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15 de septiembre de 2012

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Traslademos en el túnel del tiempo esta pregunta incisiva de Jesús a sus discípulos a nuestro hoy y a nuestra gente. Si nos hiciesen de pronto esta pregunta en la calle ¿que responderíamos nosotros, seguidores de Jesús de toda la vida?

Más de uno se quedaría perplejo, sin palabras. Quizá, con suerte, no serían los más, porque nos estamos dirigiendo a los seguidores oficiales de Jesús, a los que hemos nacido y crecido en una familia creyente…

Seguramente habría más de un  aventurero que, como Pedro, se lanzase a decir maravillas del Maestro: “Tu eres Dios y hombre verdadero, el Hijo de Dios y el hijo de María, el Salvador que dio su vida por nosotros, el que nos va a juzgar, más allá del tiempo, con entrañas de misericordia…”.

Seguro que Jesús nos sonreiría bonachonamente en el espejo de nuestra conciencia por la espontaneidad de nuestra respuesta… Pero Jesús no es ese amigo facilón que se deja ganar por palabras lisonjeras. Él va más allá de las palabras de etiqueta y de tambor…

Seguir a Jesús hoy tiene implicaciones tan serias y desconcertantes como las que relata el evangelista a continuación: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado…, ser ejecutado y resucitar a los tres días”.

Ante estas palabras, nuestra reacción, como la de Pedro, no se hace esperar: “No, eso no, eso nunca…” Entendemos bien, inteligentes que somos, que la proposición de Jesús a Pedro supone un desmontaje en toda regla de nuestra concepción fantasiosa del seguimiento de Jesús: no es que vamos a estar a la derecha y a la izquierda de ese reino mesiánico fabricado por nuestra imaginación, sino que vamos a tener que acompañarle hasta el abismo  de nuestra propia inmolación…

Seguir a Jesús hoy, es sumergirse en el propio anonadamiento, para dar nueva vida a esta realidad cotidiana que no nos gusta… Es entrar en el santuario de nuestra conciencia y ver qué presencia viva tiene Él, si tiene alguna, en lo íntimo de nuestro yo… Es entrar en la familia y ver que como son nuestras relaciones familiares a la luz de su palabra… Es visualizar en la pantalla global de nuestro planeta las zonas oscuras y agujeros negros que tenemos que esclarecer: crisis económicas, demagogias, falsedades y mentiras de los hombres y mujeres de pro, corrupciones que sonrojan, tensiones permanentes internacionales,  mensajes torcidos de paz… y un largo etc.

Seguro que vamos a morir en el intento. La mirada fría y calculadora de los “realistas y progresistas” de siempre nos va a helar el alma: nos llamarán ilusos, anticuados, enemigos del progreso, carcas…,  y no sé cuantas cosas más.

Pero Jesús amainara el viento y calmará la tempestad: “No tengáis miedo, hombres de poca fe; aquí estoy yo en medio de vosotros”. “El discípulo no tiene mejores condiciones que el Maestro: Si a mi no me entendieron y me persiguieron, tampoco os entenderán a vosotros y también os perseguirán…”.

A lo largo de la historia ha habido hombres y mujeres que han cruzado los mares turbulentos del tiempo con los únicos remos de la ilusión y la entrega incondicional, manteniendo siempre bien tensas las velas de la esperanza…

Y estas velas desplegadas de los seguidores de Jesús hoy y siempre no son ni más ni menos que las Bienaventuranzas, el código ético-moral y social más progresista que el legislador más aventurero de los que  en el mundo han sido jamás se atrevió a promulgar.

 

Esta proclamación abierta de Jesús deja en entredicho la soflama de nuestros poetas: “Y los sueños son”. Jesús, en cambio, nos dice en sus Bienaventuranza:“Estos sueños son para que los hagáis realidad…”.

Seguir a Jesús hoy es tomarse en serio el proyecto de las Bienaventuranzas, creer en la esperanza: que más allá de la muerte de nuestro propio anonadamiento está la certeza de un nuevo horizonte: la vida en plenitud. “…El Hijo del hombre tiene que morir y resucitar”. Y nosotros, sus amigos leales, también. 

                                        P. Félix Villafranca Calvillo, misionero paúl                        Vicario Parroquial de Ntra. Sra. de la Estrella y San Vicente de Paúl