|
17 de julio de 2010
|
496
Visitas: 496
Cuando leemos el Evangelio no siempre vamos con una mente transparente. Proyectamos en el texto lo que pensamos saber o lo que siempre nos han dicho y le hacemos decir lo que no dice. Es lo que suele pasar con este pasaje. Ojalá pudiésemos borrar de la memoria la interpretación tradicional de Marta y María. Este episodio ha servido, casi siempre, para contraponer acción y oración, preocupación por las cosas materiales y dedicación a las cosas espirituales. Y se ha llegado a afirmar que la oración, la contemplación y las cosas espirituales son superiores, o sea: la mejor parte. Tal interpretación es hacer una mala lectura del texto. Ni la contraposición de lo arriba mencionado, ni la superioridad de la oración sobre la acción se desprenden de este texto evangélico.
Sin embargo, hay una afirmación clara: «María ha escogido la parte mejor». De María se dice que «se sentó a los pies del Señor para escuchar sus palabras». Como un discípulo ante el maestro, escucha con atención a Jesús. De Marta se dice «que lo recibió en su casa». Es también discípula. Pero Lucas puntualiza: «Marta, en cambio, se afanaba en los muchos quehaceres del servicio». Y está tan segura de si misma y tan dispuesta a juzgar la conducta de los demás que dice a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en la tarea». El celo de buena cumplidora, de sentirse dueña y señora (Marta significa en arameo señora) le lleva a involucrar a Jesús para que su hermana, María, se deje de cuentos y haga lo que ella hace en lugar de escuchar el mensaje de Jesús.
Jesús responde al regaño de Marta con una severa advertencia (eso es lo que significa la repetición del nombre): «¡Marta, Marta, te inquietas y te pones nerviosa por tantas cosas…! Sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte». Escuchar, acoger, gozar con la novedad del mensaje de Jesús, ésa es la mejor parte. Marta es el prototipo de la persona atareada que siempre tiene mil cosas que hacer. Vive atrapada en su tarea. No se reprocha en este pasaje la «caridad o el servicio a los demás» de Marta, sino su ansiedad, inquietud, nerviosismo y creerse en posesión de la verdad. A pesar de tener a Jesús en su casa, no ha descubierto la novedad de su mensaje. María es la otra cara de la moneda. Espera y busca novedad para su vida. Por eso está a los pies del Señor, para ver la vida desde la palabra que él proclama y comunica. Ha escogido dejarse moldear, vivir a la escucha y creer en la buena noticia liberadora del Señor.
Se dice que hay dos modos de rezar: con los ojos cerrados y las manos juntas (contemplación), y con los ojos abiertos y las manos ocupadas (acción). Ambos se necesitan y complementan mutuamente para el servicio de Dios y del prójimo. Es la síntesis que San Benito (s.VI) propuso a sus monjes: Ora et labora, oración y trabajo. Nos equivocaríamos, por tanto, lo mismo si queremos cambiar el mundo sin orar, es decir, sin escuchar la palabra de Dios y hablar con Él, como si nos quedáramos en la oración sin pasar a la acción. Para que la acción sea fecunda necesitamos dedicar tiempo y silencio para escuchar y asimilar la palabra de Dios. Y a su vez, esta escucha atenta ha de orientarse a la vida para no quedarnos en las nubes.
Nos resulta difícil unir actividad y oración en equilibrio exacto. Jesús lo logró a la perfección. Él supo asociar el diálogo y la comunicación con el Padre a la llegada del Reino mediante una acción generosa de liberación en favor de la humanidad. Igualmente hicieron los santos, hombres y mujeres que tocaron de cerca el misterio de Dios y supieron amar a sus hermanos.
La conclusión actual de este Evangelio puede ser ésta: Hay que ser contemplativos en la acción y activos en la contemplación. O dicho con la fórmula de la Teología de la Liberación: «contemplativos en la liberación». Todo es consecuencia de la acogida que prestemos al Señor.
Heliodoro Picazo Sáez
Párroco de Tiriez