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21 de agosto de 2010

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Las lecturas de este vigésimo segundo domingo del Tiempo Ordinario, son una invitación a la humildad, a la fiesta, a la celebración por todo lo alto de un banquete de bodas. Se nos recuerda que el traje que se requiere para participar es la humildad, el amor y agradecimiento a quien nos invita a entrar al banquete de bodas, que es para los que se sienten amados y por tanto a participar en las bodas del Cordero que quita el pecado del mundo, y han recibido gratuitamente el perdón del Señor y con sencillez dicen tener hambre y sed de justicia y desean escuchar que Dios nos diga después del “duro bregar” de nuestra vida pasa al banquete de tu Señor.

El banquete es la fiesta que el amigo, el esposo, el enamorado, prepara a su amiga, su esposa su amada, de la que él está muy enamorado. El banquete es para todos, y todos tenemos derecho a comer, respirar, sentir el abrazo y la mano tendida del otro. Dios nos invita a la gratuidad, a dar gratis lo que gratis hemos recibido. Los sencillos, humildes, a los que nadie recuerda, esos son los privilegiados de Dios porque son los que más le necesitan, y recuerdan, a su vez, la humildad de ese Dios que se ha hecho hombre en el seno de María, la jovencita de Nazaret y que es modelo de humildad, es la que reconoce que todo lo que ella es, lo es en virtud de la elección que el Dios del amor y de la vida ha hecho sobre ella para ser la madre de su Hijo. Ella tan sólo cantará y reconocerá en el cántico del Magnificat: “que el poderoso ha hecho en ella grandes obras y que todas las generaciones la llamarán dichosa, porque ha creído que lo que le ha dicho el Señor por boca del ángel Gabriel se cumplirá…”

Este modelo de discípula, es el modelo de humildad para todos nosotros. Y la eucaristía es para todos, pero de modo especial por los humildes y sencillos, para los que no dicen amén a todo lo que la sociedad plantea como normal, porque está legalizado; es el pan de los que caminan por la vida queriendo “obedecer a Dios antes que a los hombres”, es para los que tienen los ojos abiertos para descubrir las necesidades de los demás y acudir en su ayuda, es de los que han descubierto que el sentido de la vida consiste en amar y ser amado desde la gratuidad, por lo que somos y no por lo que tenemos; de los que han descubierto que el amor al otro y mi preocupación por el necesitado no tiene fecha de caducidad, de los que le dan al dinero y al qué dirán un valor relativo y no absoluto…

Por tanto los que gustan de ocupar los primeros puestos en los banquetes y donde se encuentran, son los que todos lo ven con ojos de ambición, de sensualidad, de poder, de dominar, de sacar e incluso ‘chupar’ del otro como las ramas chupan del árbol; les gusta que todo el mundo se entere de lo que hacen, ocupan los primeros puestos y no les faltan unas buenas fotografías para inmortalizar su presencia, ya tienen su paga es la vanidad y el otro no es un “hermano”, sino un rival al que hay que aniquilar.

La humildad, es hacer grande al otro. En el evangelio, Jesús, el protagonista de la salvación, se humilló a sí mismo y deja claro que no ha venido a ser servido sino a servir y dar la vida en rescate por todos.

En nuestra vida cotidiana ¿qué tal nos va con los que nos rodean? la mujer, el marido, hijos, pobres que te asedian… a ellos hay que decirles: ‘pasa más adelante’, aunque muchos no se acuerden de que existes, para mi eres necesario; tú también puedas gozar de la alegría de la entrega amorosa de Jesucristo y puedas participar del banquete con la misma dignidad que yo, pues tú también eres hijo de Dios. Sólo celebra, goza y disfruta el que agradece y reconoce que todo lo que es y tiene es un regalo de Dios para los demás. Pasa al…

Salvador Batalla Villalonga-Carmelita-
Párroco de Santa Catalina de Caudete