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16 de julio de 2011

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Prosigue, en este domingo, el “Sermón de las parábolas”. Las lecturas proponen tres: la del trigo y la cizaña, la del grano de mostaza y la de la levadura. Nos centraremos en la primera.

Todavía resuenan como muy recientes aquellas palabras: “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Y es que, de verdad, ¿quién puede enseñarnos a ser humildes, a practicar la mansedumbre, a que convivan el trigo con la cizaña? Sólo hay un maestro: Jesús. Al comienzo del sermón, dice que “salió de su casa y se sentó junto al lago.” Sentarse equivale a enseñar. Con el ánimo de aprender nos situamos ante la parábola de este domingo: la parábola del trigo y de la cizaña.

También lo hacemos, sabiendo que toda palabra que sale de la boca de Jesús está revestida de actualidad: “a ti te lo digo”. Podemos decir sin temor a equivocarnos que esta palabra se cumple hoy.

Nos llama a ser realistas, a ser normales. Ser realistas significa darse cuenta que existe el bien, que Jesucristo tiene fuerza y energía y autoridad; pero eso no impide que el mal, también germine, que el demonio actúe. Tenemos que contar con su presencia.

Nos llama a ser normales. Y lo normal hoy es que en nuestra vida personal, en nuestra vida de comunidad, en nuestra vida social conviven simultáneamente el trigo y la cizaña, el bien y el mal. Vivimos en Galilea. En el lugar donde conviven los judíos y los gentiles, los cercanos y los alejados, los de aquí y los de allá; lo bueno y lo malo, el bien y el mal, el evangelio y el pecado, las injusticias, explotaciones, el amor, y la justicia. En una palabra: en medio de nuestra realidad conviven el trigo y la cizaña.

Pues bien, siguiendo al evangelio que dice: “Allí me veréis”, nosotros nos disponemos a encontrarnos con Cristo Resucitado en la multiplicidad de gentes y de culturas, en los diversos modos de vivir y de entender la vida. Sí, ahí, en esa densidad social, en la luz y en la oscuridad, precisamente ahí nos encontraremos con Cristo.

“Hoy se ha cumplido ante vosotros esta profecía”. Y hay que reconocer que se cumple en todo su alcance en el aspecto personal, en el aspecto comunitario y en el aspecto social. Se cumple en el aspecto personal. También en tu vida se mezclan la tristeza y la alegría, el egoísmo y la generosidad, la ira y la dulzura, el amor y el odio. Todo está ahí, conviviendo. Y no se trata de cercenar nada, “dejadlos crecer juntos”. No se trata de reprimir nada. “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”. No. Es tarea nuestra el darnos cuenta del panorama en que nos movemos y reconocer lo negativo viviendo con lo positivo. De ninguna manera podemos dejar que la cizaña, el mal se constituyan en protagonistas de nuestra vida. Hay que destacar que, también está el bien, lo positivo, lo humano, lo humanizador. Y es, precisamente, desde aquí, desde donde podemos integrar, neutralizar, armonizar el mal, la cizaña. Es la forma de poder transformar nuestras sombras, nuestras heridas, nuestras zonas erróneas, nuestro mal, la cizaña.

Esta Parábola nos hace una propuesta para la vida de cada día; ante la realidad, que es la que es; donde todo no es negativo, ni es la peor de todos los tiempos. No podemos vivir en la queja continua. Nos invita a una salida. Ante lo que está cayendo, ante la presencia de tantas cosas que no nos gustan, que no son de recibo, que son cizaña… lo que hay que hacer es saber llevarlas, soportarlas, neutralizar, armonizarlas con lo bueno de nuestra vida, con los valores que tenemos, con los valores humanos, evangélicos. Es la única manera de la que disponemos para poder transformar esas realidades que impulsivamente quisiéramos desterrar. Es la tarea de la transformación a la que el Señor nos llama. “Dejadlo hasta la siega”, dejadlo hasta el final, hasta el día del juicio. En ese momento el trigo y la cizaña se separarán definitivamente.

Lo mismo podemos decir en referencia a nuestra vida comunitaria. En el puzzle comunitario aparece esta misma realidad que estamos comentando. No es verdad que todo sea involución, oscuridad, materialismo, individualismo. No es verdad que todo sea mala semilla, cizaña, Esta la otra realidad, la otra cara de la moneda, los rasgos positivos, el trigo, la luz, la búsqueda, la compasión, la caridad, la solidaridad, la ayuda. Son estos rasgos los que ponen las cosas en su sitio. Son los rasgos que neutralizan la cizaña, la parte negra, negativa y hacen posible un conjunto armonioso con capacidad de transformar las sombras en luz, las rutinas en creatividad, el individualismo en comunión, el egoísmo en solidaridad.

Éste fue el camino de Jesús. Se encarnó, se hizo pecado. Pasó por la vida sembrando el bien, pero no pudo impedir que el mal germinara. Y pasó por la vida haciendo el bien y fue su empeño un empeño trasformador. Y todo lo hizo para transformar la muerte en vida, lo negativo en positivo, para ofrecer luz en las tinieblas, salud en la enfermedad.

Este es nuestro camino. Unidos a Él, nos toca poder transformar, en la medida de nuestras fuerzas, la realidad que nos ha tocado vivir, que es la que es, que es la nuestra, que es buena y mala a la vez.

Una cosa que no aparece en la parábola pero que no podemos olvidar, es que en la realidad humana, la cizaña siempre tiene la posibilidad de convertirse en trigo. Es lo que leemos en la primera lectura: “La Palabra no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”.

Que el Espíritu, la fuerza de Dios venga en ayuda de nuestra debilidad, de nuestra flaqueza. Sabemos que, cuando experimentamos nuestra incapacidad de transformar lo negativo, la cizaña en trigo, viene en nuestra ayuda.

José Luis Crespo Bernardo
Párroco de Ntra. Sra. de la Estrella