|

28 de septiembre de 2013

|

152

Visitas: 152

Poco a poco hemos ido retornando a la cotidianidad de lo de cada día y a la normalidad del curso pastoral. Pasó el tiempo de verano; ha pasado la feria de Albacete; han pasado las romerías y fiestas de muchos pueblos de la diócesis. Hace más de quince días que los centros escolares abrieron sus puertas a los niños y adolescentes, y llega el tiempo de vivir intensamente el día a día y de llenar la vida de nuestras parroquias de proyectos y acciones.

Cuando empezamos un nuevo curso pastoral es necesario volver a tomar conciencia de la importancia que, para cuidar nuestra fe, tiene la Palabra de Dios y para ello tenemos la suerte de la Eucaristía dominical. Cada domingo, frente a tantas palabras superficiales; frente a palabras de doble sentido, palabras abusivas para unos, palabras de crítica para otros, escuchemos una Palabra Veraz y autentica que llega al corazón y que llena de sentido lo cotidiano de la vida y pone Espíritu a cada objetivo y acción pastoral.

Durante varios domingos, estamos escuchando, las parábolas del Evangelio de San Lucas donde nos va presentando el Reino de Dios y las actitudes propias para participar en él.

Hoy la Palabra de Dios se centra en la apertura a la realidad y observación de lo que ocurre a nuestro alrededor. Las riquezas, los abundantes bienes de consumo, las vidas sostenidas únicamente por el tener, pueden hacer, que “canturreemos al son del arpa”, que “inventemos instrumentos musicales”, y “no nos dolamos del desastre de José”. Es igual que el llamado rico Epulón del evangelio, que por poseerlo todo no ve y no oye lo que está ocurriendo a la puerta de su casa.

Ciertamente que el análisis u observación de la realidad que no supieron hacer “los que se fiaban de Sión” ni “los Epulones” del momento, sirve para eso, para conocer la realidad, pero no para comprometerse y transformarla. Estaban seguros de sí mismos, de sus ideas, de sus programas, de sus estilos y esa seguridad les impedía ver y observar la otra realidad: la realidad de los problemas de los hijos de Israel, que era la mayoría social del Pueblo de Dios.

También a nosotros nos puede ocurrir igual: Que estemos muy seguros de nosotros mismos: de nuestro bienestar, de nuestras ideas, de nuestras creencias, de nuestras programaciones, y eso nos impide salir de lo de siempre por falta de perspectiva, de análisis, de saber ver la realidad.

La primera parte de nuestra programación pastoral (años 2011-2016) está referida a la renovación profunda y seria de las personas e instituciones para hacer frente a los difíciles retos de hoy. Si esta renovación no pasa por las personas, por los “Hombres de Dios” de la segunda lectura: los pastores, los agentes de pastoral, los líderes de la comunidad, los educadores, etc. no vamos a ser capaces  de compadecernos de “los dolores de nuestro pueblo”.

Esa renovación personal pasa por realizar el combate de la fe. Realizar el combate de la fe es una referencia a los que enseñamos y predicamos, que nunca tengamos el ministerio en beneficio propio, y no solo en lo material sino sobre todo en lo social y eclesial, estando como los que sirven en primera persona, haciendo que los signos de las instituciones primero salgan de nosotros hechos realidad, hechos vida encarnada y ofrecida; encarnada en las difíciles situaciones de hoy y ofrecidas a las personas que las sufren y viven. “Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza”. He aquí el manual cristiano de observar la realidad y dar respuesta.

Es cierto y bien conocido de los muchos gestos y compromisos de la Iglesia en la coyuntura actual: gestos de compartir, descentralización de algunas instituciones eclesiales, acogida y acompañamiento por parte de la comunidad a ese sector social que carece de mucho.

Estas circunstancias a la luz de la Palabra escuchada y de la reflexión pastoral del momento nos ha de llevar a ser audaces, a salir de nosotros mismos, a multiplicar los signos de visibilidad de la Iglesia para presencializar el Reino; una visibilidad especial en el mundo educativo y en el mundo social, que es donde se fragua la persona y lo que más llega transformar la realidad; a multiplicar la dimensión humana de la escucha, del conocer, del valorar la persona en su entorno y en su problemática.

Todo ello nos hace sentir la proximidad del Reino de Dios en el crecimiento del gozo y de la alegría de los desfavorecidos y empobrecidos ; en los Lázaros de hoy atendidos y acogidos, escuchados y acompañados, y sentir cercano el lejano seno de Abraham donde Lázaro goza de los bienes que se le negaron en la tierra.

Ramón Sánchez Calero
Párroco de La Asunción de Almansa