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31 de agosto de 2013

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En todo acontecimiento competitivo buscamos la mejor estrategia para alcanzar el triunfo deseado. Se apuesta por ella con total decisión, se confía plenamente en ella y se espera que obtendrá, para el competidor, el mejor resultado posible. 

La vida cristiana no es un acontecimiento competitivo; sin embargo en toda experiencia o proceso de vida cristiana si se requiere que seamos resueltamente ‘competentes’. En este sentido la podemos comparar con una carrera en la que al final se desea estar en el ‘podium’. Para eso, hay que buscar la estrategia correcta, apostar decidida y confiadamente en ella y esperar activamente que nos otorgue el fruto o triunfo deseado. 

El cristiano es el seguidor de Cristo, Hijo de Dios. Él es el único y verdadero entrenador, director de carrera, el estratega que comanda, no solo mi estrategia personal sino la de todo un equipo completo, su Iglesia, que ha de caminar unida con tal de obtener el triunfo prometido, conquistado y deseado por y para ella. 

Insisto, no es mi carrera personal, estrategia personal, ni mi triunfo personal. La vida cristiana es la vida de Cristo, estrategia de Cristo y triunfo de Cristo y por tanto, de todo su equipo que es la Iglesia. Todos en ella, bajo sus órdenes y consignas intentamos ser ‘lo más competentes’ posible en esta experiencia de la vida, de la realidad y de la historia para alcanzar como ‘un único cuerpo o equipo’ el triunfo que se espera que consiste en encontrar –todos- el corazón de Dios Padre, su Reino, su Gloria, ‘el podium’ de Amor eterno y fecundo. 

¿Qué consigna o estrategia nos pide hoy la liturgia de la Iglesia, -verdadero libro de ruta e instrucciones a seguir por el equipo de Cristo-?

El antiguo testamento, en el libro del Sirácida, libro de la sabiduría del pueblo de Dios, se nos presenta el trayecto, la trazada, el circuito. Queda contemplado y vislumbrado por nosotros en la Historia, la vida de los hombres que buscan a Dios y en la sabiduría obtenida por tantos ‘ayudantes de taller y puesta a punto’ que nos apoyan, instruyen y orientan en cómo tenemos que participar: Procede con humildad, Dios se revela al humilde, no te pierdas en el cinismo. 

El salmo 67: Dios ha preparado una casa, un reino, un podium triunfal para los pobres. Los pobres de Dios son quienes participan y actúan en esta vida con humildad, sencillez, lealtad, honradez, justicia y veracidad…; aunque este mundo les desprecie por ello. 

Instrucciones claras y precisas: no seamos hombres necios y ambiciosos, cegados, afanados y perdidos en la caduca materialidad de los deseos de grandeza y voracidad que nos destruyen personal y colectivamente, que nos arrastran cínica e injustamente a impulsar el abandono indiscriminado de tantos participantes y que a la postre, nos impiden ver y alcanzar la verdadera meta que Dios quiere para todas sus criaturas: su casa, su reino, su descanso, su amor eterno; ese es el podium que hemos de  desear y ganar. 

Así lo desea Cristo, en el evangelio de San Lucas. Si lo leemos en su totalidad el pasaje, no se trata de una norma de comportamiento. Extraigo lo mas importante para nuestra reflexión hoy: con los pies en la tierra y el corazón en el Cielo, el deseo de Jesús es el establecimiento de una relación aquí y ahora, –no farisaica-, sino vital y fructífera; la humildad unida al amor. Aquellos que esforzada y humildemente se sitúan en el último lugar como reflejo de la actitud de Jesucristo,  aquellos que saben que todo lo que tenemos lo hemos recibido en préstamo, aquellos que son agradecidos y no se aferran egoístamente a nada, aquellos que amando están dispuestos a dar todo para abrir generosamente el corazón al prójimo, aquellos que perdonan y no se refugian en el propio orgullo, aquellos que no buscan egocéntricamente la justificación de sus actos, que mantienen la paz ante toda adversidad y no miran el juicio mundano sino la rectitud de conciencia, aquellos que renuncian con esfuerzo cada día a toda falta de humildad y de amor, … aquellos … conocerán ya, aquí, en esta tierra, el secreto de la felicidad, su corazón estará lleno de Amor de Dios y esperarán con paciencia, no exenta de sufrimientos, el Cielo, “su paga cuando resuciten los justos”. 

Y finalmente, la Carta a los Hebreos, da aliento a la Esperanza cristiana. Los bautizados nos acercamos a Dios, a la Jerusalén del Cielo. Si, ¡que grande! ¡Seamos ‘competentes’! 

José Antonio Abellán Jiménez
Vicario Episcopal Zona `La Sierra´