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6 de septiembre de 2014

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En este primer domingo del mes de septiembre nos encontramos abandonando el periodo de vacaciones y nos disponemos a iniciar un curso nuevo: en los colegios y en las parroquias.

Las lecturas que hoy escucharemos nos indican una buena dirección para este curso: ser profetas = siendo como una atalaya que divisa más allá de lo inmediato, más allá de nuestras narices; amar al prójimo = estando atentos a las relaciones con los demás, según el modelo de Jesús; y la corrección fraterna = considerando las relaciones fraternas, incluida la llamada de atención a los hermanos, como testimonio que tiene que acompañar a la misión evangelizadora de la Iglesia.

La comunidad creyente siente la presencia del Señor, escucha la palabra que Él le dirige y se siente animada a permanecer atenta a la vida de todos sus miembros para que ninguno se pierda en la búsqueda y en la participación de una vida comunitaria, llena de amor de Dios y ocupada en el servicio a los más pequeños y necesitados de su alrededor.

Para esto, hemos de procurar, como antes decía:
Ser profetas
, con los pies en la tierra, pero yendo más allá de lo inmediato, mirando más allá de los acontecimientos y de las cosas.

Dios se acerca a nuestras vidas para ayudarnos a contemplar la vida con su mirada. Él no la percibe parcialmente, como nosotros; su percepción es total: en toda su amplitud y en toda su hondura. En cada instante ama la vida plenamente y nos la muestra salvada, humanamente realizada, y con los medios imprescindibles para que todas las personas lo podamos lograr.

Entrar en ese “círculo” divino es un don y una tarea. Un don otorgado en Jesucristo, por medio de su muerte y su resurrección, para toda la comunidad de creyentes y una tarea misionera de ayudar a descubrirlo, en nuestro mundo a todas las personas.

Ningún creyente debemos guardar para nosotros este maravilloso regalo que hemos recibido. Hemos de ser capaces de compartir, con los hombres y con las mujeres de nuestros ambientes cotidianos, la grandeza de nuestro Dios que nos invita y ayuda a ser personas libres y a colaborar en la liberación de los demás.

Amar al prójimo. Las relaciones que mantenemos habitualmente cada uno de nosotros son con las personas que la vida nos ha colocado cerca por razones de familia, de trabajo, de vecindad, etc. Rara vez, o con dificultades, nos relacionamos con personas que son ajenas a estos círculos.

Sin embargo el evangelio, a la hora de plantearnos quiénes son las personas que están más cerca del corazón, del ser de Dios, nos habla de las que la sociedad religiosa de su tiempo había colocado en los márgenes de la vida social y religiosa: los pecadores públicos, los enfermos contagiosos, los paganos, los extranjeros… Todos ellos ponen menos dificultades a la hora de dejarse sorprender por la conducta de Jesús y reciben con alegría el deseo que les manifiesta de acercarse a sus gozos y a sus dificultades.

Por esta razón, la difusión del Evangelio de Jesús va a encontrar menos dificultades en los ambientes paganos que en los judíos. Éstos habían restringido la participación en las promesas de Dios, a la raza y al cumplimiento estricto de la Ley. Sólo ellos eran el pueblo elegido para llevar adelante el plan determinado por Dios; todos los demás pueblos de la tierra debían someterse a ese designio que ellos controlaban.

Les resultaban difíciles y heréticas la actitud y las palabras de Jesús a favor de los que ellos consideraban, por sus pecados y enfermedades, desfavorecidos de Dios, desgraciados por Él y, por consiguiente, lejos de su corazón.

La corrección fraterna. Jesús introduce, con el anuncio de los tiempos nuevos que nos trae de parte del Abba, una nueva forma de relacionarnos con Él y entre nosotros. En esta nueva forma de relación comunitaria va a tener mucha importancia la interpelación a aquellos hermanos que no mantienen un estilo de vida acorde con las promesas que hicieron en su bautismo.

Jesús nunca dice que seguir su camino, construir el proyecto de Reino de Dios que anuncia a todas las gentes, va a ser sencillo. Él habla de renunciar, de negarse, de perder la vida y, sobre todo, de servir a los pequeños y de mantenerse fiel en el camino emprendido.

Para todo esto es preciso que los diferentes miembros de la comunidad cristiana nos mantengamos unidos y avancemos juntos, mostrando a todos las personas que nos rodean, que la salvación de Dios, realizada en Jesús, está presente en medio de nosotros y es nuestra forma de vivir.

Miguel Giménez Moraga
Párroco de Fuente Álamo