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3 de septiembre de 2011
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Hoy el evangelio nos sugiere la imagen del centinela, una misión que recae en la comunidad cristiana, en cuyo seno todos somos corresponsables unos de otros. Esta es la principal enseñanza acerca de la vida comunitaria que nos propone Mateo. A través de su evangelio descubrimos una comunidad que tiene que dar respuesta a situaciones difíciles y a conflictos que van apareciendo en su interior. El pasaje del evangelio de este domingo responde a la pregunta de cuál debe ser la actitud de la comunidad cristiana ante los hermanos que tropiezan por el camino. No se trata de juntarnos para apedrear a nadie, o actualizándolo a nuestra realidad, no se trata de ser colaboradores de programas donde se juzga todo y a todos sin descubrir que detrás de cada individuo hay un ser humano. Jesucristo nos redescubre la humanidad perdida, y nos ilumina actitudes olvidadas por una sociedad individualista y hedonista, que solo mira al hombre como un medio para conseguir fines materialistas. Jesús realiza una apuesta por la dignidad de persona, por el hombre como un fin, por la salvación de universal. Donde Dios nos sigue preguntando, al igual que a Caín, por nuestro hermano. ¿Qué hacer ante esta pregunta?: indiferencia, mirar hacia otro lado, pensar que no es nuestro problema……..
Podríamos decir que el evangelio de este domingo es una aplicación práctica de la parábola de la oveja perdida: ante un hermano que se ha separado de la comunidad hay que utilizar todos los recursos para que vuelva. La corrección fraterna es uno de ellos, hacernos descubrir que todo no vale, pero no a través de la crítica, sino con una palabra de ternura y acogida, como a María Magdalena, acompañando un proceso de maduración, donde el ser humano va descubriendo la necesidad de conversión, realizado siempre con respeto y amor.
Como en todo proceso el trabajo puede culminar en éxito o fracaso. El objetivo de la corrección no es condenar, sino devolver al hermano a la comunidad. Por eso el evangelista sugiere no impone.
En la mentalidad judía el pecado repercutía en toda la comunidad. Por eso en el evangelio la vemos implicada, y tomando parte activa. No como la suma de individuos sino como un solo corazón y un solo sentir.
Cristo resucitado esta en medio de la Iglesia. Esta convicción es esencial para la comunidad de Mateo. La presencia de Jesús en la comunidad, tal como se expresa en la tercera de las secuencias, ilumina el sentido de las otras dos y, juntas, fundamentan la instrucción sobre la corrección fraterna. Los discípulos deben atar o desatar, desde la autoridad de Cristo que está en medio de su pueblo. De igual modo, cuando los discípulos se ponen de acuerdo para pedir algo, el Padre se lo concederá: “Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para salvarlo…..” Si los discípulos actuaran por su cuenta no estaría en su mano atar ni desatar y su oración sería estéril. No somos francotiradores que actúan cada uno por su lado, formamos parte de una comunidad con una cabeza guiada por unos pastores, a los cuales Cristo encomienda esta tarea. No como ostentación de poder, sino como “siervos de los siervos de Dios”.
Porque cuando un hermano no quiere oír y se separa de la comunidad; Dios escucha, sufre y permanece unido a su pueblo. La búsqueda del hermano separado tiene su fundamento en el amor del Padre, que no quiere que se pierda ni uno solo de sus pequeños, y que cuando regresa, no condena, sino que lo espera al borde del camino y, cuando llega lo mira, no permite que se humille, lo abraza, lo viste y celebra un gran banquete.
Hemos descubierto en el trasfondo del texto la tensión entre atar y desatar, entre expulsar y perdonar. La lectura de este pasaje entre las parábolas de la oveja perdida y la del perdón sin límites, o junto a tantos textos en los que Mateo propone la centralidad del mandato del amor, nos ofrece la herramienta que nos ayuda a interpretar sus palabras y, recuerda que el desatar y el perdonar tiene absoluta prioridad sobre el atar y excluir.
Juan José Fernández Cantos
Diácono Permanente de la Parroquia de San José