+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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22 de octubre de 2016
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]U[/fusion_dropcap]na vez más, en el penúltimo domingo de octubre, celebramos el día del Domund, la Jornada Mundial de las Misiones. Es la gran Jornada misionera de nuestra Iglesia, que nos invita a mirar largo, a abrir las manos y el corazón, a movilizarnos exterior e interiormente, porque el Domund nos recuerda que todos somos misioneros. El cristiano, a la vez que agradece el don de la fe, ha de sentirse estimulado a compartirla, como se comparte una alegría que no puede callarse. En Jesucristo, Dios se ha hecho Palabra, Luz y Vida para todos los hombres. Por eso, su Palabra ha de seguir resonando en el mundo.
El Domund, pues, nos invita a todos los bautizados a vivir la dimensión universal de la fe y el compromiso de la caridad con los más pobres; suscita una corriente fraterna y solidaria de ayuda a los misioneros y misioneras para que sigan realizando sus admirable labor de evangelización y promoción allí donde han sido enviados.
La misión no es una obra meramente filantrópica y social, fruto de una sensibilidad solidaria o de unos buenos sentimientos. Arranca de las entrañas del Dios que es amor y quiere hacernos partícipes de su amor. Un amor que se nos ha revelado y nos ha sido dado en Jesús para dar vida al mundo: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él “(1 Jn 4,9). Sabe la Iglesia que el mejor tesoro que puede ofrecer a los hombre de nuestro tiempo es Jesucristo, su mensaje, sus promesas, su salvación.
El mismo Jesús, que fue el primer misionero, confió a los discípulos, después de su resurrección, el encargo de difundir el anuncio de este amor a todos los pueblos con la fuerza y el ardor del Espíritu Santo: “Como el Padre me envió, así os envío yo. Recibid el Espíritu Santo” (Jn 21,21-22). Son palabras que tendrían que volver a resonar en este domingo del Domund con acento personal en el corazón de cada diocesano.
Muchos hombres tienen hambre de pan y, también, hambre de Dios. Aunque la misión de la Iglesia es de orden religioso y transcendente, es también para este mundo “fuerza de justicia, de paz, de verdadera libertad y de respeto a la dignidad de cada hombre” (Benedicto XVI). Quienes hemos tenido la oportunidad de visitar a nuestros misioneros, hemos constatado con gozo que allí donde llega un misionero no sólo surge una comunidad cristiana, sino que con ella brota un impulso profundamente eficaz de promoción y desarrollo de las personas.
El lema del Domund de este año, “Sal de tu Tierra”, es la Palabra que escuchó Abraham hace muchos siglos. La obediencia a aquella Palabra, que venía de Dios, le convirtió en portador de una promesa de vida para toda la humanidad.
Aquella vieja Palabra sigue conservando toda su novedad. Por eso este año se ha hecho, en labios del Papa Francisco, la invitación a salir de nosotros mismos, de nuestras comodidades, de nuestros miedos y complejos para que, como discípulos y misioneros, pongamos al servicio de los demás nuestra fe, nuestra creatividad y nuestra generosidad.
“Sal de tu tierra” evoca la experiencia de miles de misioneros y misioneras que lo han hecho realidad en sus vidas. Ellos sí que son Iglesia en salida a las periferias de nuestro mundo, como nos pide el Papa Francisco con tanta insistencia. Cuando en nuestra Diócesis de Albacete estamos a punto de inaugurar nuestra Misión diocesana, nuestros misioneros nos enseñan de manera práctica el arte de ser discípulos y misioneros.
En el cartel del Domund, tan sencillo como expresivo, encontramos huellas de distintos colores. Son las huellas que dejan marcadas con el signo de la cruz, del amor entregado, los misioneros en los distintos continentes, en medio de la diversidad de razas y culturas.
Os invito a recordar con gratitud, en esta Jornada a los misioneros de nuestra Diócesis de Albacete, a todos los misioneros. Hace años, comentaba un brillante articulista, frente a algunos escándalos sórdidos y siempre lamentables, alardeados con profusión en los medios de comunicación, que si los periódicos dedicasen la misma atención a la epopeya anónima y cotidiana de los misioneros no habría papel suficiente en el mundo.
Oremos y ayudemos, hoy y siempre, a los misioneros. Es una buena manera de sentirse misioneros. Aunque no todos estemos en la vanguardia de los frentes de la misión, todos podemos secundar el mandado de Cristo a todos dirigido y que a todos nos concierne. La solicitud por los misioneros y por las misiones de allá, rejuvenece a nuestra Iglesia, la vigoriza y la renueva en su impulso evangelizador acá.