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25 de septiembre de 2010
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Un domingo más la Iglesia regala a la humanidad, en su liturgia de la Palabra de la misa dominical, el tesoro de la Palabra de Dios. Un día más el Señor nos habla, nos invita a escucharle y a que dejemos calar en nuestros corazones su mensaje que no es otro más que Amor, pero un amor que libera, que crea justicia y paz y que da vida, pero vida para siempre.
La parábola que meditamos este domingo, de la mano de san Lucas, es la del rico y la del pobre Lázaro y tiene mucho que ver con la última recomendación que hacía el Señor el domingo pasado “no podéis servir a Dios y al dinero”
La enseñanza de la parábola vale para todos los tiempos, para todas las culturas y para toda clase social; por tanto también para nosotros hoy, cristianos del siglo XXI y para todas las personas de buena voluntad, aunque no confiesen nuestra fe o no hayan encontrado aún a Dios. ¿Cuál es, pues, esa enseñanza que hoy nos ofrece Jesús? Que Padre Dios quiere que todos sus hijos sigan viviendo eternamente, tras la muerte, en la plenitud de su Reino. Que el camino que conduce a él no es otro que el camino del Amor, poniendo nuestra seguridad, nuestra confianza, nuestro corazón en Él, esforzarnos todo lo posible por descubrir en el otro un hermano y ayudarle a caminar en ese mismo camino y en la misma dirección, descubrir que los bienes materiales son medios para vivir y hacer que otros vivan, poseer cosas y usarlas para vivir no que ellas nos posean, comprender que somos administradores de lo que tenemos, de los bienes, pero que todos los bienes deben ser para que todos disfrutemos de ellos y nos ayuden a vivir con dignidad,… en definitiva estar alertas al peligro que supone amar a las riquezas y no amar al prójimo y por tanto no amar a Dios. Con esta parábola Jesús no pretende resaltar nuestro destino final individual (aunque se indica según la creencia y lenguaje habituales del judaísmo); ni tampoco prometer una compensación a los pobres con un final feliz (opio barato para el pueblo), ni, menos aún, invitar a los desheredados de la vida a una resignación esperanzada, pero fatalista y alienante.
El hombre rico de la parábola banqueteaba a diario, era un epulón… de ahí el nombre que le hemos dado al rico: Epulón. Vivía sólo pensando en su goce y bienestar sin importarle para nada que otro ser humano pobre, llamado Lázaro (es la única vez que Jesús usa un nombre propio en una parábola), le pida ayuda porque pasa necesidad. El nombre de Lázaro significa en hebreo “Dios ayuda.”
Según los judíos (Jesús dirige esta parábola a los judíos fariseos), el más allá que recibía a los difuntos en espera de la resurrección final era el sheol, donde distinguían dos lugares: uno de castigo y tortura para los malos: la gehenna, y otro de felicidad para los justos: el paraíso o seno de Abrahán. El dispar destino final de Epulón y de Lázaro no se debe exclusivamente a su condición sociológica, sino a sus actitudes personales. El rico no se condena por el mero hecho de ser rico, sino porque prescinde de Dios y porque se niega a compartir lo suyo con el pobre que está muriendo de hambre a su propia puerta. Epulón es el fiel exponente del consumismo egoísta a ultranza.
El Evangelio es respuesta y luz para las situaciones presentes y problemas diarios… y uno de ellos es la pobreza/riqueza que tienen nombres concretos y responden a situaciones lacerantes: por un lado hambre, paro, explotación, subdesarrollo, marginación, incultura y carencia de derecho; por otro lado influencia, dominio, lujo, confort, abultadas cuentas bancarias, múltiples casas, joyas deslumbrantes…
Dejémonos, pues, iluminar hoy por esta Palabra que quiere darnos vida y que ha dado vida a tantos antecesores nuestros en la fe, desde los orígenes de nuestra historia como Iglesia hasta hoy. Convirtámonos de la codicia al amor que comparte, así comenzaríamos cambiando estructuras que crean desigualdades; denunciemos valientemente las injustas desigualdades entre individuos, clases y países; tomemos partido por la justicia social como nos lo han venido recordando nuestros pastores, Padres de la Iglesia, Obispos y Papas y como lo han intentado llevar al día a día tantos antecesores nuestros, como San Vicente de Paul, cuya fiesta celebra la Iglesia mañana día 27.
Francisco Javier López López (Paul)
Párroco de San Vicente de Paul