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23 de agosto de 2014
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«Al llegar a la región de Cesarea de Filipo».
[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]sta región está situada al pie del monte Hermón y junto al nacimiento del río Jordán. Mateo nos presenta una escena de un valor histórico y teológico importante. Jesús hace un descanso en el camino para conversar con sus discípulos.
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?».
¿Fue Jesús realmente el que planteó esta pregunta a los a los discípulos?
¿Fue acaso la comunidad posterior a la Pascua la que se encuentra con estas preguntas y respuestas? En todo caso la figura de Jesús ha despertado siempre inquietantes preguntas. Probablemente, Mateo quiere que sus comunidades no confundan las «iglesias» que van surgiendo en las sinagogas donde hay opiniones, a veces, bastante contradictorias.
«Vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Esta pregunta que hace Jesús directamente a sus discípulos es clave, porque quiere aclarar quién está en el centro de la Iglesia. Pedro responde en nombre de todos: «Tú eres el mesías el hijo de Dios vivo». Jesús quiere saber qué opinión tienen sus discípulos acerca de su persona y su misión. Mateo escribe para una comunidad que cree ya en la realidad mesiánica y divina de Jesús. Pero esto ha supuesto un proceso lento que arranca especialmente de la Pascua y del don del Espíritu.
«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
¿Qué confesó Pedro en el momento en que Jesús le pregunta en las fuentes del Jordán? Su respuesta desborda sus esperanzas mesiánicas. Israel, y también Pedro, esperaba un Mesías liberador en el ámbito político-social. Pero esta respuesta, que va más allá de la comprensión judía del Mesías, es la confesión de que es realmente el Hijo de Dios.
Jesús no es solo el Mesías esperado. Es el «Hijo de Dios vivo». El Dios que da vida. Pedro capta el misterio de Jesús en sus palabras y gestos que dan vida nueva en la gente. Hoy somos invitados, en medio de nuestras dudas y búsquedas, a dar el salto necesario a través de la fe en Jesús que fundamenta realmente la esperanza de la humanidad. Los creyentes, mediante la palabra y el testimonio coherente, podemos ofrecer al mundo la clave para encontrar el verdadero sentido de la vida.
«Jesús le respondió: Dichoso, tú Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo».
Jesús le felicita. No es la primera vez que encontramos bienaventuranzas a lo largo de los evangelios. Por ejemplo: «¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1,45).
Ningún ser humano puede despertar esa fe en Jesús. ¡La confesión de Pedro es motivo de una bienaventuranza! En Pedro se ha producido una presencia especial del Espíritu.
Esas cosas las revela el Padre a los sencillos. Esta es la grandeza de Pedro y de todo creyente que manifiesta su fe en Jesús.
El que ha pues su mirada sincera en la persona de Jesús, con el corazón abierto al Padre y se deja transformar por la fuerza del Espíritu, como Pedro, vivirá con alegría la misión de anunciar la Buena Noticia al hombre.
«Tú eres Pedro y sobre esta piedra yo edificaré mi Iglesia».
Esta es la gran promesa de Jesús a la Iglesia a través de Pedro. Jesús no edifica la Iglesia sobre arena, sino sobre la roca-piedra que es Pedro. La confesión de fe en Jesús, que es el verdadero Hijo de Dios, es la roca sobre la que se edifica la Iglesia. Y esta roca firme (Jesús y la fe en Jesús) es el cimiento de la Iglesia. Esta Iglesia permanecerá para siempre. Este es el gran servicio de Pedro y sus sucesores a la Iglesia de Jesús. Sólo Jesús ocupa el centro. Sólo él la edifica con su Espíritu.
Hoy encuentra esta realidad graves dificultades. No es fácil en nuestro tiempo aceptar la autoridad universal de la Iglesia en las materias que le corresponde. Es frecuente escuchar hoy que es más fácil creer en Dios, e incluso en Jesús, que en la Iglesia. Ciertamente la credibilidad de la iglesia que, en los planes de Jesús, es la continuadora de su misión en el mundo, sufre una gran crisis.
Recemos con fe y esperanza por el Papa Francisco para que sea luz en la confusión y nos confirme en la verdadera fe. Colaboremos, por tanto, con el Sucesor de Pedro en llevar la Buena Noticia y en construir un mundo más justo, anunciando con gozo a Jesucristo.
Joaquín Herrera Macia
Diácono Permanente