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11 de septiembre de 2010
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]n este Domingo (XXIV durante el año) el Evangelio de San Lucas nos presenta, en labios de Jesús, tres parábolas que pueden llegar a ser similares, pero también diferentes. La primera es la actitud del Pastor que va detrás de la oveja perdida, y al encontrarla lo celebra con sus amigos, pues recuperó la oveja perdida.
Una actitud similar con la mujer que pierde una monedad y hace todo lo que puede por recuperarla y, al encontrarla, lo celebra con sus vecinas.
Las dos actitudes son una muestra de la “alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”.
Aquí nos muestra una actitud activa de búsqueda: búsqueda por lo que se perdió, por que nos duele que se haya perdido: cosas o valores que por alguna situación o circunstancia los perdimos y que para nosotros son importantes, por ello es imprescindible ponernos en la búsqueda pronto de lo mismos.
Claro que para ello tenemos que saber qué es lo que perdimos, y, si, lo que perdimos, era importante o esencial para nosotros.
Si lo ponemos en función de la lectura del libro del Éxodo, vemos que Dios se enfada con el Pueblo que perdió su confianza en Él y por ello se hizo un toro de metal al cual le ofrecía sacrificios y holocaustos. El Pueblo había perdido la fe, la confianza no sólo en Dios, sino en el instrumento, Moisés, que hablaba de parte de Dios. En este caso fue Dios, en su insistente pedagogía, que por medio de Moisés le hizo descubrir lo que perdía: su relación con Él.
Hoy, en nuestros días, no nos hemos fabricados becerros de oro o metal, pero ¿no estamos en situación parecida al Pueblo de Israel que narra el Éxodo? Nuestra confianza en Dios quizás no es la mejor, nuestra Fe no está madura, nuestros valores cristianos están desapareciendo de nuestras vidas y comunidades. O, en todo caso, no los estamos defendiendo como es debido y no sólo en nuestras vidas, sino en la de los que viene siguiendo nuestros pasos.
¿Nos damos cuenta de ellos? ¿Notamos qué es lo que perdemos cuando cambiamos nuestros valores cristianos por valores paganos o meramente humanos? Es por eso que no vamos detrás de ellos a buscarlos, no sentimos que nos están quitando lo mejor de nuestras vidas como Hijos de Dios: nuestros valores que nacen de la Fe, que hacen que nuestra vida de Fe sea madura, entregada, que de sentido a nuestras vidas.
Y aquí comienza la tercera parábola: el mundo nos hizo creer que podíamos vivir sin el padre, que si le pedíamos lo que nos correspondía, él nos lo daba, y, cómo ya somos maduros nos decidimos a usar nuestra libertad de acuerdo a nuestros propios criterios. No queremos que nadie nos diga cómo vivir o qué hacer. Por eso salimos por los caminos del mundo buscando nuevas sensaciones, nuevos placer, que nos hagan sentir vivos. Pero fuimos gastando todo lo que teníamos: esperanza, alegría, sentido para vivir, grandes ideales…
Es en ese momento cuando el hijo descubre que no tiene nada que alimente su vida, y, por ello, casi muerto de hambre decide volver al Padre.
Recién cuando se está en el fondo del lodo, cuando no nos diferenciamos de los gorrinos, es ahí cuando nos damos cuenta que hemos perdido nuestra dignidad, no sólo como hombres, varones y mujeres, sino como Hijos de Dios. Aunque hoy nos quieran hacer creer que se está luchando por la dignidad del hombre, vemos que el hombre, el varón y la mujer, cada día tienen menos dignidad, menos identidad. Y no nos damos cuenta, creemos que la modernidad es lo mejor, que la antigüedad de la Iglesia no piensa en el hombre y busca siempre oprimirlo.
Pero no fue el Padre quién salió a buscar al hijo, no. El hijo conocía el camino y sabía cuál era su lugar. Su dolor y su hambre por algo mejor le hizo reconocer su error y, poniéndose de pié, buscar el perdón del Padre y retornar a su vida de hijo. Una vida de hijo que le devolvió la dignidad y la verdadera vida, Vida que brota de reconocer que somos, ante Dios, pequeños, indefensos, que sólo Él es quien nos conoce mejor que nosotros mismos y quien tiene el poder para llevar a ser en plenitud lo que soñamos, que es Su Sueño para nosotros.
Quiera Dios que el hombre de estos tiempos no tenga que llegar a este fondo tan horrible de sentirse un animal más para darse cuenta de sus errores, sino que viendo y sintiendo el dolor de la ausencia de Dios en su vida, pueda retornar a su vida de Hijo de Dios, pueda encontrar sus propios valores cristianos y humanos, que son los que le dan verdadera libertad y plenitud a su vida.
Néstor Fabián Failache
Párroco del Espíritu Santo de Riópar