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7 de septiembre de 2013

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Vivimos esta jornada de domingo animados por la fe de la Virgen María en la fiesta de su Natividad, es decir, en la celebración de su cumpleaños, que tendrá un seguimiento muy amplio en nuestra Diócesis de Albacete, tanto en la conmemoración de su Patrona, Ntra. Sra. de los Llanos, como en la de tantos otros lugares de su territorio. Especial mención tiene la fiesta de la Virgen de Cortes, de tanto seguimiento por parte de las gentes de dentro y fuera de nuestra provincia que le muestra su devoción.

María nos anima a tomar una decisión libre y responsable en favor de su hijo Jesús, precisamente para vivir todos los aspectos de nuestra vida integrados en un proyecto de vida según el Evangelio. En este sentido hemos de comprender el pasaje de Lucas previsto para el día de hoy: si nuestra respuesta a la invitación de Jesús a seguirle no compromete todas las dimensiones de nuestra vida no seremos de verdad sus discípulos. María de Nazaret es esa referencia permanente de fidelidad a Jesucristo en medio de la Iglesia, ella nos recuerda que al poner la mirada en él se clarifica la ruta a seguir y somos capaces de asumir la cruz.

El momento que nos narra el evangelio de hoy es dramático para Jesús. Mira hacia  atrás y ve que “mucha gente lo acompañaba”, lo cual debería en principio un motivo de alegría para él. Pero no parece estar muy satisfecho por lo duro de la respuesta: “si alguno se viene conmino y no pospone” todo, “incluso a sí mismo”, “quien no lleve su cruz detrás de mí”, “el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.” Duras palabras que hablan de una respuesta exclusiva, de renuncia y exigencia permanentes. ¿Qué vería Jesús al mirar a toda esa gente? ¿Vería esas miradas esquivas del que no lo tiene claro o del que busca aprovechar el prestigio relativo que alcanzó Jesús? ¿Vería la confusión del que esperaba la llegada de un Reino de poder y esplendor? ¿Vería el corazón vacilante, lleno de falsas seguridades, de sus discípulos más cercanos? ¿O más bien la mirada sospechosa y cínica de aquellos que querían quitarlo de en medio? ¿Vería… ¡qué vería!?

Pero lo más dramático de este momento en que Jesús quiere poner la cruz como signo de clarificación, de comprobación de quién realmente apuesta por él y por la trasformación que provoca su Buena Noticia en la realidad personal y social es que esa pregunta nos vuelve a cada uno de nosotros, los cristianos del siglo XXI: ¿Qué ve Jesús en nuestra mirada, en nuestro corazón, en nuestras intenciones y actitudes más íntimas, en la verdad  más radical de nuestra vida, en nuestro comportamiento? ¿Qué ve Jesús en nuestra comunidad, en su Iglesia? ¿Ve discípulos fieles, ve un pueblo de verdaderos hermanos? ¿Ve auténticos creyentes que quieren comprender su vida, la vida del mundo desde la luz de su Palabra, que dan testimonio de su bautismo, dejándose llevar por la fuerza de su Espíritu de amor? ¿Ve personas incorporadas a la realidad para dar la Buena Noticia a los pobres, pero como él, estando junto a ellos?

La mirada de Jesús puede llegar a ser dura, pero es purificadora, liberadora, capaz de quitar de nosotros el peso del egoísmo y de esas seguridades materiales y rutinarias que nos atrapan en la tela de araña de la mediocridad. Como en esas dos breves parábolas que nos propone, la del hombre que debe valorar los gastos para ver si puede construir una torre o la del rey que tiene que ver si con los hombres de que dispone puede vencer a su rival, también hemos de hacer cálculos: ¿nos alcanzarán las fuerzas en el empeño de responder a todas exigencias que la vida nos plantea, a veces desgastada en cosas superficiales? ¿Desde dónde vamos a asumir los retos familiares, laborales, comunitarios, sociales? Con el salmista diremos al Señor: “enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato”. Que María, Madre de la Iglesia, nos ayude a comprender que sólo en el seguimiento de su hijo seremos realmente libres, en definitiva, felices.

José Vicente Monteagudo Rodenas
Párroco de Yeste y Aldeas