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22 de septiembre de 2012

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Ese espejo es tu Palabra, el espejo de la verdad.

Todos necesitamos leer, meditar, rumiar, tu Palabra, hacerla nuestra y convertirnos a Ti cada día.

Hoy en el Evangelio, escuchamos a un Jesús, Maestro, educador.

Hoy en Jesús destaca una frase, y un gesto.

La frase es lapidaria: El que quiera ser el primero que sea el último. Esta frase no es para enmarcar, es para grabar a fuego en nuestro corazón.

Debemos podar nuestro orgullo, nuestras vanidosas pretensiones, nuestro egocentrismo, nuestras envidias, pretender que todo el mundo hable bien de nosotros, buscar el éxito, el poder, el ser influyente en sus múltiples formas. Lo  nuestro es ser pescadores de hombres, uno a uno, Con la actitud clara, manifiesta, decidida, firme, tajante, indudable de servir, de ayudar, que no es otra cosa que seguir los pasos del Maestro. Servir, servir, servir, no es otra cosa que abajarse, buscar el bien de cada persona con la que convivo, no pasar de largo de nadie ni de sus necesidades, y compartir las cargas de la vida, siendo compañeros de camino.

Los discípulos discutían, pero estaban en la onda opuesta, ¿nos pasa a nosotros igual? ¿hemos tirado la toalla de lavar los pies unos a otros?.

Pensemos que si estamos con envidias, divisiones, contiendas, insultos, burlas, etiquetas despreciativas, estamos muy lejos del Señor. Estamos todavía comiendo potitos, y quizá ya no tengamos años para seguir con la papilla espiritual. Si no somos capaces de dialogar con el que piensa de forma distinta, con actitud acogedora, con aprecio, e incluso dispuestos a reconocer nuestros errores, nuestros diálogos no consiguen nada, mientras no depongamos las armas del lenguaje punzante, cortante, mientras miremos a los demás por encima del hombro, estamos muy lejos. Mientras busquemos estar por encima de los demás… no somos nada, somos unos platillos que resuenan.

El gesto de Jesús, es más que palabras, poner a un niño en el centro y pide una acogida incondicional, pide acogerlos “en mi nombre”.

En la sociedad actual, los niños molestan, hay que entretenerlos como sea, para estar nosotros ocupados en otros afanes, planes de ocio personal, a veces en actividades poco éticas, cualquier cosa menos estar con ellos. Pasan numerosas horas solos ante la televisión, y en la televisión de su dormitorio. Así ocurre, que quien educa a las nuevas generaciones son los creadores de programas infantiles, que precisamente brillan por su contenido agresivo contra su inocencia y bondad. Y nosotros estamos calladitos, ¿qué hacemos? Falta valentía y parresía en nosotros los adultos.

Jesús nos propone un cambio, una revolución copernicana. Los niños en el centro de nuestra sociedad, de nuestras familias, de nuestra iglesia, de nuestra pastoral, de nuestro quehacer.

Necesitan, afecto, seguridad, valores, y sobretodo conocer a Jesucristo, como el Amigo del alma, como el ser más importante que lo será en su vida, si lo conocemos y amamos. La persona que lo quiere como es, incondicionalmente, para que el que nunca molesta y siempre lo escucha.

Es hora de cambiar. Familia: ¡despierta! Educadores: ¡despertad del profundo sueño! Maestros: ¡Estad alerta! Un niño que crece así, sin Dios, sin calor familiar, tendrá graves problemas en su convivencia social, pues ha nacido y crecido en su egoísmo solitario.

Iglesia: ¡despierta! Démonos cuenta del tiempo en que vivimos. Sirvamos a los niños con agrado y con valores, con nuevas formas, hagámoslo vinculando a sus padres en este proceso educativo, en este diálogo existencial y afectuoso que es la familia, presentando a Jesús sin complejos y seguros de lo importante que es para el niño/a.

Lo sabemos; pero a veces la comodidad y el pesimismo o el miedo al fracaso facilitan que ni siquiera lo intentemos.

No vivamos aplicando los mismos métodos del pasado. Nuestros niños han cambiado. Imaginación, creatividad, fe, y la sintonía con ellos nos deben hacer cambiar.

A veces los adultos contagiamos desde la más tierna infancia nuestro pesimismo vital,  nuestros prejuicios, nuestro mal humor, nuestras malas formas, nuestras malas palabras, nuestros enfados desproporcionados,  nuestro desastre de vida. Muchos niños, no son tenidos suficientemente en cuenta a la hora de las separaciones matrimoniales. Ellos permitidme que os diga, son grandes  imitadores y esponjas.

Pidamos ayuda al Espíritu en nuestro discernimiento, conciencia a Dios Padre que es y sabe ser Padre, y a Jesucristo, hermano nuestro, para que sepamos como El dar la vida por nuestros niños y por cualquier persona débil y frágil, marginada o lastimada. Amén.

Juan Ángel Navarro Sáiz
Párroco de La Santísima Trinidad (Alcaraz)