+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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7 de noviembre de 2009

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]as cosas valen por su identidad, no por la publicidad. Les confieso que admiro infinitamente más las acciones anónimas de los sencillos que las “gestas” llamativas de los “famosos”, especialmente cuando se trata de los ídolos de barro fabricados por la televisión.

Por ahí va lo que Jesús nos quiere decir en el Evangelio de hoy al resaltar el valor de lo pequeño, cuando esto se hace de corazón y de verdad.

Observa Jesús a los letrados, que, envueltos en sus amplios ropajes, buscan las reverencias de la gente – salir en la foto, diríamos hoy -. Ve también cómo los poderosos echan grandes cantidades, monedas contantes y sonantes, sobre todo sonantes, en los cepillos del templo. En ambos casos su juicio es duro y riguroso.

Se fija, al mismo tiempo en una escena tan sencilla que tiene que llamar la atención de sus discípulos para que la perciban: «Se acercó una pobre viuda y echó dos reales». Este es el gesto que Jesús exalta: «Esa pobre viuda ha echado más que nadie». Magnífica esta pincelada de Jesús con la que nos retrata el corazón de Dios y, a la vez, nuestro propio corazón.

Un brillante escritor, comentando este texto, recuerda a los gigantes de nuestras fiestas populares, con su colorido, sus mantos y coronas reales, sus danzas airosas que encandilan a pequeños y adultos. Pero, ¿sabéis?, por dentro están huecos; ocultan un pequeño hombre fatigado y sudoroso por la pesada carga de la careta que ha de soportar.

“Pero estos gigantes son encantadores, no son altaneros ni peligrosos; cumplida su misión de ofrecer alegría, se retiran con elegancia a la soledad y al silencio. Los peligrosos son otros: los que la publicidad edifica y convierte en modelos; los que confunden su yo con la máscara de que se revistieron; los que van de líderes y salvadores; los que no son capaces de renunciar al primer plano o a la foto, ignorando a quienes no dan su talla”.

El peligro puede darse también entre nosotros, dentro de nuestra Iglesia: que importe más el personaje que la persona; que en nombre de nuestra calidad de «comprometidos» o «mentalizados», nos hagamos incapaces de valorar lo sencillo, que puede encarnarse tanto en la viejecita piadosa como en el publicano o, simplemente, en el alejado. Incluso el peligro puede llegar al colmo de lo refinado y sutil: que, por ejemplo, se nos llene la boca con apelaciones a la voluntad de Dios, como hombres de altura espiritual, cuando estamos decididos de antemano a aceptarla en la medida en que coincida con la propia.

Con el testimonio de una pobre viuda Jesús nos desenmascara a unos y a otros. El ha venido a edificar al hombre desde dentro, desde la verdad que hace libres.

“El Dios de la gratuidad nos libera de caretas y figurines, nos hace verdaderos, nos acoge con nuestra realidad de carne y hueso, débil y pecadora, pero visitada por su gracia”, sigue diciendo el comentarista.