padre.

La sociedad se ha dejado llevar por los mensajes del mundo: “Vive intensamente, ámate a ti mismo y luego… ya veremos”. Qué lejos esta esto del mensaje de Jesús, que nos habla de amar a los demás como a uno mismo.

Vivimos en un mundo confuso, primordialmente -pienso yo-, porque el cristianismo ha dejado de ser valorado como mensaje de salvación para esta vida, y para poder llegar plenamente a la “otra”.

No queremos pensar en la muerte ni en lo que ocurra después. Solo cuando vemos la enfermedad la debilidad y la muerte de alguien cercano, pensamos en ello… pero enseguida volvemos al mundo y a nuestro propio egoísmo. Lo demás, ya veremos. Me decía alguien cercano: “Bueno, no voy a Misa ni nada, pero cuando esté a punto de morir me confieso y listo…”. ¿Acaso sabemos cuándo llegará ese momento? ¿Acaso no hemos entendido que esta vida es un tiempo de pruebas y sacrificios, también de momentos felices, claro está?

Si entendemos que Dios nos ha creado eternos, no para morir, entonces comprenderemos que nuestra vida tiene sentido si Dios está en ella.

Al final de nuestra vida, si hemos seguido el mensaje de Jesús y su camino, en la Iglesia que Él nos dejó, tendremos parte de la verdadera felicidad que nos ofrece.

Pero para salvarnos -como decía San Agustín-: “Dios te creó sin ti, pero no te salvará sin ti”. Necesita de nosotros, de que tomemos parte. Y no solo “de boquilla”: yo voy a Misa y ya cumplo… No. No sólo la Misa, sino también la oración y las obras con nuestro prójimo.

Porque al final de nuestra vida, como decía san Juan de la Cruz, “nos examinará del amor”. Amar: he aquí la carta de ruta para llegar a feliz término en la carrera vital.

Dice un refrán: “Cuando el camino se hace duro, sólo los duros siguen en el camino”. Así es la senda de la salvación cristiana. No es precisamente de rosas -aunque también las tiene-, sino de despojo, esfuerzo y fidelidad. Porque es servicio y disponibilidad,

En resumen, la parábola de la puerta estrecha nos habla de conversión, y revela que la salvación cristiana es una aventura difícil, pero al alcance de todos y, a todos ofrecida, sabiendo que Él nos acompaña siempre.