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20 de agosto de 2011
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Está claro que la pregunta que Jesús hace a los apóstoles: ¿quién decís que soy yo? hoy nos la hace a nosotros, a todos aquellos que de alguna manera decimos que creemos en Él. Pero no es menos cierto que la respuesta nos interpela y nos obliga a hacer una seria reflexión personal y eclesial sobre la imagen de Dios que hoy proyectamos en la sociedad y en el mundo.
Si es cierto que podemos decir que Jesús es Dios no lo es menos que Dios es Jesús, es decir, que el rostro de Dios se descubre y se nos revela en Jesús de Nazaret. Esto quiere decir que debemos descubrir en Jesús los rasgos fundamentales que nos revela de Dios como son: su paternidad, su cercanía, su capacidad de acoger y perdonar y su actitud misericordiosa hacia todos los que sufren.
Por lo tanto debemos preguntarnos si este Dios que descubrimos en Jesús, con todas esas características que he enunciado es el que vivimos, el que buscamos, y el que proyectamos hacia los demás. Jesús, con su forma de vivir nos revela a Dios y nos da a conocer como es Dios. Jesús cambio el concepto de Dios y el modo de encontrarlo. El Dios que se nos revela en Jesús se comprende a partir de la debilidad (el amor). Por eso san Pablo afirma que lo más «loco» y lo mas «escandaloso» que se nos revela en la muerte de Jesús es la debilidad de Dios (1Cor.1, 25). Para Jesús está claro que cada persona y cada institución, por muy religiosa que sea, encuentra a Dios en la medida, y sólo en la medida, en que se hace solidaria con la debilidad y el sufrimiento de todo ser humano, es decir, que por encima de todas la teorías y teologías que puedan haber, el único camino para encontrar a Dios es unirse, fundirse y confundirse con todo lo que es dolor, sufrimiento y pobreza en esta vida. Por eso, a la hora de la verdad, resultará que han encontrado a Dios los que han dado de comer al hambriento, de beber al sediento etc. (Mt. 25, 31-46).
Creo que podemos afirmar que la Iglesia, como comunidad de creyentes y como pueblo de Dios, ha ido purificando la imagen de Dios, y por lo tanto, ha ido cambiando su actitud hacia la humanidad. Hoy la Iglesia predica a un Dios que es Padre, que nos acoge y nos ama tal como somos y nos abre sus brazos, para acogernos a todos como Abbá. Hoy está lejos de cualquier cristiano la idea de un Dios terrorífico, castigador, del que muchas veces hay que protegerse, que castiga a los malos y también a los buenos como se descuiden.
El Concilio Vaticano II vio la necesidad de volver a la simplicidad del Evangelio revelando la Verdad de Dios que tiene siempre al Amor como ley fundamental. Hoy los cristianos tenemos la obligación de mostrar el verdadero rostro de Dios que con su mirada amorosa es capaz de iluminar el corazón de todo hombre.
El Papa Benedicto XVI en su último libro habla y distingue muy bien el amor como Eros y el amor como Ágape. Para explicar de una forma gráfica diríamos que el amor Eros sería extender la mano para coger lo que es bello, hermoso, santo, bueno. El amor como Ágape, sería extender la mano para dar amor al que más lo necesita hasta llegar al último desgraciado de esta tierra. Dicho esto podemos afirmar, y bien claro lo deja el Santo Padre, que el amor de Dios es fundamentalmente Ágape. Ése es el Dios que nos ha revelado Jesús de Nazaret, en quien ponemos toda nuestra esperanza.
Puestas así las cosas, sigue en pie la pregunta y vosotros ¿quién decís que soy yo? ¿Qué Dios proyectamos? ¿En quién creemos? No se trata de afirmar con la boca, sino de revisar nuestra vida, nuestras actitudes hacia el otro, especialmente hacia el que sufre. Vuelvo a insistir que la Iglesia esto lo tiene muy presente cuando se revisa a sí misma, se cuestiona los conflictos del hombre de hoy y toma sus decisiones siempre mirando los problema de nuestro mundo. Hoy nos encontramos con mucha gente que encuentra en la Iglesia cercanía, comunicación, consuelo, esperanza y ayuda no sólo espiritual sino también material a sus muchos agobios y sufrimientos .Y es que la Iglesia no puede mirarse a sí misma si quiere ser fiel al Dios Amor revelado por Jesús. La Iglesia y cualquier bautizado es para el mundo, para construir el Reino de Dios.
Después de todo lo dicho, se hace necesaria una reflexión personal y comunitaria para poder responder. Si Jesús es Dios fundido con la humanidad debemos encontrarlo en la praxis de la caridad. No se trata pues de dar una respuesta teórica si no de revisar nuestras vidas y actitudes para descubrir si realmente seguimos a Jesús de Nazaret. Pretender amar a Dios tiene que pasar obligatoriamente por amar al hombre y trabajar por la justicia, compartiendo gozos y sufrimientos, y renunciando a todo lo necesario por aquel que lo dio todo por nosotros. Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Señor, tú eres el ágape, la caritas.
Javier Olaso Peiro
Vicario de la Parroquia de San José