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28 de agosto de 2010
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Siempre hay alguien por encima de nosotros. Hasta el más autosuficiente y triunfador mira más arriba para envidiar o para adular, y en esta actitud se descubre inferior. Todo este impulso de poder y de protagonismo parece unido a nuestra condición humana. Y Jesús pasó un sábado cualquiera a comer con quienes, como nosotros, estamos mirándonos en la escala social y profesional, de influencias y de distintivos.
En aquella comida, como en otras, Jesús predicó. En esta ocasión sobre la humildad como valor que hace personas. Y es que saber quiénes somos, vivir en verdad, caminar en rectitud,… supone echar de nuestras palabras y obras todo lo que tiene que ver con el orgullo que hiere. Esta virtud que hemos de perseguir y además educarla en nuestros niños y jóvenes que desde todas partes viven la competitividad de sus mayores como el mayor de los bienes. Y no extraña el fracaso escolar y laboral cuando todos queremos ser tan altos como los protagonistas de las series, como los deportistas triunfadores y como los más ricos de nuestro entorno.
Qué extrañeza supondría para los comensales de aquella comida, la recomendación de Jesús “el que se humilla será enaltecido”, la misma que supone en nuestro mundo decir que no queremos ganar más que lo suficiente, que no queremos comprar hasta desfallecer, que en mi empresa no me siento fracasado y olvidado si no asciendo…
Y para vacunarnos contra el orgullo, Jesús incluso nos aconseja sobre las consecuencias de un no reconocimiento, que se convierte en causa vergonzante, nos hace caer a lo más bajo. Como dice la canción “cuanto más duro vengan, más dura caída tendrán”, y es que el triunfalismo descarnado, la opción de vida por el éxito y reconocimiento social, incluso dentro de la misma Iglesia, pueden llevar a la persona al mayor de los naufragios, la caída más dura de quien ha soñado con lo más alto.
También habló y desconcertó, el Señor, sobre las personas que debemos invitar. Y una vez más habló de los pobres como sujetos activos del evangelio. Y es que son dichosos porque son capaces de evangelizar al descreído.
Cuando planificamos cualquier evento, pensamos inmediatamente en la lista de invitados, sea una reunión, una fiesta de aniversario, o una cena de trabajo. En la lista colocamos a gente amiga o que por ser quienes son tienen que ocupar su lugar, casi siempre, amistades, familiares, conocidos bien situados. Jesús con este evangelio rompería esa lista y nos preguntaría sobre nuestras intenciones y sobre nuestras búsquedas. Y casi siempre responderíamos que queremos que nos devuelvan el favor y el gesto, y tarde o temprano nos enfadaremos si no nos corresponden. Sobre todo si ese familiar o amigo es el conocido tacaño que hace maravillas para sacar provecho de cualquier acontecimiento.
Pero dejando a un lado este caso, Jesús igual que predicaba la humildad, también hablaba continuamente de gratuidad. Y esta fue la recomendación para el que lo había invitado. Que buscara la donación en sí, el gesto de invitar por sí solo, sin esperar nada a cambio. ¿Quién podría devolver al Señor el favor que nos hace? ¿Quién podría pagarle y con qué?
Y Jesús cambió la lista de invitados y le gustaría que también nosotros incluyéramos a los pobres en nuestra vida. Y digo incluyéramos porque se trata de eso, de dignificarlos, de compartir la vida con ellos. Para no caer en la tentación de seguir en el esquema social del primer y segundo orden. Ya que la caridad se podría convertir en otro motivo de orgullo y de prestigio social (como vemos de vez en cuando en los medios televisivos).
Comenzaba diciendo que siempre hay alguien encima de nosotros. Comentando este evangelio, el que está por encima de todos es Jesús, el enviado que se deja invitar por los ricos para recomendarles la humildad y la pobreza, que vivió su propia humanidad con tanta intensidad que continuamente emanaba esperanza y virtud donde pasaba. Y también estarían por delante de familiares y amigos, los pobres que tienen tantos rostros como identidades, que muchas veces son abandonados a su propia suerte, mejor dicho a la mala suerte que en muchas ocasiones ha sido condicionada. El seguidor de Cristo, aparte de ser humilde, debe ser acogedor de los pobres y desheredados. La paga de los que no pagan es la más importante. En estos tiempos de despidos y regularizaciones en el mercado laboral, hemos de leer con mucha cautela este evangelio y ver y promover acciones a favor de las personas, por las que Jesús dio su vida y su mensaje, como tantas veces el evangelista Lucas nos hace recordar.
Quizás no haya que hacer más grande la mesa, ni el salón comedor, ni tan siguiera ampliar la lista de compras,… bastará con amar al prójimo como a uno mismo.
Antonio García Ramírez
Párroco de la Asunción de Yeste