+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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14 de noviembre de 2009
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]N[/fusion_dropcap]os acercamos al final del año litúrgico. Domingo tras domingo hemos seguido a Jesús con el evangelio de Marcos. Hemos escuchado sus parábolas, hemos asistido a sus signos de liberación y curación, le hemos sorprendido formando a sus discípulos, se nos ha ido desvelando el misterio fascinante de su persona.
El texto evangélico de este penúltimo domingo del año litúrgico nos presenta a Jesús a unos días de su muerte, saliendo quizá por última vez del templo de Jerusalén. Uno de los discípulos le hace observar aquella maravilla de edificación. Jesús, por toda respuesta, le contesta: – “Todo será destruido hasta no quedar piedra sobre piedra”. Entonces. Pedro, Santiago y Juan le preguntan “cuándo sucederá eso”. La respuesta a esta pregunta constituye el último gran discurso de Jesús, llamado “discurso escatológico” o “discurso sobre los últimos tiempo”.
Como signos que precederán a la ruina del templo apunta los siguientes: La aparición de falsos profetas y mesías que arrastrarán a mucha gente, calamidades, guerras, hambre, persecución contra los discípulos. Luego sobrevendrá la desgracia, “la abominación de la desolación” anunciado por el profeta Daniel.
Sabemos históricamente que el templo fue profanado y destruido por los ejércitos de Tito en el año 70. Marcos, que escribe el evangelio poco después de estos acontecimientos, los tiene presente sin duda en su redacción.
Las comunidades cristianas viven un momento en que todo parece hundirse. El templo de Jerusalén, lugar de la presencia divina para los judíos, ha sido pasto de las llamas. La persecución de Nerón pretende acabar con la Iglesia naciente. Pedro y Pablo han muerto, crucificado uno y decapitado el otro. Cristianos mártires, convertidos en antorchas, han iluminado los jardines de Roma. La angustia y la decepción de los creyentes está al límite, hasta preguntarse si su fe no será vana: ¿Es éste el Reino de Dios anunciado por Jesús? Son preguntas graves, permanentes, actuales.
Jesús utiliza el leguaje apocalíptico tradicional, de imágenes estereotipadas, simbólicas. Son descripciones que no es necesario tomar en sentido material, sólo quieren describir una realidad de alguna manera indescriptible, una especie de caos primitivo del que ha de brotar una nueva creación.
A quienes estamos tentados permanentemente de creernos dioses, las imágenes nos ponen ante nuestra fragilidad. Ocurre que un día todo lo que creíamos sólido se convierte en algo ridículamente insignificante. Ante el crujir del cosmos (el sol, la luna, las estrellas…) o la destrucción de civilizaciones que parecían eternas descubrimos nuestra real estatura. Un cuadro tétrico, al uso de la literatura apocalíptica, para acabar con un mensaje consolador para los seguidores de Jesús, y de esperanza para toda la humanidad: “Entonces se verá al Hijo del Hombre venir sobre las nubes con gran poder y gloria”.
Nunca, desde su nacimiento en la pobreza de Belén, Jesús había hablado así de sí mismo, presentándose como Señor del cosmos y Juez del bien y del mal al fin de los tiempos. Ahora se aplica a sí mismo la famosa profecía del libro de Daniel, que, en medio de la persecución de Antíoco Epífanes IV, afirma la victoria de Dios por medio de un misterioso “Hijo de hombre, que viene sobre las nubes”. Es la afirmación de que la fuerza del mal, la opresión sobre los pobres y los débiles, no puede ser la última palabra de la historia. Toda la fuerza del lenguaje apocalíptico es utilizada por Marcos para hacer brotar la esperanza.
Las sectas de todo tipo, los iluminados de todos los tiempos de crisis, los profetas de calamidades no han dejado nunca de calentarnos las orejas con amenazas. Jesús, sin embargo, frente a la destrucción del templo y la caducidad del mundo nos ofrece aquella Buena Noticia que hacía exclamar a los primeros cristianos: “¡Ven, Señor Jesús!”.
Los primeros cristianos vivieron intensamente este deseo del retorno del Señor. La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II recuperó esta aclamación del “¡Ven, Señor Jesús!”, que sigue inmediatamente a la consagración. Es el mayor grito de esperanza que un hombre puede proferir cuando todo su hunde entorno a él, incluso cuando la muerte próxima parece triunfara sobre la vida. “El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”. Lo dice quien va a morir en unos días. Su resurrección será aurora luminosa tras una noche oscura, como el inicio de una nueva creación.