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30 de julio de 2011

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Al ponernos cara a cara con el Evangelio de hoy, lo primero que tenemos que hacer es no caer en esa tentación habitual que nos sucede cuando leemos o escuchamos un relato del Evangelio muy conocido como es el de la multiplicación de los panes y los peces. La tentación consiste en creer que ya lo conocemos suficientemente, que sabemos de memoria su interpretación y que, por tanto, ya no nos puede decir nada nuevo. Si lo hacemos así seguramente sin darnos cuenta estamos matando “el espíritu de la Palabra”, la vida que contiene la Palabra, que cada vez que nos acercamos a ella es nueva y nos renueva, como cada segundo de nuestra vida es nuevo y nos aporta algo distinto. Por todo esto la primera recomendación delante de la Palabra es abrirnos a ella de par en par, para ver y sentir que nos aporta de nuevo a nuestro devenir cotidiano.

Lo primero que podemos destacar del Evangelio de hoy, es que en la intensa labor y vida de Jesús, El siente  la necesidad de apartarse en soledad a orar y descansar, pero esta vez no le sale bien, la gente hambrienta y sedienta de su palabra lo busca sin tregua alguna, y El se compadece de ellos y no les defrauda. Pero la actitud de buscar retiro y quietud, es una constante en la vida de Jesús sobre todo antes o después de acontecimientos importantes, en este caso la muerte de su primo Juan lo conmueve y necesita soledad para asumirlo, silencio para encontrar en el al Padre que le ayude y le de fuerza para   seguir en la misión emprendida. Hoy en día todos necesitamos también de esos momentos de quietud y silencio, de tiempo para descansar y para orar, de calma para asumir los acontecimientos de nuestra vida, que a veces pasan tan deprisa,  ponernos delante de Dios y de su Palabra y dejarnos guiar. Quizás este tiempo de verano sea un buen momento para esto: para buscar sosiego y paz como Jesús y en ese sosiego sentir la necesidad de su Palabra y de su cercanía, como la gente que le busca.

Con esta disposición podremos  ver como la multiplicación de los panes  y los peces que Jesús realiza al final de la jornada, nos habla de compasión, de solidaridad, de tener los sentidos despiertos y atentos a las necesidades de los demás, de abrir nuestro propio horizonte hacia el de los otros, de poner lo poco o mucho que tenemos al servicio de los hermanos.

La multiplicación de los panes y peces nos abre una ventana hacia las necesidades de las personas, especialmente al hambre de pan, pero también a esa hambre interior y profunda que es más difícil de saciar y que es sin duda la gran pobreza y la gran crisis de nuestro mundo, que enmascarada en lo económico, denota una falta de valores humanos y una carencia de espiritualidad enorme.

La multiplicación de los panes y peces  nos habla de la necesidad de alimentarnos por dentro con el alimento principal que nos da Jesús, que es El mismo hecho pan, hecho Eucaristía.

La multiplicación de los panes y peces nos hace capaces de  escuchar de los labios del mismo Jesús: “dadles vosotros de comer” y sentirnos así actores activos de este Evangelio, que nos invita, después de mirar al cielo, a la acción caritativa, a partir y repartir aquello que no nos pertenece en realidad, pues se nos da gratis. Se trata de saber compartir y repartir la gracia que hemos recibido de Jesús, que no puede ser guardada ni almacenada, pues al final si no se comparte se endurece y se pierde como el pan o el pescado.

La multiplicación de los panes y peces, definitivamente  nos hace sujetos activos de la acción pastoral y caritativa de la Iglesia, que alimentada de Jesús nos invita a partir y repartir gratis lo que hemos recibido gratis: La gracia de Dios. Qué grande es saber que nosotros también somos capaces de realizar el gran milagro de la solidaridad, del compartir, de la compasión… de multiplicar la gracia de Dios que llevamos dentro.

Tenemos “la mejor mercancía”, tengamos cuidado de no echarla a perder, guardándola para nosotros mismos, aun queda tanto por hacer, tantas bocas que alimentar, tanto corazón que transformar, tanto espíritu que revitalizar …

José Antonio Pérez Romero
Director del Secretariado de Catequesis
y Párroco de San Martín de La Gineta