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1 de septiembre de 2012
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En el evangelio de hoy los fariseos y letrados preguntan a Jesús: “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras?”, es decir, no se lavan las manos antes de comer. No digamos que esté mal lavarse las manos antes de comer pues la urbanidad hace agradable el trato en sociedad. Pero lo verdaderamente importante no se juega en las acciones externas que realicemos sino en lo profundo del corazón del hombre.
Jesús pone en evidencia el engaño de una actitud frecuente en los seres humanos que damos importancia excesiva a cosas que realmente no la tienen, corriendo así el peligro de adoptar un estilo farisaico de vida. Cuidamos la exterioridad sin ocuparnos del interior de la persona. Olvidamos que manos lavadas no siempre significan “manos limpias” y que un traje elegante no denota necesariamente un corazón hermoso. Y por supuesto cada uno sabe que la imagen que proyecta en el medio televisivo no se corresponde, con demasiada frecuencia, con su comportamiento social.
Jesús desenmascara la hipocresía de los fariseos y letrados, al poner en boca de Dios, lo que ya profetizo Isaías: “Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Y añade Jesús: “Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”.
Tradiciones de los hombres frente al mandamiento de Dios. Por ejemplo, abundamos en rezos, procesiones, culto a las imágenes, rituales en los que encontramos consuelo religioso, pero olvidamos buscar al Dios vivo, el seguimiento de Jesucristo bajo la guía de su Espíritu. Como decía T. Merton: “Buscamos los consuelos de la religión y no tanto a Dios”. Es hora ya de no confundir las cosas de Dios con Dios.
También señala el evangelio de hoy, que Jesús, en otra ocasión, les dijo con toda claridad: “Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”.
“De fuera” hacia adentro no es lo mismo que “de dentro” hacia fuera. La mejor propiedad del hombre es su interior. El interior es lo que define al hombre, pues puede ser un hermoso jardín o un muladar mal oliente. Es impresionante le enumeración que Jesús hace del corazón humano cuando está pervertido: “De dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad”. Esa puede ser la realidad del hombre, esas maldades sí hacen al hombre impuro. El apóstol san Pablo ofrece un panorama bien distinto cuando en su Carta a los Gálatas escribe: “Por el contrario, el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio propio. Contra eso no hay ley que valga, los que son del Mesías [Jesús] han crucificado el instinto con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, sigamos al Espíritu”. (Gal 5 22-25)
El evangelio de Jesús apunta siempre al “amor”, de manera que nada puede agradarle si el corazón del hombre vive sin amor a Dios y al prójimo. Nos empleamos en actividades que, a veces carecen de finalidad concreta, de sentido profundo; nos va estar activos, “funcionar”, pero se nos escapa el objetivo, la intención humanizadora o religiosa transcendente de nuestros actos. El verdadero culto a Dios consiste en “amarle” cumpliendo su voluntad y en “entregarse” al hermano con amor. San Agustín decía: “Solamente amando es posible dar culto a Dios”.
La Palabra de Jesús es iluminadora de nuestra conciencia, es llamada a una verdadera humanización, a la vez que posibilidad de elevación de nuestro ser natural a la realidad inefable de amistad con Dios en Cristo, por el Espíritu. Ojala que el Evangelio hoy proclamado nos sirva para valorar nuestro interior, para habitar dentro de nosotros mismos y saber dar sentido profundo auténtico a todos nuestros comportamientos y actividades. Jesús con su Palabra nos traza el camino que el Espíritu hace realidad ahora en nuestro interior. De ahí, el valioso consejo de San Pablo a tener en cuenta: “Si vivimos por el Espíritu, sigamos al Espíritu”.
Francisco San José Palomar
Párroco Ntra. Sra. Fátima