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20 de julio de 2013

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Sin ningún tipo de duda la cuestión del equilibrio es fundamental para cualquier persona que quiera mantener un estilo de vida saludable. Hoy en día no paramos de hablar del equilibrio entre la mente y el cuerpo, del equilibrio entre la libertad y la autoridad, de la necesidad de seguir una dieta equilibrada, e incluso en los tiempos que corren, de llevar una economía equilibrada.

El Evangelio de este domingo, a través de estas dos hermanas amigas de Jesús: Marta y María, también nos habla de equilibrio, del equilibrio necesario para que nuestra fe sea una fe vivida y expresada de manera saludable.

¿En qué consiste el equilibrio de la fe? En la unión de Marta y de María, en la unión de la acción y la contemplación, en ser capaces de encontrar el justo equilibrio entre una vida interior cuidada y cultivada y que esa vida interior se refleje en nuestras acciones.

Seguro que al leer esto están pensando que esto es verdad y además muy importante, pero es posible que también se pregunten ¿cómo conseguirlo? Ya que constatamos en nuestra propia vida y en la vida de la Iglesia, que alcanzar el equilibrio entre la acción y la contemplación es dificilísimo. Muchísimas de nuestras acciones eclesiales pecan de un “activismo” que nos agota y nos quema interiormente, o de un “espiritualismo” que está muy lejos del compromiso con la realidad de nuestro mundo. Cuantas veces también, como Marta, dejándonos llevar por el activismo, nos alejamos del silencio, de la soledad, de la oración, sintiendo que estamos perdiendo el tiempo. Y que difícil nos es, a veces, comprender la vida de las personas que se dedican a la oración y a la contemplación sin renunciar, eso sí, a su trabajo diario y a su compromiso de orar por el mundo.

Creo que no existen recetas para encontrar el equilibrio en la fe, es un camino personal que cada uno tiene que recorrer y que revisar y contando con la ayuda del Señor encontrar sus propias soluciones. Lo que sí está claro es que la complementariedad entre una vida espiritual profundamente alimentada y el compromiso con nuestro mundo es necesaria, de hecho una cosa lleva a la otra ¿Cómo sería una oración y una relación con Dios constante, desconectada totalmente de la realidad y cayendo en una autocomplacencia estéril y egoísta? ¿Cómo se puede vivir una acción pastoral y una caridad cristiana desligada del contacto con el Señor que es quien realmente tiene que indicar el camino a seguir? 

Personalmente en este tema siempre me ha servido una entrevista que leí de la Madre Teresa de Calcuta, cuando el periodista le preguntaba cómo ya siendo tan mayor y tan débil físicamente podía aguantar la dura actividad en la calle, durante todo el día, atendiendo a los más pobres entre los pobres. Y ella contestó, con mucha serenidad y sobre todo con mucho convencimiento, que la fuerza le venía de Dios especialmente de la Eucaristía que comulgaba todas las mañanas en la Misa antes de salir a la calle, era Jesús en su vida quien actuaba a través de sus manos, Él era su motor y su fuerza. Un testimonio precioso, uno de tantos que podríamos citar, pero que nos enseña una cosa importante: que la acción cristiana nace y se alimenta de la relación y la contemplación de Aquel que mueve realmente nuestra vida y nos anima a servirlo, especialmente en los hermanos.

En definitiva, todos somos Marta y María, todos tenemos la oportunidad de acoger a Jesús en nuestra casa, en nuestra vida, de sentarnos en su regazo y de escucharlo, como María, con el corazón tranquilo y la mente abierta. Todos tenemos la oportunidad, como Marta, de servirle especialmente en los más necesitados.

Descanso y servicio, oración y compromiso, contemplación y acción…. son palabras y actitudes que deben complementarse, pues aisladas no tiene sentido, al menos desde la fe. De esta manera, para empezar a trabajar este equilibrio saludable para nuestra vida de fe deberíamos preguntarnos qué porcentaje tengo en mi vida de Marta y de María. Y así en este tiempo de verano y de descanso para muchos, en nuestras “pequeñas Betanias” quizás merezca la pena sentarnos tranquilamente con Jesús y charlar con Él y escucharlo (a Él, no a nosotros y a nuestros deseos, como normalmente hacemos) y que Él nos cargue “las pilas” y refuerce nuestra fe, para la acción cotidiana de cada día. Quizás en algún momento de este verano puedas escuchar que Jesús te dice: “has escogido la parte mejor”.

 

                                                               José Antonio Pérez Romero
Delegado Diocesano de Catequesis