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24 de agosto de 2013

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A lo largo de nuestra vida nos preguntamos muchas veces por el verdadero sentido que nos impulsa a vivir y a levantarnos cada mañana. Hay épocas en las que nos conformamos con tonterías, con cosas materiales, con apariencias, con lo que nuestro cuerpo nos pide o dejándonos llevar de lo que nos dicen los demás. Pero es imposible engañarnos y  antes o después reflexionamos y constatamos lo que verdaderamente nos llena de profunda alegría o lo que produce en nosotros cansancio, hastío, vacío, oscuridad… Después callamos o lo comentamos con alguien de confianza pero lo que es cierto es que todos evaluamos nuestra vida y nuestros actos, es un aspecto importante de nuestra racionalidad.

En el Evangelio de hoy ante la pregunta concreta que le hace aquel hombre: “¿Serán muchos los que se salven?” creo que lo que preguntaba de verdad a Jesús era si se iba a salvar él. Preguntaba por el sentido de su vida.

El Señor le contesta de una manera muy concreta: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha”.En nuestro, lenguaje popular tenemos muchas expresiones sobre la puerta: “Con la puerta en las narices”. “Por la puerta grande”. “No es lo mismo llamar que abrir la puerta”…

A lo largo del día abrimos y cerramos puertas continuamente. Se nos rompen los bolsillos por el peso y el roce de tantas llaves. Pero en el fondo ninguna de esas puertas es la ‘nuestra’.

A poco que conozcamos el Evangelio sabemos que lo de la puerta estrecha no es ningún jeroglífico; conocemos las dimensiones y dónde están situadas las puertas estrechas en nuestra vida. Para ello profundizamos cada día en su palabra y en todo lo que nos manifiesta en el Evangelio. Por lo pronto y para que no queden dudas nos dice que Él es la puerta de las ovejas y que tenemos que entrar por la  puerta, sin saltar la tapia. Él es el camino y la puerta. Si queremos más características podemos mirar a las vírgenes prudentes junto a la puerta manteniendo el aceite en sus lámparas y alumbrando para cuando el Esposo llame. A Nicodemo le dice que para entrar en el Reino hay que nacer de nuevo. Y el pobrecillo manifiesta su extrañeza porque parece que le quiere decir que hay que volver al seno materno. Después lo entendió y encontró también la puerta que Jesús le indicaba.

Jesús nos insiste en las actitudes para entrar por la puerta estrecha del Reino: El Rico Epulón queda fuera porque él no dejó entrar a su mesa al pobre Lázaro lleno de llagas y alimentándose de las migajas que caían de su mesa de rico. Nos habla de la misericordia y compasión del buen samaritano con aquel apaleado del camino, nos recomienda ser como el Padre que espera siempre que el hijo pródigo que se marchó vuelva para perdonarlo y abrazarlo.

Lo que nos deja claro es que entrar por la puerta estrecha no es pertenecer al número de los cristianos ni formar parte de un grupo parroquial o ser de la cofradía de no sé qué santo. Tampoco es rezar esto o aquello para que aumente ‘mi cuenta corriente espiritual’ en ese cielo que yo me imagino a mi conveniencia. Ni siquiera es haber recibido cualquier sacramento de cualquier manera, por costumbre social o tradición familiar: “…has enseñado en nuestras plazas y hemos comido contigo. Entonces yo os diré: No os conozco…”.

He acompañado a bastantes moribundos hasta donde yo puedo llegar: hasta la agonía. El paso de la muerte lo tenemos que dar cada uno solo. El paso de la muerte es personal e intransferible. Cuando cada uno de nosotros atravesemos esa última puerta, la de la muerte hacia la Vida y nos presentemos ante Dios nos llenaremos de alegría infinita si escuchamos de sus labios: La puerta se hace grande para ti, “ven, bendito de mi Padre, porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve enfermo o en la cárcel y viniste a verme…”.

Es enternecedor que el Señor, que es la puerta, se pongas también a mi puerta y llame. Se rebaja hasta insistirme en el Apocalipsis: “He aquí que estoy a tu puerta y llamo… si alguno me abre, entraré y cenaremos juntos…”.

Yo tengo la respuesta: sé que abrirle mi puerta a Él es abrir mi corazón y mi vida a todas las personas que va poniendo en mi camino.

Es un buen día para dejar de dar con la puerta en las narices a nadie y preocuparme de abrir con generosidad la puerta a todos los que llamen. Es la manera de esforzarme por entrar por la puerta estrecha que el Señor Jesús me indica.

No sé si viene a cuento pero desde hace un momento estoy tarareando esa canción de Gloria Estefan que dice también algo así: “…si te propones serás feliz, muy feliz abriendo puertas, cerrando heridas…”.

Es un buen propósito para el día de hoy.

Feliz domingo a todos.

César Tomás Tomás
Párroco de San José