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24 de septiembre de 2011

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De nuevo el evangelio de este domingo nos sitúa ante la viña y la gente que trabaja en ella (o que debería trabajar) y las dos clases de hijos que tiene Dios: los del “sí que es no” y los del “no que es sí”. Son dos hijos arrepentidos. El primero se arrepiente del si…”pero no fue”. Y el segundo se arrepiente de su negativa… “pero después se arrepintió y fue”.

Descubrimos una vez más a este Dios que nos ama y tiene paciencia con nosotros. Descubrimos otra vez a este Dios que no se precipita en juzgar y que deja espacio suficiente de tiempo para que un “no” en nuestras palabras pueda cambiarse en un “si” de conversión. A Dios le interesa que el hombre cumpla su voluntad, porque se está jugando su propia felicidad.

¡Cuántas veces nuestras palabras van por un lado y nuestras acciones por otro! El verdadero cristiano no es el que dice palabras retóricas, sino el que se compromete con hechos convincentes. El verdadero cristiano no es el que confiesa solemnemente con su boca un “sí Señor”, sino aquel que hace con sus manos la voluntad de Dios.

El hijo que habla y habla, pero no hace nada, somos cada uno de nosotros cuando en ocasiones sólo tenemos palabrería o cuando sometemos todo a discusión, menos a nosotros mismos.

En la viña del Señor hacen falta muchos que digan “si” y que de verdad sea un “si”. Hacen falta muchas personas que desde el silencio y la discreción cumplan de verdad la voluntad de Dios. Hacen falta personas que tengan una mirada profunda sobre la realidad para aprender a ver este mundo con los ojos de Dios. En palabras del beato Juan Pablo II: “Este mundo nuestro no necesita maestros sino testigos”.

Dios mira con esperanza a estos hijos suyos que hacen lo que tienen que hacer sin que nadie se lo diga. Dios mira con cariño a estos hijos suyos que sin hacer mucho ruido trabajan con sinceridad y transparencia.

La verdad es que tenemos suerte porque Dios es muy paciente con nosotros. Él espera que de verdad nos pongamos a trabajar en la viña con decisión y valentía. Todavía resuenan las palabras del Benedicto XVI en la reciente Jornada Mundial de la Juventud cuando decía a los jóvenes al llegar al aeropuerto en su primera intervención: “Que nada ni nadie os quite la paz; no os avergoncéis del Señor. Él no ha tenido reparo en hacerse uno como nosotros y experimentar nuestras angustias para llevarlas a Dios, y así nos ha salvado. En este contexto, es urgente ayudar a los jóvenes discípulos de Jesús a permanecer firmes en la fe y a asumir la bella aventura de anunciarla y testimoniarla abiertamente con su propia vida. Un testimonio valiente y lleno de amor al hombre hermano, decidido y prudente a la vez, sin ocultar su propia identidad cristiana, en un clima de respetuosa convivencia con otras legítimas opciones y exigiendo al mismo tiempo el debido respeto a las propias.”

Descubrimos en las palabras del Papa una llamada a dar testimonio con valentía de nuestra fe. Para ello es necesario identificarnos cada vez más con Jesucristo, como dice Pablo en la segunda lectura de este domingo: “Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús”.

Cuando estamos comenzando un nuevo curso pastoral en la diócesis resuena especialmente la llamada del nuevo plan de pastoral “Nos renovamos para evangelizar” como una invitación a convertirnos a Dios, para que nuestra vida cristiana esté más impregnada de la pasión por Él, esté más tocada por la debilidad hacia los más pobres y nuestra conducta se vaya moldeando cada vez más por los valores evangélicos para ser así testigos de la fe. Hablar de renovación no quiere decir inventar cosas nuevas, sino desarrollar nuestra creatividad con valentía y en sintonía con el Espíritu que nos mueve a una constante y profunda renovación.

José Joaquín Martínez Ramón
Párroco de Ntra. Sra. de Las Angustias